miércoles, 6 de julio de 2016

Et in Balcania ego



El golpe de Burebista

  


 
Sarmizegetusa Regia

Personalidad con dotes singulares, Burebista sopesaba bien el poderío  romano y también sus debilidades, tratando de fructificarlas a su favor, conociendo mejor el espacio de su entorno, sobre todo los Balcanes – un avispero de poblaciones que llegaban de todas partes, que los romanos no han sabido nunca dominarlo por entero.
Así, con sus conquistas, los romanos le abrían, a veces, caminos tanto hacia las orillas del mar Negro - importantes para el comercio -, como al oeste, impidiendo la entrada de otros pueblos. Justo lo contrario de lo que esperaban, convencidos que así, con cada nuevo avance, se acercaban a las llanuras norteñas del Danubio y desde allí a los Cárpatos; al codiciado oro dacio que, desde la época del bronce aprovisionaba toda Europa central hasta Escandinavia. 
Los romanos no tenían en aquel entonces un adversario cercano más fuerte que el rey dacio, quien, a medida que el antiguo calendario llegaba al meridiano del siglo, aumentaba su reino, sus victorias y su autoridad. Así lo revela Estrabón: …el rey geta, tomando el mando de su pueblo, educó a sus hombres con ejercicios[militares], sobriedad y obediencia a las órdenes, de tal manera que en unos cuantos años forjó un estado poderoso y sometió la mayor parte de sus vecinos y era un peligro para los romanos, puesto que cruzaba el Danubio sin temer y saqueaba Tracia hasta Macedonia e Iliria, arrasando a los celtas mezclados con los tracios e ilirios, destruyendo completamente a los boios conducidos por Critaciros, así como a los tauriscos .
Un rey que, a la vez que se hacía fuerte en el interior, estimulaba las revueltas de los pueblos sometidos y buscaba alianzas en el exterior. Un rey – sigue escribiendo Estrabón – capaz de movilizar un ejército de hasta 200.000 hombres. Cifra que, por increíble que parezca, no era nada exagerada. Conocida, con toda seguridad, por los romanos, en búsqueda de nuevos caminos para disminuirla y aniquilarla.
 
Fortaleza Salaj
Cayus Scribonio Curio ha sido el primero en intentarlo. Y no era un gobernador cualquiera. La provincia de Macedonia representaba la llave para abrir otras puertas, y el general gozaba de mucha fama entre los de su cargo, desde donde, por méritos propios, hubiera podido llegar hasta la misma dignidad de emperador. Además, era una persona muy considerada entre la elite intelectual de Roma. Cicerón mismo le alababa por la sutileza de su pensamiento y su oratoria; autor del mejor retrato de César, trazado en tan sólo dos palabras bien colocadas, que leeremos en su oportuno lugar.
Corría, como hemos visto, los años 80 y es probable que su incursión en la región de Banato tenía una meta precisa: llegar a Arcedava, donde debía de hallarse Burebista, puesto que por tradición romana, el rey está siempre donde la capital.
Un golpe de suerte hubiera cambiado, tal vez, la historia de Roma y también la de los dacios. Si se hubiese dado este desenlace, con Scribonio como emperador, los siguientes no hubieran sido los que conocemos, y el imperio se hubiera ahorrado la crisis moral y económica, al ser cortados en brotes sus incurables males.
Estamos sí en el territorio de las hipótesis, invalidadas por Scribonio mismo, pero el ejercicio no es inútil. Bien podría que sea verdad que, amedrentado por la oscuridad de los bosques que protegían Arcedava, el general se había repentinamente vuelto sobre sus pasos. Pero igual de válida queda la posibilidad de que detrás del rumor de los árboles, se distinguía el murmullo de las tropas dacias.
La historia refrenda la retirada del general, olvida a Cayo Mario y Sila y empieza registrar la larga nomina de obituarios – Craso, Pompeyo, César, Bruto, Marco Antonio, Nerón, Galba, Domiciano, nombres que - añadidos los de Octavio y Vespasiano -  protagonizarán acciones directas en el sureste europeo y en las tierras de los geto-dacios, donde, en la mayoría de los casos, no han conocido más que fracasos. Vengados al final, con crueldad extrema, por Trajano.
 
Fortaleza Niculiţel
El segundo en probar el fracaso ha sido Gaius Antonius Hybrida, el relevo de Escribonio en Macedonia, quien, en el año 61, ha desplegado su ejército por Dobrudja, tratando de llegar a Histria. Sin éxito. Las tropas geto-tracias y griego-escitas, ayudadas por los inesperados y oportunos basternas, lo han “amedrentado” más que los bosques oscuros a su predecesor. Para resistir a los asaltos encarnecidos de los romanos, los histríotas han talado sus árboles de piedra, consolidando las murallas con las columnas de mármol. Traídas por barcos desde Paros, para adornar las plazas públicas de la ciudad más antigua que Roma, así han quedado hasta nuestros días, empotradas en la muralla; columnas, pilastras y capiteles revestidos con el follaje de acanto petrificado.
Vencido, con los primeros estandartes perdidos en las tierras de los dacios, el presumido general buscará alivio a sus penas, pasando el invierno bajo la brisa templada de Dianysópolis, donde, piadosa, la historia recuerda su nombre al lado del vencedor.
Con toda la probabilidad, las tropas vencedoras han sido dirigidas por Burebista, puesto que las insignias y los demás trofeos han sido llevados a Genucla, una de sus ciudadelas. De las tres devueltas por Lisímaco, en el 292, al generoso Dromichetes.
En el año 29, treinta años más tarde y quince desde la muerte de Burebista, otro general romano, el vanidoso Craso, intentará rescatarlas. También sin éxito.
Ni el lugar ni la fecha de la incursión de Gaius Antonius han sido una decisión al azar. Por su historia, economía y cultura, Histria era la más importante de todas las colonias griegas. En cuanto a la fecha, se contaba con la ausencia de Burebista, apenas regresado de una de sus victorias: la toma y destrucción de Olbia, en el año 63. Poco después de que Pompeyo doblegara en Éufrates, en el 66, al desobediente Mitrídates.
Nombrado por los romanos, el rey del Ponto, se había convertido en enemigo, conquistando toda la costa oriental del mar Negro y soñando con un imperio suyo. Perseguido por Sila y Lúculo y vencido por Pompeyo, se había retirado a Panticapea, donde, desengañado, se suicidará tres años más tarde; inmune a todos los venenos.
A dos pasos de Panticapea, Olbia ya no podía contar con su apoyo, ni encontrar un aliado cercano. Separados en varias ramas, diezmados en guerras, los escitas que habían quedado intramuros no eran capaces de resistir. Justo cuando, al amparo de la noche, los geto-dacios la han tomado por sorpresa, en un ataque relámpago.
Fundada, como hemos visto, por los milesios, Olbia (“próspera”, en griego) había conocido un desarrollo económico y cultural continuo. Tanto que, por los años 450, durante la estancia de Heródoto, tenía unos 40 mil habitantes, confluencias de los grandes ríos del Cáucaso y las olas mediterráneas. En su visita, en el 447, Pericles le había dado un fuerte empuje político, concediéndole privilegios y un estatuto de autonomía aparte. Así se había hecho Olbia con los grandes caminos comerciales hacia Galitzia y Panonia, Y así habían llegado, durante siglos, las riquezas de Transilvania - el oro, el cobre, el hierro, el plomo, la sal, la miel, las pieles, etc., a sus talleres y factorías.
El golpe de Burebista no ha sido, por ende, nada casual. Sorprende, sin embargo, la dureza y la crueldad de su ejecución: para que no resucite jamás, había sido arrasada completamente. Dión de Prusa (Crisóstomo), al visitarla un siglo después, encontrará una ciudad fantasma, abandonada a su suerte, con menos de tres mil almas, tratando vanamente de reponerse, ya que los griegos habían dejado de llegar por barco mientras estaba devastada, porque no encontraban gente de su lengua que los acogiera y porque los escitas no sabían organizar su propio negocio a la manera de los milesios.
Madrid, 2005/ 6 iulie 2016
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© Darie Novăceanu – Et in Balcania ego - 2016

viernes, 1 de julio de 2016

Et in Balcania ego




Quién es Quién. César y Burebista


Histria
Poco o casi nada sabemos sobre la vida de Burebista, el primero y el más grande de los reyes de Tracia. Ni donde pernoctaba, ni cómo organizaba y dirigía las tropas durante sus expediciones militares, siempre ganadas. Su largo reinado – desde el año 82 hasta 44, según Jordanes –, cuando en otras geografías los caudillos venían y se iban como las golondrinas, dice bastante sobre su buen gobierno, pero nada sobre su persona.   

Artífice de Sarmizegetusa - física y espiritual -, de su propia suerte y la de su pueblo que, tras Dromichetes, supo (con)formar, unificando los pequeños principados geto-dacios y reuniendo las demás familias, Burebista hubiera merecido un trato mejor al que se le hayan dado los historiadores, quienes, salvo Estrabón, le mencionan en muy raras ocasiones, siempre en relación con sus incursiones en las tierras vecinas, nunca interesados en las obras llevadas a cabo dentro del estado que estaba construyendo. Las únicas que dan la medida exacta de su estatura política y moral.
Es verdad que, a diferencia de Dromichetes, vencedor de Lisímaco, el destino no le ha deparado la suerte de  medirse con un adversario de semejante talle. Una sola vez, en el año 44, había estado cerca, sin llegar a pisar el umbral de los héroes: el veneno, en su caso, y el puñal, en el de César, han frustrado el encuentro de los dos.
No sabremos pues, quién hubiera sido el vencedor: César, que había conquistado un continente en unos diez años, matando y esclavizando pueblos enteros, o Burebista, que ha sabido construir y defender su país más de tres decenios y ha dejando tras de sí un pueblo que sabrá resistir a las embestidas romanas otros ciento cincuenta años…
Posible desde la ficción, un enfrentamiento entre los dos, indiferentemente el desenlace final, hubiera conducido, con toda certeza, a otra configuración política del Oriente europeo. La segunda y última factible – la primera, la veremos en seguida, se había dado en el año 74 – en cuanto al destino de la Península Balcánica.
Imperio de Burebista

De hecho, volviendo a la historia real, entendemos que tanto Burebista como César no excluían esta indeseada perspectiva, pero la tenían pensada en otro calendario.
Plutarco, cuyo fuerte no era la geografía, la recuerda sin nombrarla, pero con suficientes pormenores para que pudiésemos identificarla. Así, encomiasta siempre, después de glosar la victoria sobre Pompeyo, en Farsalia – 9 de agosto del 48 – y las demás hazañas suyas en Egipto – Cleopatra y el incendio de la biblioteca de Alejandría, por medio -, Asia – la persecución de Farnaces, con la victoria de Zela, al sur del mar Negro, 2 de agosto del 47 - e Hispania – Munda, 17 de marzo del 45 – y su designación como dictador por vida – Roma, 14 de febrero del 44 –, el sacerdote de Delfos, escruta el futuro de César y apunta un periplo largo y de muchas proezas, destinado a colmar sus continuos éxitos: Proyectaba y preparaba una expedición contra los partos y, tras someter a éstos y atravesar Hircania a lo largo del mar Caspio y del Cáucaso, para rodear el Ponto, invadir Escitia, luego recorrer los países vecinos a Germania y Germania misma, para regresar, a través de Galia a Italia y cerrar así el círculo del imperio de Roma, limitado en todo su contorno por el Océano. (Vidas paralelas)
Sabemos que para elaborar la Vida de César, Plutarco había agotado todas las fuentes latinas posibles, incluidos los escritos de éste; aparte las informaciones directas, recabadas durante sus tres estancias en Roma – entre los años 70 y 92 – cuando había entablado buenas amistades con personajes ilustres, como Lucio Anneo Floro o Sosio Seneción, amigo de Trajano. En cuanto al mencionado itinerario, no le ha sido difícil trazarlo: era, exactamente, la geografía que le faltaba al Imperio romano para redondear sus límites. Así que los historiadores no han hecho más que mirar el mapa y pormenorizar el trayecto, poniendo el nombre de los países y el de los que mandaban en aquellos territorios. De ahí, inevitablemente, Burebista y su reino.

Concienzudo escudriñador, Theodor Mommsen es el primero que le menciona: [César] acariciaba, ante todo, un proyecto de expedición contra los Partos; quería vengar el desastre de Carras, y pensaba emplear tres años en esta guerra (…); premeditaba también un ataque contra el geta Borebista, infatigable batallador, que había extendido sus conquistas sobre las dos riberas del Danubio. (Plan militar de César, Capítulo XI, en Historia de Roma).
La guerra contra los partos debería comenzar tres días después de los idus de Marzo del 44, lo que significa que en el calendario de César “el ataque contra el geta” quedaba para los principios del 41, mientras que, según una fuente escrita en mármol – cuya lectura la veremos más tarde -, Burebista lo había previsto unos siete años antes. Ninguna de las previsiones se había cumplido: el mar sin fondo de la traición humana  ha hecho que los dos falleciesen en orillas diferentes, a distancia de pocos meses, preservando la gloria sólo para uno y el olvido para el otro.
            De este modo, sobre la vida de César sabemos todo, incluso cosas deleznables, contadas por el mismo, en tercera persona, y otras, más que reprobables, contadas por sus adversarios políticos. Descartadas todas por Cicerón - que las conocía de sobra - en Filípicas. Porque no eran significativas para su personalidad política.
En cambio, sobre Burebista nos damos por satisfechos con poder colocar, entre la nada y lo poco que sabemos, la placa de mármol de Dionysopolis que le enaltece como el primero y el más grande de los reyes de Tracia, sólo para resaltar los méritos de un ciudadano griego, Arconion, entre estos el de haber sido su representante diplomático del rey dacio. Dionysopolis, importa recordarlo, se llamará Balcic, y en nuestros días Varna…
Balcic - Dianysopolis - Varna

Además,  César irrumpe en la historia cuando habían pasado unos siete siglos de la fundación mítica de Roma y medio milenio de la real, mientras Burebista no tenía más que la bruma de un tiempo sin historia, como, muy a mi pesar, dice Emil Cioran, ignorando que sin este tiempo nunca hubiéramos tenido una historia. Tenía también la leyenda de Zalmoxis, semilla primordial de una espiritualidad muy fértil. Y las cosechas de las temporadas mejores, bien cuidadas por Dromichetes y sus sucesores.
Así las cosas, para el retrato de Burebista tenemos que recurrir únicamente a los documentos descubiertos e interpretados por la arqueología y la etnología. Los que, al fin y al cabo, son testimonios fieles de su tiempo: Un símbolo, un mito, cierto estilo de vida, reconstituido con el auxilio de algunos vasos y utensilios domésticos son infinitamente más significativos, porque con estos documentos impersonales se puede traer de nuevo a la vida una cultura y te ayudan a descifrar el sentido de la espiritualidad de un pueblo. (Mircea Eliade – Bajo el signo de Zalmoxis)
En este sentido, el empeño de nuestros especialistas de establecer cuál de las dos localidades descubiertas por la arqueología era su residencia resulta inútil: las dos. La primera, Arcidava, en Banato (actual comarca de Vǎrǎdia); y la segunda, Argedava, en Muntenia, por el valle del río Argeş. Dos letras diferentes y una distancia de unos 300 km. entre los dos lugares que por su ubicación podrían ser igual de importantes. Como iguales han sido los resultados de las exploraciones: dos ciudadelas bien grandes, defendidas más por el relieve geográfico que por las fortificaciones, sin ningún recinto espacioso, digno de un rey. Dos residencias, en uso alternativo, y una tercera que estaba construyéndola, donde, sostienen algunos, no había pernoctado jamás: Sarmizegetusa. El punto sagrado de un triángulo que aseguraba la comunicación espiritual del reino.
De este modo, Burebista podía engañar, despistar e incluso tender trampas a los romanos, de cuyas intenciones nunca dudaba. Buen estratega, creemos que el mismo ha fomentado la confusión. Como Átila que, siglos más tarde, bajando hacia Roma para encontrase con Papa León I, desplazaba su caballería durante la noche y los romanos, al verla en otra colina, no sabían que era la misma…
Madrid - 2005 
R - Darie Novăceanu - Et in Balcania ego - 2016

martes, 28 de junio de 2016

Et in Blcania ego



 

…Omnia Romae / cum pretio















En los dos siglos que transcurren desde la incursión de Scribonius Curio y la llegada de Trajano - fronteras entre el viejo y el nuevo mundo -, los intentos de Roma de cruzar el Danubio, han sido parados en las orillas por los geto-dacios. Lo único que han conseguido las tropas romanas en este tiempo, persiguiendo a Mitrídates, el escurridizo rey del Ponto, ha sido acercarse por el sureste, desde Moesia, a Dobrudja, ocupando algunas ciudades como Callatis, Tomis e Histria. Mientras tanto, Burebista – el origen de los fracasos romanos - consolidaba su poderío en el noroeste de los Cárpatos hasta Bohemia y llevaba las fronteras del reino al sur de los Balcanes, en Apolonia, y desde allí, por las costas del mar Negro, hacia la desembocadura del Bug, en Olbia. Y para que la sorpresa de los romanos fuera mayor, Burebista invadía frecuentemente las provincias de Moesia e Iliria, haciéndose con importantes botines y saliendo siempre inmune.



Estamos - por no perder de vista el calendario - justo después de la actuación del general Scribonius Curio, en los años 80 a.C., y nos detendremos en  96 d.C.; intervalo marcado por acontecimientos de relevancia singular. Tanto en Roma, con consecuencias en todo el imperio, como en el sureste europeo, en las orillas pónticas y en la geografía danubiana. Un mundo revuelto que no sabía cómo acabar un siglo para empezar al otro.     

En Roma, entre muchos eventos y bajo la agonía de la republica, se suceden doce emperadores, dos triunviratos, tres guerras civiles, cuatro conspiraciones en la cúpula política y doce asesinatos o suicidios inducidos: Craso (53), Pompeyo (48), César (44), Cicerón (43) Bruto (42), y Marco Antonio (31). Luego, en la nueva era, Calígula (41 d.C.), Claudio (54), Nerón (68), Galba (69), Otón (69) y Domiciano (96).

Sin contar el reguero de muertos dejados por Nerón que, en menos de diez años, sobrepasan los signos del zodiaco, empezando con Británico (55) y culminando con un matricidio – Agripina (59) y un deicidio, en la persona sacra de Séneca (65). Sin olvidar a los perecidos en los seis días del incendio que había arrasado Roma (64). Desgracia que, injustamente, se le atribuye.

Desatadas después del asesinado de César, las intrigas, la codicia, el despilfarro del dinero público, el tráfico de influencia, la depravación y la corrupción se han apoderado de Roma, donde los cónsules se asumían hasta el derecho de escrutar el cielo y observar el vuelo de los pájaros para así emitir sus abusivos e insensatos decretos, con repercusiones nefastas en toda la extensión del imperio.

Entre los asesinos de la patria, el más ruin y corrupto, artífice del inviable segundo triunvirato, ha sido el innoble Marco Antonio, cuya conducta, acciones y maniobras han desencadenado un sinfín de desgracias en las familias imperiales y en la clase política, muchos regateando cargos en las provincias para ponerse a salvo.         

Los detractores han encontrado muchos motivos para culparle. Desde la intención de trasladar la capital a otro sitio, hasta la búsqueda de un estímulo emocional para cantar la caída de Troya. Lo único cierto es que de los catorce distritos de la ciudad, solamente cuatro se han salvado, tres se han convertido en cenizas y los siete restantes han sido seriamente afectados.

            Plinio el Viejo y Fabio Rusticus están entre los acusadores, mientras Marcial y Flavio Josefa lo descartan. Tácito narra las dos hipótesis, deplorando, como Séneca, la fragilidad de las casas construidas sin ninguna regla y las calles estrechas y torcidas. A excepción de las mansiones de los nobles y ricos, de los templos y edificios públicos, el millón de habitantes vivía en un conjunto de barrios indefensos.

            Vuelto de Antium, donde se había refugiado por el calor de julio, Nerón ha reconstruido gran parte de la ciudad, abriendo calles más anchas, pórticos de protección, terrazas y más fuentes, limitando las alturas de la casa y ofreciendo ayudas para edificar en piedra y no en madera.

            Los barcos que subían el Tíber con trigo, cargaban los cascotes hasta las marismas de Ostia.

            Aunque la leyenda negra persiste, Roma se ha transformado bajo Nerón en una metrópoli nueva, muchos de sus proyectos siendo continuados durante Vespasiano.

Las catorce desgarradoras Filípicas, pronunciadas con hombría suicida por Cicerón en el Senado, donde había caído César atravesado por veintitrés puñaladas, dan la medida exacta de la decadencia moral y económica del imperio, que no llegará jamás a lo que hubiera podido ser y no lo ha sido, debido a las convulsiones internas como las provocadas por Marco Antonio.

Como otrora el gran Demóstenes, Cicerón recurre a medios específicos de la retórica – introducción directa, argumentación, polémica, apóstrofes, etc., y psicología – indignación, ironía, sarcasmo, menosprecio -, logrando sus mejores discursos políticos y, a la vez, los documentos más estremecedores y fidedignos sobre aquella época.

La insolencia de Antonio la conocéis – le oímos en la tercera invectiva -, conocéis a sus amigos y asimismo su casa. Su casa que acoge solamente desenfrenados, alborotadores, truhanes, deshonestos, payasos, alevosos, borrachos; su casa es la miseria suprema y la suprema sinvergüenza. Si este es el último destino de la república (¡Qué los dioses aparten la desventura que le cuelga encima!), es mejor que perezcamos con dignidad, en vez de servirla humillados.

Digno, sereno, conciliado consigo mismo – moriré en la patria que la he salvado tantas veces -, en camino de regreso desde Tusculum, el 7 de diciembre de 43, al ver acerarse la escuadra de asesinos, Cicerón pide a sus eslavos que no le defiendan y depongan la litera al suelo. Luego, saca la cabeza, haciendo de su propio cuerpo de cadalso. De este modo – cuenta Tito Livio -, la cabeza (¡de Cicerón!) ha sido llevada a Antonio y, por sus órdenes, ha sido colocada entre las dos manos (¡también cortadas!) sobre la tribuna de donde había sido escuchado con admiración. (…) Alzando los ojos, la gente apenas podría mirar, por entre lágrimas, los miembros descuartizados de un tan gran ciudadano.

No menos mordaz, con la concisión proverbial de su estilo, se muestra Salustius, quien después de la muerte de César, su protector constante, se retira de la vida política. El representante político de los “populares” es el primero que revela las contradicciones internas del imperio e incrimina la venalidad de la aristocracia que había provocado y alargado la guerra contra el rey de Numidia. Provincia donde, por cierto, como gobernador, Salustius había amasado, mediante sus exacciones, una inmensa fortuna. Aún así, en La guerra de Yugurta, su voz se acerca a la de Cicerón: Y ¿quiénes son, ruego mis excusas, los que se hayan hecho dueños de la república? Unos miserables con las manos manchados de sangre, gente de codicia salvaje, la más peligrosa y soberbia, que ha subastado la fe, el deber, la devoción, la honra y la deshonra.

Voces… Que no podrán parar el declive económico ni impedirán la decadencia moral: al final de la república, desde los 300 senadores se llegará a 900. Y en tan sólo 50 años, en la nueva era – entre los años 235 - 284, cuando la anarquía militar – Roma cambiará 25 emperadores, de los cuales 22 serán asesinados. Aún así, en el año 259, la codiciada Silla del Águila será “subastada” por 18 pretendientes…   

Con datos y documentos como estos – y hay muchísimos, igual de ilustrativos -, al Barón de La Brède no le ha sido difícil escribir sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia. Datos y documentos útiles también para comprender mejor los acontecimientos surgidos en los dos siglos – vertientes de los dos mundos - en el sureste europeo y, sobre todo, en Dacia. El único estado capaz, en aquel entonces, bajo Burebista, de enfrentarse a Roma y hacer cambiar, al menos, el futuro de los Balcanes antes de que los confines de sus horizontes se perdieran bajo el celaje de las turbulencias traídas por el sinfín de los males imperiales. Enfermedades sin remedio, a pesar de la exacta y rigurosa anamnesia establecida por Juvenal: …Toda Roma / tiene su precio.

Madrid, 2005

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© Darie Novăceanu – Et in Balcania ego - 2016