martes, 3 de febrero de 2015




Sărbătorile poeziei





Zaharia Stancu (1902-1974)

Con Descalzo, novela sobre su propia infancia, traducida a más de cuarenta lenguas, Zaharia Stancu conquista fama mundial. Ejerció desde muy joven el periodismo; su estilo es directo, polémico y, al mismo tiempo, de gran vibración poética. Autor de un gran número depoemas y de una serie de novelas centradas en el destino de un personaje único, Darie. Fundador de revistas y periódicos, ha pasado años de cárcel y como presidente de la Unión de los Escritores de Rumania ha logrado conseguir dignidad y recursos para esta profesión en condiciones muy dificiles.

Obra. Poesía: Poemas sencillos; Poemas libres; Cartas de la llanura; El

árbol rojo; Los años de humo; Versos; Canción en voz baja; Setenta

poemas; Campana de oro; Poemas con luna.

Narrativa y periodismo:Las flores de la tierra; Los perros; Descalzo; El juego con la muerte;Cuánto te he querido; El bosque loco; En el imperio de la ceniza; Elviento y la lluvia; La tribu errante; Para los hombres de esta tierra; El triunfo de la razón; Las raíces son amargas.



En las orillas

Allí está el mar. Allí la arena.

He sido mar, he sido arena.

El dolor empezó en el momento

en que tuvimos voz y rostro.



¡Mejor hubiera sido, mejor hubiera sido

encontrarte hace mil años!

¡Mejor hubiera sido, mejor hubiera sido

encontrarte hace cien mil años!



Hubiera robado el fuego del cielo… El fuego del cielo…

antes que Prometeo, mucho antes que Prometeo,

y lo hubiera traído a nuestra cueva

en las manos, como se traen las frutas maduras.



Hubiera cazado corzas con mi arco,

búfalos con lanzas de punta quemada.

Hubiera cazado pájaros del Paraíso,

en el bosque del Paraíso para ti.



Hubiera pescado peces de oro para ti,

en este mar tan azul, tan azul.

Te hubiera traído la manzana madura de la luna,

y la cereza roja del véspero.

Mejor hubiera sido, mejor hubiera sido

encontrarte al principio del mundo.



Ahora me siento solo en las orillas, siempre solo.

Miro como rompes las olas espumosas,

miro las huellas de tus plantas en la arena

borradas por el viento. Borradas por el agua.



Allí está el mar. Allí la arena.

He sido mar. Y no me has visto.

He sido arena y no me has visto.

He sido mar… y lo seré aún.

He sido arena… y lo seré aún.

Arena sobre todo es lo que seré…



El árbol rojo

Al borde de las aguas,

al borde de los llanos,

al borde de los cielos,

se alzaron árboles rojos.



Conocí sus frutas: rojas.

Sus hojas conocí: rojas.

Sus semillas conocí: rojas.

El corazón, el corazón, el primer árbol rojo.



Sostenía en las manos la tierra

Sostenía en las manos la tierra, la tierra.

Tú me decías: la hierba, brotó la hierba.

Sostenía en las manos las nubes, todas las nubes.

Tú me decías: cayó la tarde, anochece.



Sostenía en las manos el cielo, todo el cielo.

Tú me decías: anocheció, ya es tarde.

Te traía el sol, el sol te lo traía.

Tú me decías: es tarde, es muy tarde ya…



El polvo del sol

El polvo fúlgido del sol,

el mediodía lo deja caer encima de nosotros,

mas la noche nos sorprende con su almadraba

de hilos secos y destrozados.



Más allá de la ciudad

tal vez ladran todavía los perros,

mas las zarzamoras tupidas y orgullosas

agitan martillos rojos en las manos.



No tengas miedo: la luz de los ojos

no se apaga una vez que se cierran los párpados.

Los ojos de los que están en el negror de las tumbas

se los llevan las aguas por el mundo.



Sobre los pinares el polvo del sol, sobre las casas

doblan las campanas del gran mediodia,

mas los hombres tiemblan bajo la seda

y juegan los corderos de tus rodillas, los corderos.



Vida

Siempre oigo gritos de hordas

y trote pesado de caballos sin herraduras,

y llanto que se aferra a los esclavos castigados

con largos latigazos de llamas y con palos.



Crueles carnicerías, crueles carnicerías

brotan en cualquier parte, muy cerca de mí.

Tengo manchas de sangre en los párpados,

mis manos están mojadas de sangre.



Y estoy sin freno, no tengo armadura,

no ambiciono el laurel de la victoria,

no tengo deseos de matar, de robar, de hacer daño.



Una vieja maldición me empuja a la lucha,

hacia el llano blanco entre apilados huesos,

con el escudo destrozado, con las lanzas rotas…



Regreso

Vuelvo de los luceros olvidados,

de las eternas nieves,

de los majestuosos halcones,

de las cimas como candelabros.



Vuelvo de las luces vivas,

de la piedra dura y áspera,

de los dorados manantiales,

con el redondo sello de la muerte en los labios.



Fauno viejo

Los olivares verdes, más verdes; el manantial claro, más claro,

y las ninfas ágiles y siempre jóvenes.

Solamente él, ya torpe, no puede partir la almendra

más que con las encías ensangrentadas, no con los dientes.



Despuntadas las pezuñas, se las esconde en la hierba,

donde ha caído agotado sobre sus costillas peludas.

Le retiembla la nuca y el tuétano de los huesos.

Baboso, blanco, el labio le cuelga sobre la barba.



Solamente la nariz y el placer son siempre jóvenes,

y cuando las mujeres pasan aún descalzas por el bosque,

salvajemente saltaría delante de ellas

para cabalgarlas bajo su jadeante aliento.


Intenta gritar: apenas una señal esforzada.

La garganta no le sirve; le tiemblan los párpados.

Después recuerda que perdió su vigor

e implora mentalmente a los dioses

que lo entierren bajo la hojarasca, piadosos.

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© Darie Novăceanu - 2015