viernes, 11 de abril de 2014




La Guerra Fría calienta cabezas
2. Desde Londres a Kremlin





Nadie hasta Gorbachov, decíamos,  había ideado un instrumento político semejante a la perestroika. Ni era concebible más que por un marxista que había aguantado los avatares de la doctrina, confiado en las virtudes de su pueblo, en los valores de su permanencia en la historia, en sus hábitos, costumbres y creencias. 


Una herramienta así, para la democracia práctica, aplicada con transparencia, necesitaba cuadros adecuadamente preparados para usarla. Dar en el blanco sin bala y vencer, insistíamos, es difícil, para muchos inimaginable. Y es justo en este punto onde Gorbachov ha errado sin equivocarse. Ha errado por...certero: la cúpula del poder soviético estaba edificada encima de los cimientos ideológicos pensados por Lenin y ejecutados por Stalin, empezando con la liquidación física de los opositores, camaradas de muchos caminos.

Lenin había construido el sistema, el sistema había construido a Stalin que, a su vez lo había perfeccionado, consolidándole con el miedo de todos los temores, del terror y de la muerte. Más claro aún: Lenin había levantado las cárceles y Stalin las había colmado de inocentes.


Experimentado, conociendo la causa de los fracasos, Gorbachov no había vacilado en ir contra los cimientos mismos. Y es así que, desde Moscú, la Meca del comunismo, más exactamente desde Kremlin, la Kaaba de los creyentes rojos, el 26 de abril de 1989,  había apuntado hacia la cúpula misma, rebanando de una tajada ciento y diez altos dirigentes del partido. Ciento y diez cargos históricos, algunos más antiguos que las sillas que ocupaban. Salvo el más lucido, Andrei Gromiko, que después de sesenta años de vida política, siempre ileso, ha dejado la silla por voluntad propia.

Al percatarse del riesgo que supone la aparente longevidad de los políticos y el envejecimiento de la política, Gorbachov ha tenido la osadía de combatir los dos fenómenos que perjudican por igual el progreso de la sociedad. Una verdad que la ley de la naturaleza en sí la ensaya y demuestra cada vez, pero la naturaleza humana la desoye y desafía. Y es que, cuando se hace de noche en el cuerpo, también se hace tarde en el espíritu y las ideas son semilla estéril y el alma barbecho. Enquistada en principios inamovibles, la política envejece también. Siempre caminando, la vida no se detiene nunca. Para ella, el paso marcado significa tiempo sin espacio. Y sin espacio, no hay futuro, ni horizontes para alcanzarlo.

Con la destitución de los dirigentes del partido único, Gorbachov no tenía de vista tanto a los políticos petrificados en sus poltronas, como y sobre todo, al sistema mismo que, cantonado en un pasado de leyendas más que dudosas, hacía que los jóvenes cuadros directivos envejezcan temprano. Con los destituidos, desaparecían miles de activistas del centro y con ellos, al nivel de las repúblicas socialistas soviéticas, muchos miles más de activistas locales; los pequeños czares de provincia que, al dejar sus funciones, perdían asimismo las relaciones imprescindibles con el poder unional.  Huérfanos  de un futuro que tardaba en llegar y herederos de un pasado que se negaba irse, pero no habrá de servirles para nada.

Mucho antes de ser elegido secretario general del Partido, Gorbachov ha sido partidario de la reforma del sistema político y económico y la democratización del país dentro de un proceso gradual, siempre en el ámbito de una opción socialista. Con más aplicación cuando, ya en el Kremlin, llegará a conocer a fondo los medios ocultos del poder. Menos importantes, al fin de cuenta, que los entresijos de la burocracia político-administrativa, el mecanismo más eficaz del sistema, que cumplía esmeradamente con sus deberes, suplantado las iniciativas y la actuación de los factores directos de decisión.

La planificación de la economía y los planes de producción, los medios y las fuerzas de trabajo, las materias primas y la energía, los productos y las cuotas, la valía y la plus valía, los precios y la venta, los salarios y los beneficios, etc., todo bien medido en las manos de la burocracia, que podría convertir cada casilla en agua de cerrajas.

El centralismo democrático, un desatino inventado por Lenin para la sumisión ciega de la voluntad humana, hacía estragos a todos los niveles, desde abajo hacia arriba, escalón tras escalón, hasta la cúpula. La bóveda celeste donde anida el Poder cual Espíritu Santo. Guarida para engendrar totalitarismos y dictadores.



Nada casual que Gorbachov, tratando de contrarrestar el disparate leninista, recordando, tal vez, a Hegel y su pirámide invertida por Marx, subraya: la perestroika es una pirámide que desde la altura penetra en el fondo de la sociedad, de la clase obrera, de la intelectualidad, de las escuelas, de los institutos científicos.

Lo dice en el seno del Politburó (marzo-abril de1987), cuando se debatía el Gosplan y el Gossban, donde Gorbachov acababa de llegar después de haber contado los tractores K-700, las maquinarias, las viviendas urbanas y las isbas, el pan, la carne, los sueldos y el descontento general del pueblo.

“He aquí, un ejemplo – intervenía en el debate. Los compradores se quitan de las manos los frigoríficos de Minsk...la fábrica puede aumentar su producción, pero la cuota lo impide, porque los recursos vienen determinados por ella.”



Frente al aluvión de desgracias e injusticias, en menos de cuatro años Gorbachov había logrado reanimar la economía y, sobre todo, despertar la conciencia individual y colectiva del pueblo. El despertar del alma eslava, hecha a la medida del Volga.         
Una otra sociedad, al margen de las asentadas en la historia, tomaba cuerpo cada vez más claro. La glasnost ponía luz y abría caminos, mientras la perestroika desataba energías y dinamismo. Hacía falta tiempo para pensar bien las cosas y voluntad para hacerlas bien. Para no destruir sin poner algo mejor en lugar. He aquí algunas consideraciones suyas:

La propia lógica de la perestroika, además de las dificultades económicas y sociales de nuestro país, nos obliga a plantearnos la necesidad de acometer cambios fundamentales en nuestro sistema económico. Se trata de elaborar un nuevo modelo de economía: pluralista, con diferentes formas de propiedad y de gestión, dotada de una infraestructura moderna.// La lentitud de la perestroika es fatal.// Aquí, lo que falta es tiempo.// Nuestro talón de Aquiles son los cuadros.// No consentiremos que los que hacen mal el trabajo se mantengan en sus puestos.// Hay un apego muy fuerte al conservadurismo. Si no lo superamos, la perestroika morirá.// La perestroika es nuestra última oportunidad. Si fallamos ahora, las pérdidas del país serán enormes. No debemos permitirlo y no lo permitiremos, estoy seguro.// La reestructuración está en el ánimo del pueblo. El destino del país y del pueblo está en juego. Si nos paramos, será nuestra muerte.

Todas y cada una de estas proposiciones, algunas recogidas de sus  Memorias de los anos decisivos.1985-1992 - Globus Comunicación, Madrid, 1994 – de sus discursos   a puertas cerradas o intervenciones públicas, son exhortaciones. Un centón de gritos, ruegos y conjuras, para sacar de inercia secular un imperio, en cuya extensión se encienden y apagan diez horas legales. Un imperio arruinado, sumergido en la indigencia y toda clase de privaciones y menesteres. Exhortaciones para despertar del letargo social un estado – tal como mencionábamos -  con 154 nacionalidades, entre ellas 57 con territorio propio, 125 lenguas censadas, más muchas otras etnias, aún desconocidas, fragmentos de pueblos perdidos en los más inhóspitos lugares de la tierra.



Exhortaciones  para renovar y hacer funcionar las máquinas ejecutivas de la       burocracia de un territorio administrado por un centenar de ministerios federales y unos ochocientos ministerios y departamentos de las republicas que deambulaban bajo la bandera roja del partido único. Un país, al fin de cuentas, desgastado por una carrera armamentística extenuante.

¿Cómo y con quién hacer caminar a este gigante encadenado, cuando lo primero que se tenía que hacer era saber cómo desatarlo? Una dificultad mayor que todas, con la que se había topado, según lo reconocerá - más sinceridad no cabe en un político -, cuando ya no era secretario general del partido único, ni presidente del imperio arruinado y del estado aletargado: La amarga experiencia me ha convencido decididamente del antihumanismo y de la ausencia de futuro del “socialismo” impuesto por Stalin y que, en realidad  no tenía nada de socialismo.

Esto era también el convencimiento de los pueblos de Europa del Este. Los que habían padecido esta amarga experiencia, al ser los únicos en la historia que en la Segunda Guerra Mundial, habían librado dos guerras: una contra el comunismo, al lado de los alemanes y otra contra el nazismo, al lado de los rusos.

Y todo esto para que al final sean esclavizados por Stalin, con la benevolencia irresponsable de las potencias occidentales vencedoras. Así, con una inocencia épica, en la que se juntan mucha comodidad y una cierta infamia, el Occidente ha permitido la expansión del comunismo, con tal de detenerse en los mojones de sus fronteras, garantizadas luego por el Muro de Berlín.



Por estremecedores que sean, los testimonios de los que han padecido las desgracias de aquel periodo, recogidos en libros de memorias, no logran transmitir todo el dolor. Hace falta su transfiguración literaria, privilegio de los bendecidos con este don, que en Rusia, después de Dostoievski, nunca han sido pocos. Pienso en Bulgakov, Pasternak, Solzhenitsin, Brodski, Mandelstam, Ajmátova, Tsevtáeva, Babel, Pilniak, etc., mártires rusos del siglo XX, por sacrificar su vida para salvar a la de otros. Sosteniendo una batalla permanente contra la degradación moral y social de la cultura y de las artes enroladas al realismo socialista. Paranoia estaliniana llevada al paroxismo por nulidades o falsos rapsodas como Djambu Djabaev o Demian Biedny que, por orden de Stalin, vivía en el mismo Kremlin, disfrutando de todos los honores.

Pocos se acuerdan hoy de esta mitología torcedora del espíritu, la cual ha hecho que generaciones tras generaciones se amolden a sus cánones. Jóvenes que se habían olvidado por completo de estos mártires del espíritu y de otros más como han sido  Blok, Briúsov, Bunin, Esenin, Maiakovski, para aprender las odas de Djabaev.

Jóvenes que recitaban  Stalin pasa por el campo //  y la hierba crece bajo sus pies...-, hasta la saciedad que veían salir los brotes verdes. Y no creían que detrás de sus pasos los campos quedaban sembrados por millones de muertos.  



Mas como era de esperar,  entonces como ahora, acorde con sus convicciones políticas, lo que más le interesaba al Occidente en conocer, no era el nuevo modelo económico que se proponía y buscaba desesperadamente Gorbachov, sino averiguar y reforzar la vigencia de las dificultades que le salían al paso.

A la expectativa, los líderes occidentales no tienen prisa en ir a la Kaaba roja. Esperan a que la perestroika se resquebraje. Que es como habrá de suceder. Se ha hecho trizas dentro del imperio que seguía soñando, su llegada siendo algo así como el aterrisaje de una nave cósmica en un mundo de somnámbulos.


Pero la misma perestroika - y esto no lo esperaban ni lo pensaban – se ha hecho fuerte  más allá de las fronteras de la URSS. Se ha extendido por sorpresa, cubriendo paso a paso la geografía este-europea. La había resucitado. Y ésta se había puesto de pie, justo a los pies del Muro que se venía abajo, y se ha puesto a caminar, dejando al Occidente indefenso frente a males mayores. 

Sin el desplome repentino de esta paradoja de la inmune insensatez política, supuestamente capaz de cerrar el paso del tiempo, de las estrellas y del hombre, los eventos históricos conocidos por el Este europeo no se hubieran producido. Ni el dictador rumano hubiera sido destronado. Ni su muy bien escenificada defenestración, cumplida por una Trinidad pasajera – Bush, Gorbachov y Mitterrand -, hubiera podido desprestigiar el comunismo, mostrándoselo como el mal de todos los males del mundo.



La participación del líder soviético en esta “Trinidad” no ha sido nada casual, ni tampoco por voluntad propia. Tema que bien merecería un trato a su medida, al antojo de los mejor preparados. En cuanto a mi me atañe, considero útil refrescar la memoria que a veces recuerda minucias antiguas e ignora hechos recientes, trascendentales. Entendiendo que la perestroika no cuajaba dentro de su imperio sin el apoyo de los países socialistas, Gorbachov ha encontrado este apoyo en todas partes, menos en Rumanía, donde Ceauşescu se ha mostrado siempre insumiso y prepotente. Durante su visita e Bucarest (mayo de 1985) todo lo que Gorbachov le presentaba como novedad, el líder rumano lo consideraba agua pasada. Nada de autogestión administrativa (“La hemos probado y no funciona.”), nada de perestroika, su fundamental herramienta ideológica y económica  (“Nosotros ya lo habíamos hecho hace mucho, con la reestructuración.”). Luego le ha ofrecido un almuerzo en el Comedor de los trabajadores del Combinado 23 de August, donde, muy caliente, toda la comida había sido traída del Hotel Intercontinetal, incluso la cubertería y los camareros... 


Gorbachov y Raisa, Bucarest, mayo de 1987

Es así, que en tan sólo tres meses, los tres de aquel otoño, todos los jefes de estado de Europa del Este habían dejado el poder, sin muchos aspavientos, y habían despejado el paisaje, echando la broza seca bajo los escombros del Muro de Berlín. Menos Ceauşescu, que seguía en sus trece, para la desesperación del Occidente.

Tanto que después de Malta – la veremos a su tiempo – Mitterrand ha tomado el toro por los cuernos, haciendo de lanzadera entre Gorbachov (Kiev, 6 de diciembre de 1989) y George W Bush  (Isla de Saint-Martin, Antillas, 17 del mismo mes.)

Y, volviendo al principio, sin los cambios políticos que se sucedían en la Unión Soviética, la paradoja de hormigón armado hubiera resistido, tal como sostenía Erich Honecker, arrendatario del óbice: El Muro seguirá de pie en cincuenta o cien años más.

 Predicción infirmada  en muy pocos días.


Madrid, 2001-2014

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© Darie Novăceanu, 2014. Reservados todos los derechos.