sábado, 12 de abril de 2014




La Guerra Fría calienta cabezas


3.El llanto de Jeremías sobre las ruinas




Puerta de Brandemburgo, 1945
Noviembre de 1989. Después de 28 años, 2 meses y 3 semanas, con sus 1393 kilómetros – 217 menos que la distancia entre Moscú y Potsdam -, el Muro de Berlin se habia venido abajo, derribado por el soplo de dos palabras: glasnost y perestroika. Transparencia y reestructuración. 



Puerta de Brandemburgo - El Muro
Y conviene recordar que, aunque deseándolo, las potencias occidentales no estaban preparadas para este suceso. Desprevenidas, iban tan confusas que parecían dispuestas a ofrecer andamios nuevos para recuperar el símbolo de sus nunca confesadas debilidades. Esto explica por qué frente a un acontecimiento que cambiará el mundo, dan un paso atrás y ponen en la primera fila a segundos o terceros.

Avanzadilla errática en un campo de batalla insólito, donde el tiempo y el espacio se habían reconciliado, privando a los dos bloques de razones y motivos adversos para estar con el dedo sobre el gatillo.

Así, desde la mayoría demócrata del Senado americano, George Mitchel consideraba la caída del Muro como un gesto desesperado de supervivencia, dejando que el portavoz presidencial, Martín Fitzwater, sea más sincero: La decisión alemana oriental había tomado la Casa Blanca por sorpresa, mientras el Secretario de Defensa – que no era otra persona que Dick Cheney – daba un paso más, convencido que ahora las posibilidades de un conflicto bélico entre el Este y el Oeste son menores que durante cualquier periodo de la posguerra y encargaba al general Peter Williams para asegurar a las autoridades de Bonn que SUA ponía a disposición por seis meses, 980 camas existentes en sus hospitales militares, en Baden-Wurtenberg y Renania, para la riada de refugiados procedentes de la Alemania del Este. Riada que no se ha producido: de las 55.500 personas que pasarán al Oeste en el primer día, solamente 3.250 tardarán en volver a casa, sabiendo que podrán salir tantas veces como lo hubieran querido.



El Muro de Berlin
Tal vez, por este inesperado regreso, un día después, el presidente George Bush consideraba dramática la situación, añadiendo que no sabía cuál sería el siguiente paso del  gobierno de la RDA, por desconocer qué relación establecerá con sus hermanos federales, puesto que era muy pronto para saber si una eventual reunificación alemana estaba más cerca. Por esto, a la pregunta sobre la caída del Muro, su respuesta ha sido tan ambigua: Me alegro, pero no soy un hombre demasiado emocional.

Diez años más tarde, durante el coloquio conmemorativo organizado por la revista Welt am Sonntang, corregía la frase por soy un hombre prudente, pero nada temeroso y añadía: Reconozco que quedamos conmocionados por la velocidad con que se producían los cambios..

Desde Londres, también con demora, la autoritaria dama de hierro reconocía de paso, la visión y el valor de Gorbachov, para acompañar muy de cerca al poco emocionado Bush: El derrumbamiento del Muro – resaltaba- no debe implicar el del sistema defensivo occidental. Si EEUU se hubiese quedado en Europa tras la Primera Guerra Mundial y hubiese existido la OTAN, no creo que hubiésemos tenido la Segunda Guerra Mundial. No lo olvidemos. A continuación rehúsa hablar de una hipotética Alemania reunificada. Porque  sería ir demasiado de prisa. En su opinión estas cosas hay que hacerlas poco a poco, con mucha precaución.

La Thatcher, reconozcámoslo, es la única voz que más opiniones suelta. Pero pecaríamos de inocentes su creyésemos que son fruto de un estado emocional. Siempre  muy sensible al caminar de la historia, no desandaba a ojos cerrados los setenta años, para volver a Versalles (1919), sino que trataba de llevar el futuro hacia un pasado inexistente, imaginado según sus deseos. La “hipotética Alemania reunificada”  estaba a la esquina que amanecía, y esto suponía un cambio radical en la política internacional, donde Londres tenía muchos motivos para ver disminuyéndose su poderío.



Gorbachov, Bush, Kohl
Hasta el mejor sabedor de los mismos caminos, pensando en llevarlos hacia otros derroteros,  François Mitterrand, andando aquellos días por Dinamarca, se retiraba vacilante detrás del burladero hamletiano – La decisión de la RDA abre vías mejores para Europa, pero más difíciles -, encargando a Michel Rocard y Roland Dumas con la interpretación del críptico mensaje.

Descifrado desde Bruselas, por Manfred Wörner, secretario general de la Alianza Atlántica, ex ministro alemán de Defensa, no vacilaba en puntuar la incógnita: si los cambios políticos en Europa del Este tomarán un giro violento, podrían tener consecuencias desastrosas.

Al lado de estas circunspecciones, reflexiones, y advertencias, el pensamiento  claro y la voz pausada del papa Carol Woityla: será el pueblo alemán el que deberá decidir en el futuro la forma que tomarán las relaciones entre los dos Estados, añadiendo luego el matiz necesario: no se puede echar atrás el reloj de la historia.


Juan Pablo II
Obviamente, detrás de todas estas declaraciones – la hemeroteca da para más -, se encuentra la materia prima, los borrones, los cables de los servicios de información y las conversaciones telefónicas, a varios niveles, de los gobernantes de los dos bloques que por lo pronto, quedaban sin línea divisoria. Archivos irrelevantes todos, si es que no habían traspasado el desconcierto evidente, determinando otras actitudes. Como la presencia inmediata de Bush, en Berlín, al lado de los escombros del Muro.

Sugerida aquella misma noche por sus colaboradores, Bush ha tenido el buen cuidado de desoírla, según confesará durante el mencionado coloquio, ofreciendo una explicación más que razonable, pero incompleta: No sabíamos qué fuerzas se podían desatar – cuenta -  y aclara: No queríamos complicar aún más la vida de Gorbachov, puesto que era inmoral ponerle el dedo en el ojo.  Motivación estupenda, conservando para sí el motivo fundamental: el encuentro a solas, lejos de las miradas del mundo, en las aguas de Malta, estaba ya establecido (2-3 de diciembre), con los materiales previos de trabajo bien elaborados.


Puerta de Brandemburgo, hoy
Además, una foto de Bush, junto al Muro caído, como 
 las tan ridículas apariciones de Jon F Kennedy (Yo soy un berlinés. - 23 de junio de 1963) y Ronald Regan (¡Señor Gorbachov, derribe usted este Muro! -12 de junio de 1987) no habría adquirido mejor significación. Lo más que hubiese podido traer a la memoria este nuevo retrato hubiera sido algo así como un segundo llanto de Jeremías sobre las ruinas, tras la toma de Jericó y la caída de sus muros: Y cuando el pueblo oyó el sonido de la trompeta, comenzó a gritar con grande algazara, y se derrumbo la muralla y el pueblo subió, cada uno por la parte que tenía frente a sí y tomaron la ciudad. (Josué. VI, 20)

Ninguno de los tres era Nabucodonosor.

Madrid, 2001- 2014

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© Darie Novăceanu – 2014. Reservados todos los derechos