miércoles, 23 de abril de 2014






La Guerra Fría calienta cabezas


4. Desde los manantiales de Potsdam a las orillas de Malta

            Los ríos subterráneos de la historia
En las sociedades llamadas primitivas, todo secreto es un peligro.
Lo que se oculta se convierte en un peligro para el hombre y la colectividad.
Mircea Eliade
Potsdam. El castillo y el parque de Sans-Souci


Sorprendentemente, ninguna de las escuetas declaraciones, cuando la caída del Muro de Berlin, haya mencionado la muy cercana Cumbre de Malta. Faltaban menos de tres semanas hasta el encuentro entre los dos líderes mundiales, Bush y Gorbachov, y es de suponer que los documentos previos a las conversaciones habían sido elaborados y reelaborados antes y después del desplome, corrigiendo o añadiendo párrafos acordes con las nuevas circunstancias político-militares.

            
Malta. Vista general
 Un acontecimiento histórico de tal envergadura no surge como los fenómenos impredecibles de la naturaleza física, que habitualmente traen desastres. Nada de esto, la Cumbre de Malta ha sido un acto de la voluntad humana para prevenir e impedir nuevas desgracias y calamidades.

Después de la Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de 1945), entre Stalin, Roosevelt y Churchill, cuando la Segunda Guerra Mundial daba sus últimos coletazos (el Ejercito Rojo se hallaba a 70 kilómetros de Berlin, y las fuerzas anglo-americanas tocaban las riberas del Rin) y, sobre todo, después de la Conferencia de Potsdam (17 de julio – 2 de agosto, el mismo año), entre Stalin, Harris S. Truman y Churchill, no había habido un evento mundial de importancia igual a la Cumbre de Malta. Con una gran diferencia: mientras las dos primeras habían dividido el mundo, se lo habían repartido y   habían instalado por doquier toda clase de tabiques, cortinas y murallas, la tercera se proponía quitarlos, arrancar de raíces la mala hierba de las enemistades, renunciar a las fuerzas bélicas y disfrutar conjuntamente de la vida, cada uno en su casa y en paz.  

No había habido un evento trascendental como este, sin ningún preámbulo en las crónicas de las relaciones internacionales. Siempre se ha sabido algo de antemano. Con más motivo en este caso, cuando de los Tres Grandes quedaba solo dos superpotencias militares que, tras la caída del Telón de Acero, perdían la razón de serlo.

 
Churchill -Truman- Stalin. Potsdam 1945
Aun así, el secretismo que envuelve Malta, desde sus comienzos hasta los desenlaces, ha tenido sus fines y metas. Pensar que una vez desaparecidas las adversidades, los cuarenta años de la Guerra Fría se esfumaban también, llevándose con ellos las heridas, los sufrimientos y las ideologías, sería dejar de pensar. Una ridiculez. Porque la historia no es ciencia, sino conocimiento de lo casual y perecedero. Referencias imprescindibles para entender actitudes presentes y sucesos por venir.



Lo insólito e inesperado de este encuentro entre Bush y Gorbachov, ha sido que el primero ha querido ser y ha logrado quedarse como el único dueño de todo el mundo. Un solo emperador para los dos imperios. ¿Por qué deben de existir dos imperios, de Oriente y de Occidente, cuando basta con uno solo? Ni Teodosio, recuerda la historia, dejando la herencia imperial a sus hijos, Arcadio y Honorio, ha hecho que la muy deseada paz sienta sus reales en un continente todavía sin nombre.

Teodosio creía que entre hermanos, el tiempo pasara pacíficamente, con sus dos riberas, igual de fértiles. Se equivocaba, en cuanto a hermanos. Pero no con el tiempo, gracias al rey visigodo Athanarico que – según veremos en otro lugar – para que el tiempo sea uno solo, había renunciado al suyo. Pero Bush-padre no se ha equivocado en nada, al tenerse a si mismo y un hijo solo. No por nada, propagada por doquier, la figura de un emperador único ha cundido tanto que a un catecúmeno, de los que andan por las estepas del Internet, no le han faltado humor e imaginación para colocar sobre la coronilla de Bush-hijo una diadema imperial a medida. Gesto nada pernicioso que no he desaprovechado, puesto que el humor es siempre saludable y la imaginación nos acompaña en muchas soledades.


 
Para decirlo claro: el artífice que ha hecho posible la Cumbre de Malta ha sido Mijail Gorbachov. Más claro aún, tajantemente: el líder soviético había plantado el árbol y el líder norteamericano recogía los frutos, elogiando al cultivador. Con todo el cuidado. De ahí, el secretismo cuyos aperos hoy están a la vista. Pero no lo estaban en aquel entonces, ni poco después, sino ahora, cuando el árbol se ha caído y el mundo vuelve a temblar y piensa en nuevos muros, levantando las lapidas de los aletargados resquemores nacionalistas y los odios étnicos.

 
Gorbachov y Bush. Malta 1989
Tal como pasa ahora mismo en Ucrania, que pone en evidencia la verdad trágica de la palabra soviético, que jamás ha significado nacionalidad ni siquiera ciudadanía, siendo tan solo un embudo ideológico que se ha tragado pueblos enteros.

No cabe duda alguna de que él que haya sabido sacar más y mejor provecho en la Cumbre de Malta, ha sido George W. Bush, inquebrantable en su credo imperialista. Y no Mijail Gorbachov, cuya honradez y militancia marxista no habían menguado ni un ápice. Cada vez más convencido en la renovación del socialismo (sin Stalin) a base de reformas, que tenían que ser transparentes  y venir desde abajo.

Para Gorbachov, todo lo sucedido en el Este europeo confirmaba la virtud y la validez de su perestroika. Empezando con el desplome del Muro y el desmantelamiento de los gobiernos totalitaristas. Incluida la hoguera simbólica de la estatua de Lenin en Bucarest (3 de julio de 1986). Acto desesperado, acometido por los obreros para marcar el distanciamiento del autoritarismo de nuestro líder. Llantas desgastadas, amontonadas encima del bronce, chamuscando más a Ceauşescu que a Lenin. Él que nos saludaba cada mañana desde la peana de mármol rojo caucáseo, frente a lo que era y sigue siendo Casa de la Prensa. Sin la prensa que necesitamos y nos la mereceríamos.

La estatua de Lenin que, al final de todo, he tenido la suerte de verla caída, cara al cielo, con la mano tendida, sobre la hierba del parque del Palacio de Mogoşoaia.



La estatua de Lenin - Bucarest
Paradójicamente, el efecto perestroika no ha funcionado del mismo modo dentro del imperio soviético, donde funcionan diez horas legales. Arraigada a duras penas en el barbecho de tantos hábitos,  había  perdido el entusiasmo y la adhesión inicial de la gente, otra vez frente a la escasez de toda clase, sobre todo los productos alimenticios.

 Crisis que no ha pasado inadvertida a los desconfiados desde siempre en la realidad de los milagros, recogiendo con voluptuosidad los signos de malos augurios. Entre los primeros que ha vislumbrado el ocaso, ha sido Zbigniew Brezezinski, polaco por más senas, nacionalizado norteamericano, cuyo muy controvertido libro, El gran fracaso. “Nacimiento y muerte del comunismo en el s.xx”, tiene más actualidad ahora que en los años de se elaboración (1986-1988).

Desde los primeros párrafos, Zbingniew Brezezinski afirma: “La mayor incertidumbre (...) radica en si el comunismo desaparecerá pacífica o violentamente”. (Cito de la edición española – Maeva Lasser – Madrid, 1989). Luego, siguiendo muy de cerca los síntomas de la desaparición, apunta: “Cuarenta años después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno soviético mantiene todavía el racionamiento de la carne, y últimamente esta racionando el azúcar. El semanario soviético Nedelya, informa en su número del 27 de julio de 1988, que los residentes de la ciudad de Sverdlovsk y su región han recibido “cuartillas de racionamiento con cupones color amarillo pálido. En cada bloque de viviendas se ha nombrado una persona encargada de su distribución. Unos 800 gramos de salchichas cocidas al mes [...] 400 gramos de mantequilla. Y dos kilos de carne al año – para las fiestas de mayo y octubre -. Algunos fines de semana no se encuentra ni pasta ni sémola en las tiendas”. Nedelya añade: “con  los tiempos que corren, mejor no hablar a esta gente de la perestroika.” (Op. cit. pág. 213)


En las páginas anteriores, hablando del proceso de la descentralización, el Consejero para la Seguridad Nacional con el presidente Jimmy Carter, observa con conocimiento y agudeza: “Una China descentralizada seguirá siendo una sola China; pero lo más probable es que una Unión Soviética descentralizada se convierta en una Unión Soviética desmantelada. (Lo subrayado es mío.).


Descentralización muy improbable, en el caso de China, pero más que factible en el caso de la Unión Soviética. Por muchas razones, entre estas una equivocación de Gorbachov mismo, al empezar sus reformas con el glasnot (transparencia ética) y no con la perestroika (reconstrucción económica), mientras los chinos lo han hecho inversamente. Lo que le brinda a Brzezinski una constatación lógica: “Gorbachov ha desatado fuerzas que favorecen más una discontinuidad histórica que una continuidad.” Y una pregunta de...geriatría ideológica: “¿Es la política de Gorbachov un signo de renovación o de envejecimiento del comunismo?” (Id. pag. 219).

Todo esto, cuando su árbol, tan mimado y siempre cuidado, empezaba fructificar,  el polemista polaco-norteamericano anticipaba: “De hecho, la muerte de la perestroika de Gorbachov puede ser el precio que tenga que pagar la Unión Soviética por la conservación de su imperio exterior”.

Lenin - El parque de Mogoşoaia, 1991

Tal vez, el presidente Bush había aprendido de memoria este vaticinio y lo ha tenido muy en cuenta durante la Cumbre de Malta. Gorbachov mismo tenía sus barruntos. Tanto que, sin decirlo directamente, se había visto obligado a desafiar el concepto de la infalibilidad del Partido, ideando otro “totalmente nuevo en la política internacional, impulsado por la perestroika y la nueva forma de pensar: el concepto de la confianza.” 
(Mijail Gorbachov - Memorias de los años decisivos 1985-1992. Globus Comunicación – Madrid 1994. Pág. 220).


Una confianza colectiva. O sea, de todos, en todos y para todos. Tarea tres veces complicada, que bien podría dejarte en el umbral de la desconfianza personal.
Quizás, en esto pensaba más a menudo. Y se sentía solo. Confiado aún en la complicidad del tiempo. Creía que trabajaba a su favor. Pero había descubierto que para muchos el Muro se había convertido en realidad, justo después del derrumbe. Y algo así, que no está a la vista, si no imposible, es difícil de desmantelar. Más que la estatua de Lenin y las de sus prosélitos. 
    
  
Potsdam. El castillo después de la Seguna Guerra

La perestroika era un instrumento ideológico excepcional, pero no funcionaba  sin los mecanismos adecuados. La Revolución de Octubre (locomotora de la historia...), sin los vagones para los obreros que tenían que llevarla a buen término, ha sido inútil. Tenía que buscar cuanto antes vagones.
 



Bucarest- Madrid, 1991/2014

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© Darie Novăceanu – 2014