sábado, 9 de mayo de 2015

LUCIAN BLAGA -9 MAI 1895







Lucian Blaga (1895-1961)
Poeta y filósofo, estudió en Brasov, su ciudad natal, y se graduó de
doctor en Filosofía en Viena. Su mundo lírico abarca la vida campestre
y los eternos movimientos de las estaciones dentro de una particular
mitología dispersa en el misterio de lo vegetal. Las palabras de Blaga
poseen un extraño encanto rítmico. Sus últimos poemas tienden a
exaltar la esencia vital de la naturaleza, lo que da una nueva luz al universo
de este hondo y meditativo poeta. Su rechazo categórico al marxismo
y comunismo le supuso años de marginación y le privó del
Premio Nobel, en 1956, bajo las presiones ejercidas por el gobiemo
rumano de entonces.
 
Obra: Poesía: Los poemas de la luz; Los pasos del profeta; En el gran
correr; La alabanza del sueño; En el vacilar de las aguas; En el castillo
de la añoranza; Los insospechados peldaños. Teatro: Zamolxis; El
maese Manole; La cruzada de los niños; El arca de Noé; Anton Pann.
Filosofía: La filosofia del saber; La trilogia de la cultura; La trilogia de los
valores. Narrativa: La barca de Caronte.
 
El roble

En la clara distancia, desde el pecho de una torre,
siento cómo se quema el corazón de una campana.
Y en los dulces sonidos
se me antoja
que gotas de silencio y no de sangre
son las que corren por mis venas.

¿Por qué, oh, roble, en el umbral de la selva,
cuando a tu sombra me acojo
y me acaricias con tus hojas trémulas,
por qué me vence con sus alas frágiles
tanta paz?

Imposibile saberlo. Tal vez de tu tronco
muy pronto han de hacer mi ataúd.

Y es quizá el silencio que me espera
dentro de mi ataúd el que ahora siento.
Gotea en mi alma desde tus hojas
y mudo
escucho crecer en tu tronco el ataúd.
Mi ataúd
creciendo en ti con cada instante que pasa,
oh, tú, roble en el umbral de la selva…

 




Quietud
 
Tanto silencio me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en mi ventana.

Una voz ajena
despierta dentro de mi alma
y canta una canción dentro de mí
con un ansia que no es mía.

Se dice que los antepasados
que han muerto antes de tiempo,
con la sangre aún joven en las venas,
con grandes deseos en la sangre,
con mucho sol entre los deseos,
vuelven
para seguir viviendo dentro de nosotros
la vida que dejaron de vivir.

Tanto silencio me rodea que me parece oír
el choque de los rayos de la luna en mi ventana.

¡Ay, quién sabrá, alma mía,
dentro de qué pecho
cantarás tú más allá de los siglos,
en las dulces cuerdas del silencio,
en las arpas de la sombra –tus ansias ahogadas
y la vencida alegría del vivir! ¿Quién sabrá?
¿Quién sabrá?
 
Melancolía
 
Un errabundo viento borra sus lágrimas frías
en los cristales. Llueve.
Inquietantes tristezas me llegan, pero todo
el dolor que siento no lo siento en mí,
en el corazón,
en el pecho,
sino en las gotas pasajeras de la lluvia.
Injertado en mi ser el inmenso mundo,
con su otoño y su crepúsculo,
me duele como una llaga.
Hacia las peñas pasan las nubes de rebosantes ubres.
Y llueve.
 
Carta
 
No te escribiría ni siquiera esta línea,
pero los gallos cantaron tres veces en la noche
y tuve que gritar:
Dios mío, Dios mío ¿de quién renegué?

Soy más viejo que tú, Madre,
pero así como tú me conoces:
algo cargado de espaldas
e inclinado sobre las preguntas del mundo.

Ni hoy entiendo aún por qué me enviaste a la luz.
¿Solamente para andar por entre las cosas
y hacerles justicia, diciéndoles
cuál es más verdadera, cuál es más hermosa?
La mano se me detiene: eso es muy poco.

La voz se me apaga: eso es muy poco.
¿Por qué me enviaste a la luz, Madre,
por qué me enviaste?

Mi cuerpo cae a tu pies,
pesado como un pájaro muerto.
 
Ocaso
 
Sobre las mismas casas y las mismas cosas
dobla la campana del atardecer.
Me quedo en la encrucijada,
bajo el mismo cielo, con un día menos.
¿Qué fuegos se están apagando con los años
por debajo de los puentes? ¿Qué barcos nuevos?

Desde los muros me está buscando
la hora de las sombras.
¿Qué portón se está derrumbando?
¿Qué puerta se está abriendo?
Salen las edades y dejan caer sobre mí
auras de ceniza.

Demorándose bajo tiempos trastornados
¿qué amigo me corta el camino?
¿qué enemigo me sale al paso?
Ay, el ave fénix ya no vuela más
como otrora sobre la ciudad.

Siglo
 
Caminan por el mundo las máquinas sin alma.
Sobre las torres pasan rumores eléctricos Intercontinentales.
En los tejados las antenas palpan los espacios
de otros idiomas y de otras noticias.
 
Se están cruzando en la calle las señales azules.
En los teatros gritan las luces, exaltan la libertad del individuo.
Se vaticinan las catástrofes. Las palabras acaban en la sangre.
En algún lugar se sortea la camisa del vencido.

Llegados para castigar la ciudad, los arcángeles
se han extraviado en los bares con las alas chamuscadas.
La bailarina blanca les amasa la sangre y sonriendo
se para en las puntas como sobre cristal.
Pero arriba, a mil metros de altura, hacia el oriente,
las estrellas entretejen cuentos por entre los pinos
y a medianoche el hocico de los jabalíes
abre los manantiales.

Nacimiento
 
Joven criatura, he aquí que la primera luz
ha besado ya tu frente. A nosotros
el destino nos hace caminar muy de prisa
y tú, sin paso, nos has alcanzado.

Joven criatura desde ningún lugar llegada
en el imperio de la madre,
tierno cántaro dorado
desatado de las costillas de barro.
 
Triunfos, preocupaciones, asombros
viviremos muchas veces a tu lado.
Alzarás en nosotros una luz tan grande
como la que nos has elegido.

Bajo las más vivas estrellas
atizaremos el fuego para el mal de ojo.
Bajo los aleros del tiempo crecerás
lentamente, como una lágrima en los párpados.
 
Anno Domini
 
Sin aduana, otra vez la noche entra en el burgo.
Otra vez está nevando sobre las horas pardas.
Languidecen bajo los aleros de la catedral
los espíritus medievales del bosque.
 
Las campanadas del horologium despiertan al murciélago
del largo sueño en el cual se habia extraviado.
La ceniza de los ángeles quemados en el cielo
se nos está cayendo sobre los hombros y sobre las casas.
 




Anunciación para la flor del manzano
 
¡Alégrate, flor de manzano, alégrate!
He aquí, a tu alrededor, el polvo de oro
como una nube por el aire.
Brotan las hojas en todas partes
y de ningún lado. Ninguna criatura pregunta.
El polen caído en los cálices
lo están aguantando todas las flores,
como a las brasas, en dulces sufrimientos,
más allá de lo que se puede aguantar,
más allá de su propio ser.

¡Alégrate, flor como una concha!
y date cuenta:
no hace falta que sepamos todos
quién trae y difunde el fuego.
Pero, ves, yo soy el arcángel y tú eres la flor
y si me preguntas no puedo callar.
¿Quién trae este suave terremoto?
He aquí que es el Viento. Nadie más. Es el Viento,
el Príncipe jamás visto,
sin cuerpo, sin manos,
es el Príncipe de estas semanas.
!Alégrate, flor de manzano!
Y no temas por los frutos.
 
Final
 
Hermano, cualquier libro te parece una enfermedad vencida.
Pero quien te habla está en la tierra.
Está en el agua, en el viento.
O todavií más lejos.
 
Con esta hoja cierro las puertas y guardo las llaves.
Estoy en alguna parte, allí abajo o allá arriba.
Apaga tu vela y pregúntate:
el vivido secreto ¿adónde fue?
 
¿Permaneció aún en tus oídos alguna palabra?
Desde el cuento de la sangre
sitúa el alma hacia la pared
y la lágrima hacia el ocaso.



Si se le hubiese concedido el Premio Nobel en 1956, tal como se creía
y se estaba hablando insistentemente en aquel otoño, Lucian Blaga (1895-
1961) sería hoy un nombre muy conocido en el mundo de la cultura universal,
y su obra poética y filosófica estaría traducida a los más importantes
idiomas, objeto digno de lectura, estudio y admiración.

En la poesía europea del siglo XX, Blaga abre en solitario un camino
nuevo hacia el realismo mítico, revelando horizontes todavía por explorar,
y es uno de los más grandes y sorprendentes creadores de imágenes poéticas;
el primero que, dentro de la filosofía de la cultura, argumenta y establece
el papel ontológico complementario de la metáfora, cuya génesis
coincide con la del hombre mismo, como segundo hemisferio que redondea
el destino de éste y le da una dimensión particular, bajo la tutela protectora
del misterio cósmico.
 
Desde su Transilvania natal, con Los poemas de la luz (1919), su
primer libro, asumiendo los valores autóctonos consagrados, Blaga
redimensiona y enriquece el universo de nuestra poesía, desconcertada
en sus andares después e incluso antes de la Gran Guerra. Su mundo
lírico, los temas, los objetos poéticos y, sobre todo, su originalidad
y vocación universalista, le instalan para siempre entre nuestros poetas
más importantes y de más influencia en las edades jóvenes, hasta hoy en día.

Metafísico postkantiano, conocedor temprano, casi adolescente, de
las culturas orientales, formado en la mejor escuela de la filosofía alemana,
Blaga aporta a este dominio una cantidad impresionante de informaciones
científicas. Su virtud particular de pensar en imágenes sensibles le sirve, la
mayoría de las veces, para crear por medios metafóricos una terminología
específica que, al definir realidades psicológicas menos estudiadas, circulará
de modo corriente, ignorándose casi siempre sus orígenes.

Blaga es, entre otras cosas, el fundador de la matriz estilística de una
cultura y del espacio miorítico, fundamento del alma creadora rumana, el
primero en revelar, más allá de Jung, la influencia de los horizontes temporales,
anabásicos y catabásicos, del subconsciente colectivo en una
sociedad. La función creativa del misterio —El Gran Anónimo — o la
perspectiva sofiánica en la cultura bizantina, determinante para la espiritualidad
de los Balcanes, son otras contribuciones suyas en esta disciplina.
También, Blaga es el primero que intenta sacar el dogma del territorio
tutelar de la teología, para investigarlo estructuralmente en sus
aspectos intelectual y metafísico, ofreciendo en El eón dogmático (1931)
argumentos, sugerencias y caminos que nadie ha recorrido hasta ahora
por desconocerlos.
 
Como científico, especializado en biología teórica, Blaga anticipa una
de las más atrevidas hipótesis de la antropogénesis, la ley hipotética de los
techos biológicos
(1948), atisbo genial que incluso hoy, si se conociera, ahorraría
tiempo a los sabios que tratan de sacar al hombre de la gran duda de
su existencia.
 
Blaga, poeta y filósofo. El primero, con el asombro frente a la realidad
transparente; el segundo, con el desconcierto frente a la naturaleza
interior de esta realidad. Entre uno y otro no hay separación alguna.
Caminan juntos, labrando la misma materia, salvaguardando a veces, uno
para el otro, contrariedades e inquietudes. Tanto, que estudiar a uno sin
conocer al otro sería una equivocación. Como también lo es, por su artificialidad,
la opinión que considera su poesía «complemento sacerdotal»
de su filosofía.
 
Por su obra, en 1956, Lucian Blaga merecía plenamente el Premio
Nobel; de habérsele otorgado, no habría sido un Nobel solamente para él.
Otros dos acontecimientos muy importantes se hubieran producido en
aquella ocasión. Casi irreversibles, porque van juntos y dependen de factores
y circunstancias que surgen muy raras veces en la vida espiritual de
una nación.

Por aquello años, a pesar de la instauración del comunismo, la cultura
rumana se hallaba en su primer momento estelar de expresión. Y un
Premio Nobel, que a veces tiene esta segunda virtud, hubiera propiciado
la conjunción astral, haciendo que —lo digo con sus palabras— nuestra
historia pasara del punto muerto de su nadir.
 
Este milagro —porque milagro hubiera sido— no se ha dado: el laureado
de aquel año fue Juan Ramón Jiménez, que, igual que Blaga y otros
más, lo merecía con creces. Como primero, y hasta ahora único traductor
rumano de su poesía y prosa poética, no estoy cuestionando la justedad
de los que, con pleno derecho, lo decidieron así, ni trato tampoco de
hacerle justicia póstuma a Blaga. Modestamente, mi propósito consiste en
mostrar la injusticia que todavía conocen las culturas menores frente a las
mayores, y, sobre todo, en subrayar la criminalidad moral y física del totalitarismo
estalinista, época infausta que, al no vivirla en su carne, Occidente
viene juzgando con condenable condescendecia.
 
Con su vida y obra, Blaga ilustra las dos condiciones y, en ello, el Premio
Nobel es tan sólo una casualidad que, al no cumplirse, pasa a ser un
dato casi ucrónico, asimilable a la definición de Charles Renouvier: un
hecho de cultura que no se ha producido pero que hubiera podido y podrá
producirse o no. Digo casi ucrónico para limitarlo a su verdadera actuación
de accidente que no premia una cultura, sino un nombre de ésta.
 
Por suerte, la mejor biblioteca universal es ilimitada y acoge un sinfín
de nombres que bien hubieran podido ennoblecer la memoria de Alfred
Nobel, nombres que uno da por seguro como galardonados y no lo han
sido: Tolstói, Ibsen, Twain, Verne, London, Darío, Conrad, Proust,
Kafka, Rilke, Joyce, Sanburg, Kavafis, Musil, Lorca, Bulgákov, Valéry,
Pavese, Kazantzakis, Ajmátova, Huxley, Borges, Malraux, Moravia, Casares,
Green, Mishima, Ionescu, Sábato, Yourcenar
, y un largo etcétera.

Con iguales méritos, Blaga tampoco está en estos anaqueles, donde
—es fácil observar— se da cabida exclusiva a los escritores de las culturas
mayores, y, sólo por un afortunado desliz, a los que llegan de las culturas
menores. En cambio, Juan Ramón sí está; está por partida doble. Y estaría
incluso sin el accidente del Premio Nobel, con el cual se ha hecho sin saberlo
y desconociendo a los demás concursantes.
 
Motivo de más para que, entre el «andaluz universal» y el transilvano
a secas, me quedara con los dos, tan parecidos y cercanos, hasta en el destino,
que las diferencias cuentan muy poco. En la obra de los dos hay poemas
que bien hubieran podido ser escritos de uno para el otro. Tanto que,
mientras estaba traduciendo Jardines lejanos o Eternidades, ha sido Blaga el
que me decía, desde sus Poemas de la luz o En el gran pasar, cómo quedaban
mejor. Luego, vertiendo los poemas de éste al español, don Juan
Ramón, al lado de Machado, me ha servido de guía idóneo para no perder
la tensión y la emoción de la palabra blagiana. Juntos están en mi
biblioteca, separados tan sólo por el desengaño de la incumplida conjunción
en el cielo rumano.
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Darie Novăceanu - 2015
R. Reservados todos los derechos