Calatrava versus Brâncuşi
El Obelisco - Proyecto |
Cada vez más escasas, entre las noticias que me tientan las mañanas,
poniendo algo de sonido en mis prolongados silencios bilingües, la que más
inesperado impacto me ha traído, el día viernes 22 de octubre del corriente, ha
sido la que informaba a los madrileños que dentro de poco disfrutarán de la
tercera construcción más alta de la ciudad, obra del arquitecto valenciano
Santiago Calatrava. Persona que no conozco, mas admiro por su particular don de
haberme convencido que la arquitectura ya no puede progresar sin acercarse a la
escultura y que las dos prescinden de la mejor ingeniería.
Su repentina consagración
internacional se debe al valor de conjugar bien las tres disciplinas, en
algunos casos con una arriesgada temeridad asumida.
Cumpliendo con sus deberes, los medios de comunicación mencionaban a
las dos primeras - Torrespaña, con
sus 220 metros y La Torre Picasso,
con los 157 - para resaltar los 120 metros de la nueva obra, o sea, 5 metros
por encima de lo que miden Las Torres Kio,
famosas tanto por la inclinación física que ostentan sin ningún peligro, como
por la declinación moral muy peligrosa de algunos adictos al dinero, sobre todo
cuando es mucho y ajeno.
Producto efímero, enlatado con igual contenido y fórmula, la
información ha caducado a los dos días, cuando Ricardo Cantalapiedra, haciendo
uso de su personal abrelata (Obelisco
- El País, 24 del respectivo mes), ha
situado la obra en el espacio señalado - Plaza
de Castilla, frente a Las Torres Kio
- fumigando un poco el entusiasmo municipal de Gallardón, quien había concluido
su elogio a la creatividad de Calatrava con estas palabras : ...se cierra [así]
una herida histórica de no tener una
obra suya.
Desde luego, en Madrid quedan más
heridas, mucho más históricas.
Bien plantado en el espacio publico adjudicado a Calvo Sotelo, Cantalapiedra apunta: La iconografía madrileña se va a incrementar con este obelisco en acero y bronce que va a parecer algo así como un cipote desmesurado entre las torres inclinadas.
Bien plantado en el espacio publico adjudicado a Calvo Sotelo, Cantalapiedra apunta: La iconografía madrileña se va a incrementar con este obelisco en acero y bronce que va a parecer algo así como un cipote desmesurado entre las torres inclinadas.
Observación oportuna, prestada de las confesiones del mismo Calatrava,
poseedor de mejor gramática, que no ha tenido reparo en anticipar para los
madrileños la posibilidad única en el mundo de disponer de un gigantesco
sexy-shop al aire libre.
El obelisco es móvil - ha subrayado el artista - y participa de la masculinidad vertical y la
delicadeza del movimiento de las plantas, de la feminidad.
Importa saber que una vez rematada, la obra perderá el nombre del autor
y se llamara Obelisco de la Caja. La
Caja de Madrid, puesto que, entre fotos, dibujos y croquis, aparece Miguel
Blesa, presidente de la entidad tricentenaria, juntando su sonrisa a las de
Calatrava y Gallardón, frente a la maqueta del cipote previsto con el
preventivo capuchón de bronce. Un preservativo a medida justa - sigo la nota -
hecho de 800 barras de bronce que se articulan con los 12 añillos de acero,
espaciados cada 10 metros, con 6 de ancho, que girarán desfasados así que las
barras crean la impresión visual de un movimiento ondular.
Dos actores más intervendrán en el desarrrollo del espectáculo erótico:
el agua y la luz. ...se trata de hacer algo vivo, que se mueva, no algo
estático. Por eso es tan importante el agua, que, al ser bombeada por unos
potentes hidrófonos, subirá por el “tubo” a los 120 metros y se dejará caer por
la gravedad desde la punta de la glanda, abrazándola como tela de seda húmeda.
En cuanto a la luz, el artista contempla que [el “cilindro”] sea
iluminado bien desde fuera, bien desde interior. Desde fuera, lo comprendo,
porque hay proyectores cuyos haces alcanzan fronteras cósmicas. Desde dentro,
hasta que no lo vea, no lo creo, puesto que ni la NASA, utilizando la constante
de Planck, no ha logrado un artilugio capaz de penetrar materiales opacos como
el hormigón y el acero, su mayor éxito siendo lo contrario, probado en los
aviones invisibles.
Y más cosas: la luz tiene que evocar los atardeceres madrileños rosas,
según los de Goya (La Razón) o los de
Velázquez (El País), asunto que
resolverá alguna productora de bombillas eléctricas.
Es así que el tan esperado sonido de la noticia ha pasado por una
imaginaria vibración eréctil, a los gemidos de la gruta de Polifemo, al acoso
de la inalcanzable Galateea, y ha acabado en un apagón mudo y natural, como los
de la Fenosa.
Hasta hace pocos días, cuando tuve la curiosidad de asomarme a la Plaza de Castilla, carpeta con los
recortes de prensa en mano, para comprobar, sonrisas, certezas y opiniones
todavía ausentes.
Una obra así, colocada justo en el sitio que también se llama Puerta de Europa, puesto que las torres
inclinadas “simulan un arco de entrada”- ¿por qué no de salida? - necesita, al
menos de la opinión anónima, o sea, de la consulta de la gente por medio del
voto. Como se ha hecho en el caso de la Puerta
del Sol, donde el voto de los madrileños ha sido unánime, debido no tanto
al rey jinete, primer alcalde de Madrid, sino a la belleza del caballo.
Entiendo que en el caso del obelisco no ha existido siquiera la
consulta del alcalde, al tanto después de la decisión, pero que no ha puesto ni
una pega, hechizado siempre por alturas, subterráneos y zanjas interminables
que azotan la ciudad por todas partes,
transformándola en un inmenso astillero
de puerto seco.
Sé que mi voto en contra, frente a la omnipotente voluntad financiera
de la Caja de Madrid, no pesa nada.
Pero lo anticipo, como madrileño por adopción y trato de explicarlo, dejando
entera mi confesada admiración para el artista. Convencido que esta vez se ha
equivocado a conciencia, cometiendo un sacrilegio.
La primera obra que he visto de Calatrava ha sido El puente de Alamillo, en 1992, cuando la Expo de Sevilla, que me ha dejado más sugerencias que las
resaltadas por los sabios en materia. Tal vez, por deficiencia de conocimientos
específicos.
Pero para mí, el mástil inclinado, más allá de “navegar” se llevaba con
él, por los tensores parejos, el eco triangular de un salterio que, de pronto,
se transformaba en “cítaras de plumas”, vistas por don Luís de Góngora en el
vuelo, también triangular, de los pájaros migratorios, que, para no extraviarse
en sus caminos nocturnos, suelen emitir unos breves y penetrantes acordes
rítmicos.
He visto después más obras, más puentes y, sin proponérmelo, he
descubierto como su sensibilidad a la naturaleza invadía su geometría, cuya
aspiración hacia las alturas no podría mejor apoyarse que en los pájaros. Como
el Aeropuerto de Sondica, que, en su
totalidad, es un pájaro que se prepara para despegar. O solamente como las alas
desplegadas en las dos riberas del otrora cauce del Turia, extremidades para El Puente del 9 de Octubre, de Valencia.
Un cierto remusgo se apoderó de mí en aquel entonces y ahora, con la
maldita noticia, se ha vuelto más fuerte aún. Porque en el mundo de la escultura el pájaro es propiedad y patrimonio indivisible
del rumano Constantin Brâncuşi, de cuyo nombre no se acuerda, pero se
revindica de muchísimos otros, no siempre de merecida gloria, sino más bien de fama fácil. Como de Marcel Duchamp. No por
haber nacido (1887) como el mismo (1951), casualmente el mismo día de 28 de
julio, sino por la pasión del primero para “objetos manufacturados y sacados
fuera del contexto”.(Georges Hugnet). Serie que culmina, en 1917, con el Urinario, denominado Fuente, bautismo metafórico debido a las
aguas revoltosas del dadaismo, invento de otro rumano, Tristan Tzara.
Uno de los más grandes elogios que se le han hecho a Constantin Brâncuşi
ha sido el más equivocado e injusto de todos. A la vez, el que mayor daño ha
producido no tanto a su renombre como a la escultura en general.
Se ha dicho - paradójicamente con buenos conocimientos y las mejores
buenas intenciones - que su obra representa lo máximo y lo último, o sea el fin
glorioso de la escultura del siglo recién acabado. Cuando el más certero
superlativo hubiera sido el de considerar el insomnio de sus búsquedas como el
principio, más precisamente como una re-comienzo novador de este arte, después
del cansancio natural que impone y supone la gloria legítima y la consagración
universal de tantos y tantos renombres a lo largo de muchos tiempos.
Brancuşi mismo sentía este cansancio y lo confesaba a su manera: Prefiero tallar estas esculturas y
equivocarme, antes de no equivocarme y esculpir a Venus de Milo. Porque Venus
de Milo ha sido tallada y es – ay! –
insoportablemente vieja...
Existen en el mundo del arte, elogios de más veneno que éste, capaces
de encerrar en el sarcófago de 6 palabras - más de 6 tablas no puede tener - la
fama de un faraón en vida, como Salvador Dalí, afirmando que hubiera sido mejor
escritor si no se hubiese dedicado a la pintura, ablandando relojes e
incendiando jirafas...
Por suerte, tanto Brâncusi como Dalí han cumplido con sus destinos lo
mejor posible, al margen y en contra de opiniones, digamos, tremendistas.
Brâncuşi en su taller |
Con la diferencia que el faraón ha tenido mejor acogida y más fortuna,
conocido hasta por los niños que empiezan articular palabras, porque es un
faraón español, mientras que Brâncusi es un campesino rumano cuyo nombre lo
están chapurreando y mutilando hasta los académicos.
No es culpa de nadie, ni es este el lugar para detenernos en la
biografía de Brâncusi si no fuera por la tardía y despectiva confesión de Calatrava, al mencionar su obra primero como inspiración, al lado de obeliscos de
origen egipcio o romano, y luego como influencia: Konstany Brancuse, con su La columna sin fin, que puede verse en
Rumania.
Medidas de la Columna sin Fin |
Puntuamos: a) La Columna sin fin, de 1918 (propiedad Wiliam Sisler - Nueva York) es de madera, mide 205 cm., y en su estructura vertical participan el cuadrado, el triángulo y el octaedro y b) La Columna sin fin, de 1937, es de hierro colado, mide 29,33 m. pesa 29.173 toneladas - y no 29,173 kilogramos, como con error apuntan los especialistas - y está a la vista de todos, en la ciudad de Targu-Jiu, al lado de La mesa del silencio, La Puerta del beso y Las Sillas, que también están a la vista, han sido talladas por el mismo, pensadas para formar parte del conjunto, muchos se han sentado en ellas, pero nadie las considera como tal. Injustamente, los críticos, estudiosos y especialistas en materia han prestado poca atención al conjunto, hechizados por La Columna sin fin, que sí lo es: sin fin, infinita o del infinito, como se llama habitualmente, al antojo de cada cual, según sus conocimientos y su propio sentir. Aunque lo justo sería que la llamen todos La Columna sin fin. Porque sale directamente de la tierra y se pierde en el azul del cielo, sin acabarse en un punto cierto de su ascensión.
Ascension |
Estaba convencido que, respetando las medidas exactas, la columna
podría apoyarse en una base ínfima. Al acabarla, tratando de comprobarlo, se ha
fracturado una pierna y ha sido salvado, pasada la medianoche, gracias al
aullar de la perra, el croar - suyo y de
las ranas- por un granjero del lugar.
Es la obra que ha arrancado la emoción de T.S.Eliot - ...el fin tiene precedencia respecto al
principio / allá están siempre tanto el fin como el principio...- y la de
Erza Pound para escribir su ensayo-libro, publicado en The Little Review, 1921.
Son, exactamente 16 segmentos-módulos, rombos asentados uno sobre otro,
sin ninguna articulación : caen ensartados, como abalorios por un eje de acero.
Cada uno de los l6 módulos ha sido labrado en los talleres de fundición de
ferrocarriles de la ciudad vecina, Petrosani, con su participación e
ingenieros de la casa, en 1937.
No entramos en más detalles: el número de oro o la proporción divina,
es decir la constante euclidiana (1/0,618 = 1,618), la simetría del 4 orden,
etc.etc.
En el proyecto de Calatrava, los 16 módulos se tranforman en 12 añillos
de 10 m. “de forma triangular redondeada” (subl.ns). De hecho, un
achatamiento burdo de los rombos brâncusianos, donde la santa geometría
desaparece bajo la tela sedosa del agua y el infinito se sustituye por la
desmesurada verticalidad del fuste. Fuste o mejor pilar, porque la columna y el
obelisco son otra cosa.
La Puerta del Beso |
En la obra de Brâncusi, Ezra Pound , tal vez conociendo el equivocado e injusto elogio supremo que hemos mencionado, encontraba los principios de una nueva civilización espiritual.
Mircea Eliade, que escribe sin terminar una obra de teatro, con esto
mismo nombre, apunta en Fragments d’un
journal - Gallimard, 1973 - Parece
increíble. Sin embargo, si se acepta mi punto de vista que Brâncusi ha sido un
campesino que ha logrado olvidar lo que ha aprendido en la escuela y, de este
modo, a reencontrado el universo espiritual del Neolítico - esta creatividad
excepcional tiene su explicaciön.
Poco después, Eliade vuelve para hablar sobre la Columna del cielo del
folclore rumano - la que sostenía el cielo, como decía Brâncusi -
considerándola como una Axis Mundi : Lo
que quisiera saber es ¿cómo ha llegado a redescubrir esta concepción megalítica
desaparecida de los Balcanes desde hace dos milenios y no sobrevivía más que en
el folclore religioso? Y más en adelante: Después de acabar esta obra maestra, Brâncusi no ha creado jamás nada
digno de su genio y trata de explicarse a sí mismo: 1. Sea que tras La columna infinita consideraba que era
inútil entregarse a una obra mayor; 2. Sea por pesadumbre, por la muerte del
maharajá de Madhya Pradesh, circunstancias que le han impedido crear el Mausoleo de Indore, en en las riberas de
Sarasswali, y, en el mismo lugar con el Templo
de la Meditación.
La Mesa del Silencio |
En el mes de noviembre de 1955, un gran personaje americano, el abogado
Barnet Hodes, que habrá de visitarle en dos ocasiones a Paris, le propone
levantar una Columna sin fin en la ciudad de Chicago, y según las cartas por
correo revelan la disposición del artista, estableciendo el material - bronce o
acero inoxidable - y haciendo los cálculos conformes a la alturas que pasarán
desde 61 m ( 200 pies) hasta 91,5 m., luego a 122 y acaban en 400 metros.
Correo cerrado y proyecto abandonado, una vez que Brâncusi se apaga el 16 de
marzo de 1957.
Después de haber perdido, uno tras otro, a sus grandes amigos :
Rousseau, Apollinaire, Rodin, Modigliani, Joyce, Léger, etc., solamente
Modigliani había trabajado y vivido dos años en su taller. Joyce, es oportuno
recordarlo, le había salvado de las maldades
“artísticas” de la aduana americana, en el famoso proceso de 1927, considerando
sus esculturas como simple material de construcción y exigiendo derechos
arancelarios según el valor de la mercancia.
Para definitivar su columna, Brâncusi había trabajado algo más de veinte
años. Treinta había gastado
con la serie de sus pájaros, disipados en los más famosos museos del mundo,
demostrando que, de ningún modo, el infinito no depende de la altura en metros,
sino de la estructura de ésta.
Modestamente, el arquitecto Minoro Yamasaki ha asentado los 157 m de La Torre Picasso, casi en un valle.
Calatrava ha elegido para su obra la cota más alta de Madrid. Opción que no la
discuto ni la contesto, porque no me molesta en absoluto.
La menciono porque, en su soberbia, ignora un hecho comprobado: si en
algún lugar, el sol sale antes que en otros, no quiere decir que en este lugar
el día sea más largo...
No, definitivamente, no. La obra de Santiago Calatrava no “sostiene el
cielo de Madrid”, sino que lo taladra.
Lo está agujereando con una barrena inmensa, patente Black and Deker, fabricada por la Caja de Madrid en sus talleres de cultura.
Pero mi inútil voto en contra no se apoya en este motivo. En el arte,
lo decía Schiller, no existe el octavo mandamiento si de lo robado se consigue
un producto mejor. Si por robo entendemos también plagio, tenemos un ejemplo
significativo en el cuento de Borges Pierre
Menard el autor de Don Quijote. Las influencias o las
inspiraciones, si se quedan en esto, son tan inocuas como obligatorias.
inspiraciones, si se quedan en esto, son tan inocuas como obligatorias.
No es el caso de Calatrava, quien ha pasado por alto todos los términos. Su obelisco no es un plagio, sino
un hurto por deformación. Así,
aplastada, La columna sin fin de
Brâncusi se muere en sus manos, tal como La Gioconda - hablo de la auténtica -
con bigotes postizos.
Confieso, para entendernos mejor y para pedir todas las disculpas al
artista, que mi preparación en materia no pasa más allá de la de un bachiller
aplicado, reducida poco a poco a la misma contemplación experimentada por los
navegantes griegos que regresaban a las orillas mediterránea para admirar,
hechos realidad, sus largos sueños del altamar...
Con la suerte añadida de que mis “orillas mediterráneas” han sido (y
siguen siendo) las tierras del distrito de
Gorj, que nosotros llamamos la Oltenia
Superior. Orillas mías y también de Brâncusi, puesto que la distancia entre
nuestras comarcas es “obra de pocas leguas” como dice Quijote, o como dicen mis
lugareños, cosa de algunas cuatro sulitzi ( jabalinas ), o sea seis horas de
caminar a pie.
Me acuerdo que para llegar a Paris por primera vez, Brâncusi a
recorrido la distancia a pie. Y no me olvido que también a pie, pero con una
cinta métrica en sus manos, un americano, célebre crítico de arte, como él
mismo se presentaba, ha medido la distancia que hay entre el Obelisco de la Place
de la Concorde y el Arco de Triunfo del Carrousel, en Paris, para concluir: es
la misma distancia que hay entre La Columna
infinita y La Puerta del beso,
las obras de Brâncusi. Lo que, según un libro del crítico americano, Brâncusi
ha robado la distancia....
Razón de más para que Lucian Blaga, en un poema (El santo pájaro) dedicado a Brâncusi, escriba :
Brâncuşi - Pájaro |
¿Eres pájaro o una campana llevada por el mundo ? / Desde lo alto del
cielo de tus abovedadas mediodías / adivinas todos los misterios de las
profundidades. / Álzate sin fin, / pero no nos digas jamás lo que estas
viendo...
Madrid. Octubre 2004 – Mayo 2014
Nota - Mayo 2010. He enviado este artículo a dos de los periódicos que han dedicado mucho espacio a la obra de Calatrava (La Razón y El País), y no me han hecho caso ninguno. Tal vez, por no levantar polémicas. Luego he entregado una copia al señor Rafael Spottorno, Gerente de la Fundación Caja Madrid, a quien conocía bien, desde cuando, como embajador de Rumanía, me veía muchas veces con El Jefe de la Casa Real.
Sabía que el señor Calatrava no abandonará el proyecto, ni la Caja
dejará de apoyarle. Simplemente para que se conozca una actitud contraria a los
demás.
La carta de Rafael Spottorno |
Para contestarme, el señor Spottorno se ha llevado su tiempo y lo ha hecho estupendamente, apreciando mi buen español, considerando poco piadosas mis opiniones con el proyecto. Al final, me sugería un encuentro con el Sr. Calatrava, útil para comprobar la extraordinaria admiración que profesa a Constantin Bráncusi.”
Este encuentro no se ha dado, ni falta me hacía.
Addenda – Mayo 2014
He pasado hace pocos días por la Plaza de Castilla y he comprobado que lo que dice la gente es
verdad. El obelisco de Calatrava, que
se movía armoniosamente el día de la inauguración, queda inmóvil y nadie cree
que lo verá moviéndose. Solamente un milagro podría reanimarlo. Así que por
ahora ni siquiera es fuste para un futuro templo griego, ni palo mayor para las
carabelas, como las que se ha fabricado Cristóbal Colón para descubrir las
Indias; ni como el de la nave Victoria
que ha dado la primera vuelta al mundo. El que ha sido despellejado por los
navegantes, como nos cuenta Antonio Pigafetta: “Por no morir de hambre nos hemos visto obligados a comer los trozos de
piel de vaca que cubrían el mástil mayor a fin de que las cuerdas no se
estropean contra la madera.”
Estos
trozos de piel de vaca vienen como las 493 lamas de bronce que viste El obelisco de Calatrava y que nadie se
las comería. Inmóviles escamas de pescado con garantía caducada, puesto que
para que aleteasen hacen falta los 126 motores, parados por falta de energía
eléctrica.
Las
velas de la nave Victoria movían por
alta mar un peso de 85 toneladas, El
obelisco de Calatrava pesa 579 toneladas y nadie cree que lo verá levantar
ancla.
Los
detractores de la obra - y los hay legiones -, dicen que Calatrava ha hecho a
los madrileños un regalo envenenado. Y tienen razón, pensando en los 312.000
euros que cuesta el mantenimiento de este espantapájaros. Razón incompleta,
puesto que el total de los gastos es mucho mayor. Los detractores, sobre todo
los periodistas, no han tenido en cuenta la “sala de máquinas”. No han bajado
para verla. Ni yo tampoco pero tiene que
ser como la de una central eléctrica, con un sinnúmero de computadoras,
pantallas y gente especialista en vigilar, controlar y poner todo en función.
Se agarrota un motorcito, se bloquean todos los demás. Se funden los plomos de
un hidróforo, se paran los otros y se inunda el recinto subterráneo, incluidos
los dormitorios y los urinarios. Se apaga una bombilla, se apaga todo el
obelisco y se hace de noche de arriba abajo, en todos los alrededores.
Al
considerar este chirimbolo petrificado únicamente como un regalo envenenado, me
parece una alabanza. No, decididamente es algo más que un obsequio. Es un
insulto, un escarnio a cobro revertido. Tan caro que, por mantenerle vivo y de
pie, les costaría a los madrileños un ojo de la cara. Sin añadir ni restar, los
14,5 millones de euros desembolsados por La Caja y La alcaldía de Madrid. Y sin
saber el dinero que se ha ingresado en su cuenta el señor Calatrava. A esto,
el señor alcalde les ha contestado a los
periodistas con una sonrisa más el dicho conocido por todo el mundo: a caballo
regalado no se le mira el diente. Desde luego, como siempre, estaba en lo
cierto: El Caballo de Troya también ha sido un reg
Fabricado de tablas y chillas de madera de pino por el mañoso carpintero
griego, Epeas, según consejos de
Ulises, el caballo de Troya no ha llegado e los muros de la fortaleza más que
en la leyenda, puesto que era imposible subirlo por las vertientes de las
colinas de Ilion. En cambio, el caballo de Gallardón ha sido construido en el
lugar mismo y no ha supuesto esfuerzo alguno para subirlo, pero hace falta
bajarlo, tarea que ni los dioses griegos, todos juntos, podrían hacerlo. Con
sus 93 metros por encima de la Plaza de
Castilla – 20 más que la cruz de la Catedral
de Almudena y 20 menos que las Torres
Kio – los costes de su demolición serían más altos que su alzamiento.
Dejarlo
donde está, sin el armonioso movimiento, el obelisco perdería su destino. Sería
inútil e inservible; una bicicleta sin pedales. Un Objeto sin objeto.
Barrunto
que para aliviar sus penas, los madrileños le encontrarán un apodo adecuado,
algo así, como hace más de un siglo, para el primer túnel del Metro de Madrid
que, antes de pasar por el los primeros trenes, se le llamaban tubo de la risa...
Los
monumentos, los sabe todo el mundo, tienen la virtud metafísica de sacralizar
el espacio que ocupan y el de sus entornos. Es lo que ha logrado Brâncuşi, en
Târgu-Jiu, con el conjunto de sus tres obras – La Columna sin Fin, La Puerta
del Beso y La Mesa del Silencio –
situadas en línea recta, perpendicular al río Jiu, en un recorrido de más de un
kilómetro. La Avenida de los Héroes.
Un eje espiritual – este-oeste – que pasa por el altar de la Catedral de los Apóstoles y, entre La Puerta del Beso y La Mesa del Silencio - un círculo con 5 metros de diámetro, con
sus 12 sillas -,
Las sillas de los Ausentes |
el artista ha colocado,
en cinco grupos de a tres, las 15 sillas. Talladas por el mismo, este tramo tendría que
llamarse Las Sillas de los Ausentes,
que para ellos han sido pensadas.
Es
importante recordar que en el año 1937, Aretia Tătărascu, esposa del primer
ministro, y presidenta de la Liga de las Mujeres de Gorj, al proponerle un monumento en memoria de los
jóvenes soldados rumanos fallecidos en la Primera Guerra Mundial, le ha dejado
total libertad para decidir en cuanto a su realización.
Documento de 1937 |
Pero no hay ninguna
duda que Brâncuşi lo ha ideado pensando en los perecidos en todas las guerras
que ha batallado el pueblo rumano, empezando con las de los dácios contra los
romanos, las de Décebalo contra Trajano, asimismo las de Mircea el Viejo y
Miguel el Valiente contra los otomanos.
Para honrar las hazañas de
los héroes de la primera guerra mundial, tenemos en casi todas las aldeas
monumentos modestos, coronados por El águila y la cruz, con la inscripción de los
nombres de los lugareños. Brâncuşi los conocía bien y los ha honrado,
conmemorando así a los héroes de todos los tiempos.
Ahora bien, en todas partes cuecen habas. Mientras los
madrileños piensan en el objeto sin objeto, hay rumanos que se han volcado en
añadir más virtudes a las obras de Brâncuşi, como la radiación de energías desconocidas.
Dominio a disposición de todo aficionado a misterios, lo que, al fin de cuenta,
no es dañino en absoluto.
La Columna sin Fin - Crepusculo |
Lo grave-gravísimo es que durante una de las renovaciones – se han dado
más -, el comisario del proyecto, subvencionado por
Fondo Monetario Internacional, se ha permitido el lujo de cortar 12 centímetros del módulo superior, “para
investigación metalúrgica”. O sea, en la última clepsidra de La Columna sin Fin ya no cabe el sinfín
de la eternidad. Un sacrilegio que el gobierno y las insensatas autoridades
rumanas responsables en materia siguen ignorando.
Pre româneşte. Îl acuz pe acest comisar-girant al renovării
Ansamblului Brâncuşi – al cărui nume un vreau să mi-l amintesc – pentru această
amputare a Coloanei, învinovăţesc instituţiile direct răspunzătoare şi îi rog
pe admiratorii lui Brâncuşi să cerceteze cazul şi să-l facă public.
Madrid, mai 2014
..................................................
© Darie Nováceanu - 2014