B r e v e m i r a d a
s o b r e e l o b s e d a n t e d e c e n i o
S t r a d a
b u l d o g i l o r
L a c a l l e
d e l o s m a s t i n e s
Nos ladra, Sancho. Senal que avanzamos.
¿Qué
sabe el Occidente de la “mitología” de Transilvania?
Más
allá de Drácula, tan desfigurado por Bram Stocker, nada. Máximo, un castillo en
los Cárpatos que Jules Verne jamás conoció y unos cuatro versos estúpidos de
Victor Hugo en su Leyenda de los siglos. Y
para coronar la ignorancia, un suma sumorum
– las tiras de cómic de terror, con vampiros sin alas, dibujados por
principiantes, con guiones de aficionados y difundidas con un gran éxito
comercial.
Renglón
aparte, el amor tardío para estas tierras del Príncipe Charles de Inglaterra
que, ha descubierto en su árbol un ramo que brota desde el rey Matei Basarab,
pasa por el príncipe Vlad Dracul, padre de Drácula, y llega hasta sus abuelos.
Por esta razón, en estos últimos años
pasa largas temporadas en Transilvania, se ha comprado varias casas, hasta una
aldea entera, y tiene una estupenda amistad con los lugareños de entre los dos
ríos de Târnava.
Muy
respetuoso con el medio ambiente, la renovación de sus propiedades se ha hecho
solamente con material ecológico. Y con el cariño que le tienen los transilvanos
y casi todos los rumanos, si no se entrometerían en esta relación principesca
los húngaros, bien podríamos tener en la persona del Príncipe de Gales, hasta
un Rey.
Al
Occidente no se le puede reprochar el desconocimiento de la novela El camino del perro de Ion Lăncrănjan.
Le sobran grandes novelas de todos los tiempos. Pero a los estetas rumanos de
hoy no se les puede perdonar el ignorar de esta obra. Existen sí explicaciones.
Pero no razones. Después de escribirla, hasta que la vea publicada, el autor ha
tenido que esperar siete anos. Descontando los diez de elaboración, muy pocos
saben el por qué de esta larga espera y aunque lo supieran, no podrían
entenderla en todos sus recovecos, tal como la hemos vivido nosotros.
Y me
explico: los cambios surgidos en Rumanía tras la así llamada Revolución del
1989, no significan un paso adelante, hacia la democracia, progreso y bienestar
social, sino un trastorno trágico para el pueblo rumano, obligado a regresar
hacia un pasado sin nada que llevar hacia un futuro siempre incierto.
No
hemos llegado, como dicen, a un esperado capitalismo próspero, sino a un
post-comunismo capitalista, turbio y despiadado. Periodo que durará hasta que
las grandes corporaciones monopolistas terminen con el despilfarro del patrimonio
económico colectivo de la sociedad socialista.
Como de un terremoto se tratara – uno real lo sufrimos en
el mes de marzo de 1977 – nuestros valores tradicionales se han venido abajo,
derrumbados; y en sus pedestales se han instalado las aspiraciones huecas de
unos disidentes a distancia o sea, falsos. De los que pasan como auténticos,
algunos son falsos también, fabricados por el mismo régimen totalitarista de
Ceauşescu. No hemos tenido un Lech Walesa, ni un Walclav Havel. Y de entre los
escritores, no puedo mencionar más que a Paul Goma, Dumitru Ţepeneag, Virgil
Tănase o Bujor Nedelcovici y Ben Corlaciu. Los otros, no importa como se
llaman, han sido otra cosa.
No es
extraño pues, que hayamos tenido escritores de indiscutible talento que se han
plegado a los mandamientos políticos, disfrutando de la buena vida, acabada sin
pena ni gloria. Nombro entre los mejores, a Eugen Barbu y Titus Popovici.
El primero, autor de estupendos relatos de
corte clásico y una novela Groapa (El
hoyo), su incuestionable obra maestra, editada en 1957, publica, en 1959 y
1964, Şoseaua nordului (La carretera
del Norte) y Facerea lumii (La
creación del mundo), novelas escritas según las tesis ideológicas del partido,
con párrafos entresacados directamente de los discursos políticos al día.
Con Principele (El príncipe), de 1969 y Săptămâna nebunilor (La semana de los
locos), de 1981, sus ultimas novelas, regresa a la altura de Groapa. Un gran
talento, reconocido por todos. Pero el talento es un don y la obra es una
responsabilidad medida por el carácter. El árbol y su sombra. Si cae el árbol,
la sombra desaparece.
El
segundo, Titus Popovici, se cubre de gloria desde al principio, con Străinul (El extranjero) y Setea (La sed), de 1955 y 1958, obras
bien logradas; dos grandes promesas, que no las ha superado, dedicándose casi
por completo al cine y política.
Es
verdad que al morir Ceausescu, ha tratado de salvar su barco, pasando de
elogios a calumnia, con Cartierul
Primăverii y Disciplina dezordinii,
dos novelas post-decembrista, como
muchas otras, donde se nota la sinceridad tardía e inútil.
En la
otra orilla, nombro, también como los mejores, a Marin Preda e Ion
Lăncrănjan, novelistas que han aguantado
los vendavales y pacientemente, han escrito sus obras a conciencia libre,
publicados con bastante dificultad, sobre todo el segundo.
No
ignoro a los demás, ya que hemos tenido muchos, estupendos narradores y poetas
- Ştefan Bănulescu, Nicolae Breban, D.R. Popescu, Augustin Buzura, Alecu Ivan
Ghilia, Nichita Stănescu, Ion George, Ioan Alexandru, Marin Sorescu, Ana
Blandiana, Ileana Mălăncioiu, Adrian Păunescu, etc. – pero a los cuatro
primeros mencionados los dábamos como más dignos representantes de nuestro
Olimpo literario.
Se da el caso que los dos han fallecido en
circunstancias más que sospechosas. Marin Preda ha sido encontrado (16 de mayo
de 1980) en el Palacio de Mogoşoaia. En su cama, ahogado por la sábana empapada
con su propio vómito, y con muchísimo alcohol en la sangre. Ion Lăncrănjan ha
fallecido (4 de marzo de 1991) en su casa, en el barrio Drumul Taberii, de tras habérsele
administrado una pastilla que le ha parado el corazón.
El poeta George Pituţ, comarcano suyo, había
estado en la consulta médica, pero la policía ha cerrado el caso sin
miramientos. El contexto político estaba muy tenso, debido a las protestas de
las minorías de Transilvania – explotarán el 14 de marzo – y la actitud de Lancranjan, muy en contra de
los húngaros, era notoria.
Gheorghe Pituţ |
No ha
sucedido lo mismo con Marin Preda. Su popularidad, el prestigio del que gozaba
en todos los ámbitos y la consideración que se le concedía como escritor nacional, han prorrogado las
investigaciones más de lo esperado.
Por los
mismos méritos, Marin Preda había sido vigilado permanentemente por los
colaboradores y agentes de la Securitate.
Tan eficientes e instruidos en el domino, como los encuentro, perfectamente
ilustrados, en Japiţa (El clavijero),
novela póstuma de Marin Sorescu: “- ¿Cómo
hubiera podido saber yo, le dice el cura, que el paralítico que mendigaba
delante de la iglesia era coronel de la Securitate?...
Preda
se sabía vigilado y perseguido pero le traía sin cuidado. Tanto, que en varias
ocasiones soltaba opiniones muy en contra a la política del partido, con la
certeza de que serán registradas y transmitidas hasta Ceauşescu, quien le tenía
en mucha estima y también le temía mucho, evitando discutir con él.
Hasta
un día, cuando lo evitable se ha convertido en inevitable: Titus Popovici se ha
presentado en el gabinete de Ceauşescu para comunicarle una opinión muy dura de
Marin Preda. Al escucharle, el jefe del Estado le ha replicado:“-Y qué quiere que haga yo contra Preda?”
Desilusionado,
el denunciante va para desahogarse, le cuenta lo ocurrido al poeta
Adrian
Păunescu y, a su vez, este le comunica al denunciado todo el suceso. Entre los dos había una buena amistad, pero
Marin Preda desconfiaba siempre: “Me estás mintiendo para darme un gusto”. –
“No miento moncher – apelativo
consagrado por Preda –, Titus no me hubiera contado una cosa así, desfavorable
para él. Y esta es la verdad: Ceausescu no puede hacerle ningún daño. Además,
le admira”. “- Si es así, vamos a comprobarlo.”
Adrian Păunescu |
Comprobación
comprobada: el mismo día el poeta acompaña al gran novelista a Ceausescu: “-
¿Cómo van los escritores?”, empieza Ceauşescu. Y Preda, de pie: “- Señor Presidente, he oído algo y
tengo que decírselo. Si piensan reintroducir el realismo socialista, yo me
suicido.” “-¿Cómo ha dicho, qué quiere hacer?” Y Preda reitera lo dicho. “-Vamos,
hombre, siéntase. Vamos a hablar...” “-
¡No se molesten! Tienen muchos problemas que os vienen encima, los problemas
del país...pero si reintroducen el realismo socialista, yo me suicido.” Lo ha
dicho de nuevo pausadamente, tranquilo, sin levantar la voz. Ceauşescu estaba
asombrado, no daba crédito a lo oído y no le ha podido determinar a tomar
asiento. Y ha concluido. “Bueno, hombre, si de esto se trata, no vamos a
reintroducirlo más.”
Reproduzco
la confesión de Adrian Păunescu, tal como está recogida por Eugen Simion en su
libro - El tiempo no ha tendido más paciencia: Marin Preda – publicado
antes de cumplirse un año desde el fallecimiento del escritor. Un libro de gran
actitud cívica, abierto por Eugen Simion con un lema necesario: “Desde ahora, tenemos que aprender a vivir
sin Marin Preda.”
Añado lo que Păunescu mismo ha añadido a su confesión: „Han transcurrido después algunos años de
verdadera libertad y de grandes éxitos
de cultura nacional. Para Marin Preda solamente diez. Para los en vida, la suma
puede continuar.”
Acompañada con más pormenores, la noticia de la entrevista ha corrido
aquella misma noche, de boca en boca, en todas partes.
¿Qué policía, hubiera podido atreverse tras el memorable encuentro, a
vigilar y perseguir a Marin Preda? Pues sí existía la Securitate, que dependía menos de Ceausescu y más
de su omnipresente esposa, Elena.
Dos meses después de la publicación de su trilogía, Cel mai iubit dintre pământeni (El más
amado de los terrenales), Marin Preda
se apagaba en su habitación, sin nadie presente, en condiciones dudosas, jamás
dilucidadas. Para la mayoría, su asesinado ha sido obra de la Securitate. Y por paradójico que parezca,
durante años la obra literaria de Preda ha interesado muy poco, la gente
volcándose en la investigación de su muerte, tratando de demostrar lo contrario
de lo que se daba por certeza: de cómo la Securitate
no lo hubiera podido asesinar.
Por disposiciones de Elena Ceauşescu, se ha prohibido velar al difunto
en el Salón de honor de la Gran
Ansamblea Nacional o en la Rotonda del
Ateneo. También en la Casa de la
Unión de Escritores, puesto que por allí, por la calle de Victoria, pasaba
“la camarada” hacia su de trabajo, al Comité Central del PCR.
A Marin Preda le hemos velado una noche en el edificio del Museo Nacional de la Literatura, luego
en la Iglesia Boteanu, sin nada de
funerales nacionales.
Desparecido Preda,
escrupulosamente registrados, han desparecido algunos de sus manuscritos.
Se
han escrito libros, uno tras otro, se han barajado suposiciones, sin dejar nada
en claro. Tras más de un cuarto de siglo, parte de estos, junto con El diario más íntimo, han sido
publicados por mí, como fotocopias, enturbiando todas las aguas, aguantando el
chaparon de calumnias de los aspirantes a gloria ajena.
Marin PREDA |
He contado públicamente cómo han sido las cosas (Treinta y dos años sin Marin Preda) y no quiero volver sobre ello.
No he sido amigo de Preda, pero su muerte me ha dolido mucho. También a Ion
Lăncrănjan, que ha venido a verme, muy abatido, para preguntarse retóricamente:
- Y ahora ¿qué podría hacer yo?
Entre
los cuatro olímpicos nunca había
habido un camino de entendimiento mutuo y a la hora de la verdad, descubriremos
el mucho daño que han traído al ambiente cultural en general, y de modo
especial a la vida literaria. Sobre todo, los dos primeros. Personalidades
creadoras fuertes e individualidades inflexibles, cada uno con sus círculos,
sus pequeñas huestes, fácil de manipular por los ideólogos culturales y la
policía política que vigilaba todo lo que se movía.
Titus
Popovici (n.1930) y Eugen Barbu (1924) habían aceptado las avenencias del
régimen, llegando a ser miembros del Comité Central del PCR, los dos; académico
y director de revistas literarias (Barbu); diputado en la Gran Ansamblea
Nacional y omnipotente de la Cinematografía (Titus). Los dos con puertas
siempre abiertas al gabinete de Nicolae Ceauşescu, quien presumía de su
intelectualidad y afición literaria.
Más
abiertos, más dialogantes y sin plegarse al poder, Marin Preda e Ion Lăncrănjan
no han salido jamás del universo rural, campesino, sorprendido en su periodo
más desgraciado, el de la socialización de la tierra y de las granjas
colectivas.
Con una
desventaja para el primero que, más allá de las estupendas novelas de Zaharia
Stancu (n.1902), de la misma provincia danubiense, no tenía a nadie a su lado –
Istrati, Voiculescu y Galaction son de otro calendario -, tomando por su cuenta
la renovación del género. Misión cumplida de modo ejemplar.
Y con
una gran ventaja para el segundo, que venía desde Transilvania, nuestro estado
de vigilia permanente, manantial de voivodas (príncipes), grandes hombres de
cultura, y grandes políticos, paladines de la
independencia. También grandes narradores – Slavici, Agârbiceanu, Pavel
Dan, Liviu Rebreanu, etc. – y grandes poetas como Lucian Blaga u Octavian Goga.
Lăncrănjan
continuaba con ahínco la obra de estos, escudriñando el mundo rural, con su
destino siempre en movimiento. Querría pasar de la novela social, realista, de
sus precursores, a la novela política, histórica y, sobre todo, anclada a las
orillas de la actualidad. En buena medida, tanto cuanto le ha permitido la
vida, lo ha conseguido.
Preda
nos ha dejado en Moromeţii (Los
Moromete), el arquetipo del campesino del sur del país. Lăncrănjan ha hecho lo
mismo en Cordovanii (Los Cordován), para el campesino del norte. Obras
fundamentales en la narrativa rumana del siglo pasado.
Pero la
animadversión entre los dos ha sido constante.
He
tenido relaciones, a veces cordiales, con los cuatro olímpicos. Como traductor, no se me podía negar el buen trato. Al
menos por haber empadronado en la literatura rumana a Jorge Luís Borges,
Ernesto Sábato y Gabriel García Márquez, cuyas obras y, las de otros más, han
significado casi un cambio de rumbo en la estética de la narrativa nuestra.
Como también en la poesía, al ser yo el introductor de Federico García Lorca,
Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Nicanor Parra u Octavio Paz.
Transplantado
desde la Unión Soviética, con todos sus árboles, el realismo socialista ha
hecho estragos profundos, en todos los dominios del arte, en la arquitectura y
en la música, en la pintura y en el cine y de manera especial en la literatura.
Nadie hubiera podido publicar en aquel entonces una literatura como la de
Borges, Sábato, García Márquez. Al traducirlos, yo los sentía como escritores
rumanos.
Lo
mismo había ocurrido con Kafka , Sartre, Claude Simon, Françoise Sagán o Alaine
Robbe-Grillet, publicados sobre todo por la Editorial
Univers.
Para la
seguridad del camino que tenia que recorrer un libro desde el autor al lector,
sistema editorial disponía de mecanismos en cada tramo y era imposible
saltarlos. Centrala cărţii (La Central de libro) establecía el
presupuesto, los títulos, los autores, las tiradas, el precio, el calendario de
la aparición.
He
tenido pues, una buena comunicación con todos. Pero sólo en el caso de Ion
Lăncrănjan puedo hablar de una verdadera amistad. Por muchas razones, por
nuestra condición de campesinos y por convivir en el mismo espacio espiritual;
él, en el centro de Transilvania; yo, en las vertientes del sur, en lo que
suelo llamar Oltenia Superior.
Nos veíamos en días y horas establecidas o
no, puesto que él había prescindido de teléfono, por miedo a las
interceptaciones. Que sí las había. No conspirábamos contra nadie, no ideábamos
sociedades secretas, ni nada de esto. Hablábamos de lo nuestro; de las últimas
novedades en las librerías o de los sucesos al día en el gremio de los
escritores. Evocábamos más a menudo, vicisitudes y tiempos vividos, descubriendo
con gratas sorpresas que usábamos los mismos regionalismos, tópicos, giros,
expresiones, etc. Que llamábamos con las mismas palabras algunos pájaros o
animalitos del bosque, o poníamos los mismos nombres a los perros, gatos,
cabras, vacas y hasta a las gallinas.
No
ignorábamos la presencia invisible de las “autoridades”, ni la de los vecinos. Las amistades necesitan un espacio
de recuerdos comunes y un campo común para ilusiones. Las nuestras eran
difíciles, no nos sobraban amigos. Sobre todo, amigos comunes. Aislados los
dos, casi sin salir de casa. Trabajábamos mucho. Él, con un programa muy
riguroso, siempre después de medianoche hasta primeras horas de la mañana.
Hacía y rehacía más veces un manuscrito, incluso después de tenerlo
mecanografiado. Ponía mucho cuidado en la escritura, con las letras como
dibujadas. La trilogía Cordovanii c onocido tres versiones – más de 1200
páginas - y ha sido capaz de reescribirla, con otros personajes y otro título –
Suferinţa urmaşilor (El sufrimiento
de los herederos). No por ser mal recibida por los críticos e ideólogos
culturales, sino por entender que se había equivocado, que la colectivización
de la tierra ha sido un desastre social y económico, que las cooperativas
agrícolas no han sido lo que se decía que habrán de ser, como había creído y
pensado el mismo.
Su
calvario con los censores y los editores había empezado ya desde Cordovanii y ha continuado cada vez más
empinado. Su universo, los temas tratados, el contenido y sus personajes, eran
fuentes de muchos debates. Los problemas en sí eran conflictivos. Autodidacta,
electricista de profesión, tenía su filosofía de vida y su modo particular de
pensar al hombre en sus relaciones con el mundo. En esto, había aprendido mucho
de la filosofía de Lucian Blaga, sobre todo, de su Elogio de la aldea. Al
regresar del campo, el campesino cierra las puertas y se queda en su patio, con
los aperos y sus animales, comunicando solamente con su universo y con el
cosmos.
La
aldea que defendía Lăncrănjan era exactamente la que tenía que desaparecer y el
partido no querría que sea defendida. Con las palabras de Lenin, la aldea venía
a la ciudad, se transformaba, el campesino debía que aceptar los cambios,
renunciar a su modo de vida tradicional. Se avanzaba en esta dirección, a veces
de manera violenta. Se pensaba en la “urbanización”, en demoler las casas,
pequeñas y muchas, para construir bloques, como en la ciudad y aprovechar la
tierra; transformar los patios, los huertos y los jardines en terrenos
agrícolas. Se hacían cálculos, agrónomos de Dobrudja estudiaban la fertilidad
de las tierras de Oltenia, los de Moldavia a las de Maramuresh. Los
agrimensores y los tipómetros levantaban planos y mapas del futuro. Los
campesinos, supuestamente ricos, chiaburii – los kulak - que se habían opuestos a la colectivización,
ya habían perdido todo, han sido trasladados a regiones menos pobladas.
En
todos sus libros, Lăncrănjan volvía del campo, cerraba las puertas de su casa y
defendía desde su patio la cultura de la aldea, su historia y sus tradiciones.
En Eclipsa de soare (Eclipse de sol), 1966;
Vuietul (El estruendo),1969; Fragmentarium,1969; Ploaia
de la miezul nopţii (La lluvia de la medianoche), 1973 – sean cuentos
breves o relatos largos, artículos y panfletos –, Lăncrănjan contempla,
imagina, transfigura y defiende el mundo de la aldea.
Mientras
Marin Preda se abre hacia la ciudad, con Risipitorii
(Los pródigos), 1962 y Marele singuratic
(El gran solitario), 1972 o propone, en Delirul
(El delirio) una visión nueva sobre la Segunda Guerra Mundial y una
reexaminación objetiva de la personalidad política e intelectual del mariscal
Ion Antonescu, molestando mucho a los lideres de Moscú. Novela de mucho
impacto, trascendental.
En el
mismo año 1975, Lăncrănjan publica Caloianul
(El caloían), su gran novela política, ilustrando en Alexandru Gheţea, su
personaje, la biografía muy pormenorizada, todo un fichero, de un escritor y
político oportunista que, desengañado, trata de redimir su vida, contándola en
un libro que la muerte no deja que la escribiera.
En la
tradición popular, Caloianul es un muñeco de barro, trapos y paja, que se
fabrica ritualmente para ser enterrado, echado al agua, para que traiga la
lluvia, en los años de sequía. Enterrado y desenterrado para matarlo otra vez.
Marin
Preda atacaba los grandes temas universales, reconsideraba a su modo la
condición humana en Cel mai iubit dintre
pământeni (El más amado de los terrenales), su última obra; Lăncrănjan, con
Drumul cainelui (El camino del
perro), reconstruía la aldea, la matriz
estilística del pueblo rumano. Tal como la presentaba Lucian Blaga: “...la matriz estilística puede ser, al menos
con sus factores esenciales, semejante hasta la equivalencia para más personas,
para todo un pueblo, incluso para una parte de la humanidad de la misma época”.
Tras su
entrevista con Ceauşescu, como director de la más prestigiosa Editorial, Cartea Romaneasca (El Libro Rumano), en
diez anos - el obsedante decenio -
los mejores libros de la literatura rumana han sido editados por Cartea Românească, incluidos los suyos,
sin ninguna dificultad.
Mientras
tanto, Lăncrănjan ha tenido que luchar continuamente con los censores y los
editores. Todos sus libros han pasado por las Horcas caudinas, saliendo tras largas esperas, transformados o rescritos
cuando no amputados. Por ello, a veces
tardaba mucho con un libro ya acabado para aplazar el calvario. Venía para
verme: “¿Qué crees, sería bueno entregar ese manuscrito?” “– Claro que sí, es
lo mejor que podrías hacer”. “-Pues bien, ya lo he entregado.” “-Y entonces
¿por qué me preguntas?” “- Para ver si he procedido bien...”
Le
hacía falta una confirmación que siempre la recibía. Solamente con el Camino del perro las cosas se han
complicado más de lo imaginado y hemos recurrido a una treta. Vivía aún en el
barrio de Griviţa, cerca de Piaţa Chibrit (Plaza del Fósforo). He
ido a verle, pensando en una entrevista para Informaţia Bucureştiului, donde había obtenido una rúbrica semanal.
Así, de una pregunta a la siguiente, para pasar al Camino del perro. Le hemos cambiado el título y él tenía que
decirme que estaba con un libro nuevo, Strada
buldogilor (La calle de los mastines), anticipando el tema, el contenido y
algunos datos de los personajes.
El
periódico salía a la venta por la tarde. He visto las galeradas y todo estaba
en orden, incluida la foto del entrevistado. Pero antes del rotativo, las
páginas recibían el visto bueno del censor. Y han saltado todas las alarmas.
Era la misma novela la que figuraba en el Índice de la Dirección de Prensa. Se
ha parado el proceso de la imprenta. La entrevista ha sido eliminada y el
espacio gráfico que ocupaba se ha llenado con
Poemas de Maria Banuş. Yo me
he quedado sin rúbrica y sin el visado para España.
Consecuencia
ultima. Bajo la direccion del Consiliul Naţional de Cultură şi Educaţie
Socialistă, Comisia
literar-editorială ha preparado una
reunión especial para recabar las opiniones de “los trabajadores manuales e
intelectuales”- abreviado, oamenii muncii
- sobre la novela.
Con
este fin, se ha serigrafiado el manuscrito – no existían fotocopiadoras – en 100 (cien) ejemplares, uno por invitado.
Cinco días antes del evento – “el 30 de marzo de 1973, al las 9.00 a.m.” -,
se han cursado las invitaciones, firmadas en claro por El
Presidente, Ion Dodu Bălan y El
Secretario, M. Sântimbreanu. Transilvano, Ion Dodu Bălan era vice-ministro
de Cultura. Transilvano, Mircea Sântimbreanu, era Director de la Editorial Albatros, y había discutido
algunos cuantos anos sobre la publicación del libro con Ion Lăncrănjan,
asimismo de Transilvania. Los estoy viendo: achaparrado, de cara ovalada y
afeminado, Ion Dodu Bălan; alto – 2,10 m. -, con palmas grandes, como palas de
carretera, muy dado a las tertulias, Mircea Sântimbreanu.
He
recibido mi invitación, con el Exemplar
numărul 87. Asimismo, Lăncrănjan ha sido convocado. Invitado para asistir a
su propio entierro. Un día antes ha pasado por mi casa. Le he regalado mi
ejemplar y le he dado dos consejos.
Uno:
desistir de la convocatoria y solicitar, invitación en mano, una entrevista con Nicolae Ceauşescu. Dos: denunciar los hechos, y pedir
danos. Según la Ley de Prensa, 7 (siete) ejemplares de un documento constituían
una tirada. Si el documento era un manifiesto de protesta, el posesor hubiera
sido condenado a dos anos de cárcel. Si el emisor era una institución, cargaba
con todas las obligaciones. En este caso, según la misma Ley de Prensa, La
Central del Libro tenía que pagar los derechos de autor.
El
desenlace: Lăncrănjan ha sido recibido por Ceauşescu. La Editorial Albatros ha tenido que ceder el manuscrito a la Editorial Dacia, de Cluj-Napoca, donde El camino del perro será editado en
5.500 ejemplares...
Madrid
20-30 de junio de 2014
©.
Darie Novăceanu, 2014
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