.Sărbătorile poeziei
Vasile Voiculescu (1884-1963)
Médico rural, vivió
modestamente en pueblos remotos y desconocidos.
Hace suyo el universo
campesino, redescubriendo en la cultura
popular, en las creencias
y tradiciones, valores y virtudes olvidadas.
Escribe mucho y publica
poco. Un cierto primitivismo acompaña su lírica
muy cuidadosa con el
lenguaje. Sus sentimientos religiosos recuerdan
los de un cristiano del
medioevo. Es el mayor introductor en la poesía
rumana de ángeles,
obligados a cumplir labores y tareas muy
humanas. Además de
poesía, escribe teatro y prosa, ésta última abrió,
tal vez, las primeras
páginas de la narrativa mágica.
OBRA: Poesía: Poemas; El país del Uro; Poemas con ángeles; Destino;
Subida; Vislumbros; Los últimos
sonetos imaginados por
Shakespeare, traducidos de modo
imaginario por Vasile Voiculescu.
Narrativa: Cuentos;
Zahei el ciego. Teatro: La hija del oso; La sombra;
El demiurgo.
Fragmento de fresco antiguo
El paraíso estaba muerto:
reloj sin cuerda.
Leones lánguidos dormían junto
a los corderos,
tigres y gacelas
cabeceaban entre las flores,
el unicornio parecía
hecho de tamos hilados,
los caballos de goma, los
toros de pereza,
los perros habían dejado
de ladrar
y bajo la espesa sombra
dormía como una piedra
un mono feo –¿Adán?
Harto de este mundo
inmóvil,
El Padre mismo
languidecía soñando otro ser.
En su aburrimiento hizo
una criatura esmaltada
de flores, de fresas, de
manzanas,
estrambótica,
ardiente,
turbadora,
con garras de pétalos en
las manos y en los pies,
con tierno y fresco olor
a pecado.
Los leones han dejado de
bostezar,
las fieras la han
circundado todas de una vez,
los centauros se han
acercado al galope para mirarla
y una bandada de ángeles
ha bajado a toda prisa
para alabarla en sus
canciones de plata.
Blanda, desnuda, sin
vergüenza,
Eva sonreía a todos
dulcemente,
y el corazón del paraíso
empezaba por fin a latir.
Versos en el cuadro de un
primitivo
Adán despierta: siente en
las costillas un dulce dolor.
A su lado, la mujer le
sonríe serenamente.
Y él, como en un sueño,
se pregunta
Maravillado, qué es esto,
qué es esta blanca
aparición desnuda
y para qué sirve.
Súbitamente las miradas
eligen su blanco
y queda sin aliento por
un instante.
Desde su casto ser siente
brotar
la inocente llama de la
tentación.
Eva, al sentir el
flechazo dulce,
deja caer sobre la
espalda
las ondas de su cabello
y lentamente pasea la
sonrisa con gracia
sobre los senos, sobre
las caderas,
sobre todo su cuerpo,
para saber qué misterios
se abren…
Y he aquí que,
defendiendo su pudor,
con manos frágiles,
más la muestra que la
oculta.
El hechizo
El alma peregrina vuelve
a su casa.
Carne, abre la puerta a
tu peregrino dueño,
hazte sierva astuta,
novia bella,
y como cántaro frío,
lleno de frescuras,
lávale los pies
empolvados por el sueño,
enjúgale con la loca flor
del cabello,
aprésale con la dulce
reprensión de tus brazos,
ábrele las blancas
trampas de tu profundidad,
hazte su sombra, hazte su
aire,
atráele con tus encantos
y llévale hacia el pecado.
Acaríciale con tu pereza
y pon en su camino
las maravillas de tus
ardores.
Sepúltale en tu miel, la
que yace desconocida
en la colmena de tus
cinco sentidos.
Para que en tu dulce
ataúd olvide su dolor,
para que no vuelva a huir
jamás
tu demente dueño,
para que a su loco mundo
no regrese más.
Dale carne hechizada y
después, tú, carne,
vuélvete plomo y haz que
se duerma.
Despedida
Cuando agitaste el
pañuelo
cual bandera blanca en
tus manos,
el crepúsculo se miraba
en las aguas de la fuente;
al lado, flechado su
corazón por el miedo,
en el instante de la
despedida,
una tórtola gemía;
una granada verde, roída
por los gusanos,
caía ahogada en la hierba
soñolienta
y por el portal del
anochecer,
hacia las sombras de la
perdición,
tristemente salía,
alzándose cual una llaga,
sobre un billoso cielo
gris,
el véspero del amor
pálido y frío.
Inclinado sobre el
brocal,
veía como en lo hondo el
dolor
enturbiaba la
profundidad, abrevándose,
transformando en sangre
el chispeante cristal de
las aguas.
Veía morir el crepúsculo
y el véspero marchito.
Veía como partía sola
hacia lo lejos,
tú, la sin piedad,
llevando contigo,
en la blanca bandera de
las manos,
para izarlos en otros
horizontes
los pañuelos de la luz.
Y me dejabas, en el vacío
de la fuente con dragón,
mirarme con sus ojos de
oro la noche sin confines.
Mientras, pidiéndose
perdón en la sombra,
se despedían,
abrazándose, el amor y el olvido.
R. Traduceri de Darie Novaceanu
R. Traduceri de Darie Novaceanu
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