Sărbătorile poeziei
Adrian Păunescu (1943- 2010)
Estudios de Filología en
la Universidad de Bucarest. Publica sus primeros
poemas a los 17 años,
sorprendiendo con su espontaneidad y el aluvión
de imágenes de su poesía.
Siempre dentro de una preceptiva clásica,
logra poemas de gran
musicalidad y se convierte muy pronto en el
“poeta de la calle”.
Alterna la poesía con el periodismo y funda un taller
literario y musical,
recorriendo pueblos y ciudades por todo el país consus espectáculos muy
populares. Siguiendo la línea tradicional de
una lirica patriótica, es
autor de un sinnúmero de poemas de alabanza al
“conducator” Ceausescu,
gozando algunos años de todos los favores
del poder. Sincero en su
decir es a veces incómodo y polémico, su poesía
ha tenido siempre detractores
y grandes defensores. Acostumbrado
a todo, nadie le puede
negar su valor de poeta auténtico.
Obra. Poesía: Ultrasentimientos; La fuente sonámbula; Los primeros
corderos; La historia de un segundo; La vida de
excepción; El deber
repetido; La tierra, por ahora; Poesía hasta hoy;
Manifiesto por la salud
de la tierra; Amaos sobre cañones; La reserva de
los bisontes; Sin
embargo, el amor; Poemas prohibidos.
Los fértiles silencios
Cuando se han callado los
cañones
hemos podido oír
el roncar de los artilleros.
Cuando se han callado las
generaciones
hemos podido oír
las reivindicaciones de
la etermidad.
Cuando se han callado las
lluvias
hemos podido oír
a los contadores de agua,
cobrando.
Cuando nos hemos callado
nosotros
hemos podido oír
la hierba creciendo sobre
los adversarios.
Cuando se han callado los
enemigos
hemos podido oír
cómo chocábamos entre
nosotros
cada cual en su ataúd.
Cuando se ha callado todo
hemos podido oír
los museos ahogados por
tanta sangre
recordada.
Los caballos
Llegaron los caballos
para hablarnos,
y no los escuchamos;
llegaron los caballos
para arrodillarse, se arrodillaron
y no los hemos mirado;
jurando, sacrificaron sus
potros pero tampoco entonces
los hemos creído;
llegaron los caballos
desde las tumbas, llorando,
pero no los hemos creído;
bajaron desde las
estatuas, nos hablaron
y no los hemos escuchado.
Los hemos encerrado en
los establos
y en los hospitales para
ellos.
Y durante una noche, su
noche de San Bartolomé,
hemos llenado los
corrales de sangre,
dándoles muerte.
¿De dónde hemos aprendido
tan de prisa
a enterrar todos nuestros
caballos
y quedarnos alegres como
en la boda?
Llegaron los caballos
para arrodillarse,
se arrodillaron, grandes
y tristes,
mas nosotros sabiendo
escribir ya,
los hemos contemplado con
optimismo
y hemos firmado sobre
ellos
con achas afiladas.
El silencio de la ciudad
Se me antoja incluso que
vamos a vencer
este castillo de la
muerte, aunque parezca
que todo era en vano, en
vano el sudor;
y me fío de la nieve que
está cayendo.
Nada nos interesó durante
la marcha
hacia el gran castillo,
dotados con clarines;
si es que todavía alguien
está dentro
no faltarán oídos para
nuestros gritos.
Envejecemos bajo el
silencio de las murallas,
todos esperando siempre
la victoria.
En lo demás, la batalla va
muy bien.
Incluso una torre podría
derrumbarse,
hemos gastado para ello
tantas armas
que se caerá al menos por
tanta vergüenza.
Perro de caza
Yo soy un perro de caza,
despierto la presa
ladrando
por los valles nublados
por donde vosotros estáis
pasando
con las escopetas
preparadas,
vosotros, apenas nacidos,
tiernos vosotros.
Sé todo lo que pasa y lo
que pasará,
estoy viendo hasta
vuestros sombreros,
saltarán los conejos, los
jabalíes y los pájaros,
por los valles del mundo
habrá un desastre.
Blancos, deportistas y de
ojos azules,
llegáís de atrás, por
entre nieblas y piedras,
callados o riendo a
carcajadas,
mientras yo sigo
ladrando.
He aquí que saltan los
conejos, salen los jabalíes,
los osos se caen, las
raposas son como llamas,
retumban las escopetas en
su sangre,
siento piedad y me
estremezco.
Y sé lo que vendrá: como
por error,
una bala me matará por la
espalda
y los cazadores jóvenes
llorarán
encima del que ha sido
perro de caza.
Yo soy un perro de caza.
Pobre autor de cuentos policiacos
Toda la semana
he lavado
vuestros vestidos
ensangrentados.
Ahora, quisiera pedirles
el favor
de concederme
un día para lavarme a mí
mismo.
Me he hecho responsable
de la sangre
que han sacado las
lavadoras
de vuestros vestidos.
Pero, al menos ahora,
cuando estáis vestidos
pulcramente,
permitidme
un día libre.
Mañana, otra vez
os hará falta
mi sencilla lavandería de
sangre.
Dejadme libre el día
en que os encontréis
amistosamente
con los que vais a matar
mañana.
Sala de espera
Como una sala de espera,
así es mi corazón lleno
de gente,
de equipajes y avisos
apresurados
y no sé por qué
precisamente
para los que están dentro
de mi corazón
ya no llega ni un tren
más
y ninguno se va.
Se ha podrido hasta la
estación
abrazada por tanta
madreselva rebelde,
se han oxidado los
picaportes
y hasta las gafas del
guardagujas
y el agua ha hecho crecer
tan verde
el musgo sobre el brocal
de la fuente.
Tal vez las cabras
hambrientas
han comido hasta la vía
del ferrocarril
y no han dejado
más que estos dos fieles
durmientes,
estas dos pobres manos
mías.
En el camino por donde ya
no llega nadie,
en la vía ferrocarril
donde no se oye
crújido alguno de ruedas,
mi corazón, sala de
espera,
mi corazón es una sala de
espera inútil.
....................................................................................
R. Darie Novăceanu - 2015