Sărbătorile poeziei
Darie Novăceanu (1937)
Graduado en filología
románica, es el poeta e hispanista que más se dedica a la difusión de
las literaturas hispánicas en su país. Nombres
como los de Machado, Juan
Ramón Jiménez, Lorca, Borges, García Márquez, Sábato, Octavio
Paz, Luis Rosales, Neruda, César Vallejo, Álvaro Mutis, Félix
Grande, J. M. Caballero Bonald, Carmen Laforet,
Torrente Ballester, etc.
son conocidos hoy en Rumania gracias a su labor de traductor e
interpretación.
Por su versión rumana de Góngora ha merecido el Premio
Nacional de Traducción, España (1982), y por el libro de poemas, El
estado del tiempo, escrito en español, ha sido galardonado con el Premio
Internacional “Luis Rosales” de poesía
iberoamericana(1993).
Es miembro
correspondiente de la Real Academia Española.
Entre los años
1992-1997 ha desempeñado el cargo de
Embajador de Rumania en
España.
Obra. Poesía: Autobiografía; Pájaros de arcilla; Técnica de la sombra;
Existen noches; Paisaje en movimiento; El regreso del
gladiador;
La luz del otoño; Hombres en las orillas; El
estado del tiempo.
Historia de la cultura: De noche
por los caminos de Italia; La hora de América
Latina; La Habana; Las Islas Canarias.
Ensayística: Precolumbia; El efecto del espejo.
Periodismo: Reportero en la Plaza de la guillotina; Hechizo para hacer dormir a la Corrupción.
Obras
inéditas: El naufragio de los piratas; Et in Balcania ego; El reloj de
Don Quijote
Bajo la luz del otoño
Llego una vez más delante
de la casa donde,
sin saberlo, me he de mí
mismo despedido.
El anochecer es suave y
de las heridas
ninguna me duele ya. El
rumor de las hojas
me dice que era el tiempo
de volver. El silencio
ha subido de precio y las
palabras sangran
al intentar tan tarde
destramarlo.
La hora se está llenando
con el rumor del recuerdo
y las flores empiezan a
alumbrar el jardín.
Como un emperador
humillado sin quererlo,
el maíz entra en la
comarca llevado por yuntas de vacas.
Encima de él, los faroles
de calabaza y la judía
acompañan el cortejo. De
alguna parte, el silbido
de serpiente de la
guadaña. La brasa
de las quitameriendas se
apaga en el renadío segado.
El último cuerpo del
verano se arrodilla en las colinas
y se deja fecundar por el
grito azul de las grullas.
Ciervo tumbado bajo el
alero de la casa, nuestro arado
está soñando con el canto
del mirlo. Descalza,
la infancia siembra maíz
en los surcos de las nubes.
El bosque se da a la vela
y se va solo hacia el noviembre.
A sus bordes, el cencerro
del rebaño desafía
la inclemencia de la
balada de los tres pastores
y reconstruye en bronce
el paraíso de antaño.
El mar
Sobre esta orilla donde
jamás
ha llegado barco alguno,
merodea desde siempre mi
alma
engañada por el rumor de
las olas
que nadie está oyendo.
No llegará. No llegará
jamás,
le digo cada vez. ¿Qué
puede buscar
un barco aquí donde el
mar
ya no existe desde hace
mil años?
Pero mi alma sigue
deambulando por la orilla,
levanta muros de niebla,
tapa los valles,
junta nubes y disfraza
los alcores,
esconde los maizales,
lleva los ganados
hacia las montañas.
Protege los árboles.
Después borra sus propios
pasos
y se vuelve a casa para
decirme:
nada espero. Tienes
razón, no llegará barco alguno.
Pero el mar existe: hoy
mismo, al alba,
un barco más se ha dado a
la vela y se ha ido.
Pirámide y caña
Sin alma otra vez. Como
ayer,
no sé por donde anda
sola. Yo
estoy andando por las
calles.
Nada busco: todo lo que
he encontrado
apenas me ha servido para
seguir buscando.
Nadie me podrá enderezar
los hombros
doblados bajo tanta duda.
Entre la pirámide y la
caña,
me he quedado con ésta
última.
Flexibilidad y rumor.
Ondulación y murmurio.
Al caer de la noche el
recuerdo desata
los manantiales de lo que
hubiera podido ser.
Es el instante en que el
alma abre y se va.
Nunca le digo que se
quede. Sin decírnoslo
nos repartimos las horas.
El silencio
del arco bien tenso.
Sé cuando vuelve: el
cuarto
se está llenando con el
olor de la infancia.
Suave, la luz del otoño
nos junta una vez más.
Está bien, mi alma. Está
bien, mi hombre.
El arco se destensa. El
silencio
se traslada en la punta
de la saeta.
Monumentos
Tan sólo el que ha
recorrido el mundo a pie
sabe el precio del agua y
de la sombra.
Una semilla de luz
líquida sobre los labios
y la mano de sombra del
árbol
acariciándote la frente.
La eternidad no puede ser
más cara.
Que no te hagas tallar tu
propio rostro,
murmuraba mi abuelo
tallando en madera de roble
unas bellas cabezas de
caballo.
En parejas, como si fuera
un carruaje,
los caballos protegían un
manantial.
En todo el camino que
lleva a la montaña,
sus fuentes y sus
caballos.
Entre los caminantes de
ahora
nadie conoce su rostro.
Havana, 1968, foto de Nicolas Guillen |
Delante de la puerta
Está llamando alguien. Y
no se le han oído los pasos.
No sólo los ángeles andan
sin paso. Además,
ellos ya no llegan desde
afuera y al filo de la media noche.
Pero alguien está delante
de la puerta y sigue llamando.
Hace tanto tiempo que
nadie se ha extraviado por estos lugares.
Podría ser alguien de
otro tiempo. Un viajante
puesto en camino desde el
principio del mundo.
Si hubiese tenido
caballo, hubiera podido ser
el último bárbaro. Sobre
la mesa
queda aún un mendrugo de
pan. ¿Oyes cómo está llamando?
Como si no tuviera dedos.
Pero tampoco ala
podría ser. Y la verdad
no golpea de este modo.
Al menos si hubieses
llovido. ¿A quién esperas?
No es pájaro, ni animal.
Desde mucho no te fías más
de los cuentos de hadas.
Pero está llamando.
Los recuerdos no llaman a
la puerta jamás.
No te preocupes: si es
que ha llegado hasta allí,
no hay manera de pararlo
y va a entrar.
Pero déjalo que llame.
Déjalo que golpee
hasta que canten los
gallos por tercera vez.
En el lecho del río
Es hora ya de contar y
ver
cómo se te han derrumbado
uno tras otro
los grandes imperios del
sueño.
No ha quedado nada sin el
golpe
del casco de elefante de
los años.
El polvo de las horas se
ha cernido
sobre toda ilusión y la verdad
ha terminado
inútilmente en los
archivos de la memoria.
Haz la cuenta y observa
cuánto ha quedado
del color de la
esperanza.
Cuántas palabras han
enmudecido
como las piedras en el
lecho del río.
¿De qué te han servido?
Los colmillos de lobo de
la soledad
han acosado todas tus
noches. Disipados,
los amigos temen volver a
verte.
Solamente los ciegos
pueden medir aún
la distancia entre el
recuerdo y la luz.
No tiene sentido enviarte
el pensamiento atrás
si no puedes irte tú
mismo con él.
El delicado punto desde
donde no hay regreso
ha sido alcanzado. Hazte
la cuenta y observa,
todo lo que has sumado no
es más que disminución.
Solamente pérdida.
Solamente pérdida.
Hazte la cuenta y levanta
el muro
y deja que la añoranza
suba por sí sola
como planta exótica sobre
toda la casa.
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© Darie Novăceanu - 2015