Interludio, mirando hacia los Cárpatos
Lisimaco |
Lisímaco, entre los
mejores y fieles generales de Alejandro, lo intentará más veces, fracasando
siempre. Par empezar, al proclamarse rey de Tracia, tratará de recuperar la
herencia de Filipo en las costas del mar Negro y la codiciada Dobrudja,
enfrentándose, en el año 300, con Dromichetes, el primer rey del estado
unitario de los dacios. Hecho que les trae una victoria impensable hasta
entonces. El mismo Agatocles, que llevaba el mando de las tropas invasoras,
caerá prisionero, poniendo fin a la contienda.
No sin condiciones,
Dromichetes libera al hijo de Lisímaco y lo envía a su padre cargado de
atenciones y presentes de mucho valor. Gesto que Lisímaco no ha sabido
apreciar, volviendo en persona, ocho años más tarde, con un ejército de 100.000
soldados, atraídos por el rey dacio hacia los campos del fracaso seguro, con
todo quemado, sin agua y alimentos. Dos aliados siempre eficaces, en todas las
guerras.
Sin haberse llevado
provisiones de casa, contando con las del adversario, y las tropas diezmadas,
por primera vez en su vida, Lisímaco conocerá la condición de prisionero. Y de
nuevo Dromichetes hará gala de su generosidad: en vez de ejecutarle, como le
exigían sus guerreros (“-¡Hay que matarlo! / - No, vendrá otro peor.”), le
ofrece un banquete, en la ciudad de Helis (hallada, con mucha probabilidad, en
la provincia actual de Muntenia) y le da el trato inusual de padre.
Un banquete donde a los
vencidos se le sirve la mejor comida, en platos y copas de plata, en una sala
aparte, mientras los vencedores se sientan sobre paja, comen y beben,
modestamente, en vasos de madera. A Lisímaco le traen hasta su alfombra, que
hacía parte del botín de guerra, y le hacen sentarse en una mesa toda de plata.
Los historiadores de la época, Pausanias y Diodoro de Sicilia, comentan la
fiesta, maravillados por la actitud del
rey dacio, quien vuelve a llamarle padre
y, durante el brindis, le hace la inocente pregunta: ¿qué comida es la mejor,
la que le había sido servida o la macedonia? Sonriente, Lisímaco contesta que
la macedonia, y la réplica del anfitrión vendrá demoledora: - Entonces, ¿por
qué lo has dejado todo para probar nuestra pobreza? Anota Pausanias que el rey
macedonio ha reconocido su error, le ha devuelto las ciudades ocupadas –
Capidava, Carsium y Genucla - y le ha dado de esposa a su hija, ofreciéndose en
adelante como amigo y aliado. Promesa cumplida hasta su muerte, en 281, cuando
será asesinado por Seleuco Nicátor.
Capidava |
Despejados por
rivalidades fratricidas, después de conquistar el reino seléucida, en el año 64 a.C., los romanos se
adueñan de los Balcanes y empiezan a mirar hacia los Cárpatos, al tanto de sus
muchas riquezas. En expansión continua, el mantenimiento de las legiones y las
estructuras políticas y administrativas del imperio exigían continuas
conquistas, la presa más codiciada siendo el país de los dacios. Darío mismo,
en su expedición a las estepas caucáseas, planeaba hacerse con el oro de
Transilvania.
Extraído y llevado por los agatirsos a Olbia,
donde lo trabajaban los orfebres pónticos, el oro dacio se vendía en toda
Grecia y en muchas ciudades de Asia Menor.
Tiempos de una cierta
bonanza - el así llamado periodo clásico de la civilización geto-dacia -,
cuando los dacios, después de haber recibido y aprendido, empezaban a producir
y comercializar sus productos, fomentando el progreso socio-económico e
incrementando la unidad territorial del estado. Un proceso normal, diríamos
hoy, según criterios y valores actuales, pero que, referido a su época, tiene
otras dimensiones y más connotaciones. Nos hallamos todavía en un calendario de
muchos movimientos e invasiones, que no traían casi nunca un beneficio para el
país. La siempre crítica actitud de Pârvan, en cuanto a los escitas, tenía sus
razones. Gente robusta, resistente y violenta, los escitas han sido una
calamidad de la cual los geta-dacios han conseguido reponerse con mucho
esfuerzo, en apenas cuatro siglos, sea asimilándolos [por casamientos], sea
obligándolos a alejarse. (Gética)
Llegados a Transilvania
por caminos que no hubiera podio ser más que los valles de los actuales ríos
Dniéster, Prut y Siret – que abría el paso de Oituz, muy importante hacia esta
geografía, podemos imaginarnos el júbilo de esta gente, que, al dejar las
estepas, se encontraba con colinas fértiles, abundantes pastizales y bosques
que les proporcionaban la madera, la que siempre les había faltado. Con saber
que, asaban la carne quemando los huesos de los animales sacrificados,
entendemos el desengaño de Pârvan: gente en movimiento, donde se detenían, los
escitas arrasaban todo, sin discernir todavía entre una vida sedentaria y el
nomadismo.
No lo mismo nos ha
pasado con los primeros celtas, que venía desde horizontes de mucha cultura,
buscando una patria sin nunca encontrarla. El
ejemplo más relevante en la historia - opina Constantin Noica -, en cuanto a la imposibilidad de salir de la
precariedad de las manifestaciones ciegas, y obtener un sentido general
(incluso un estado) nos está ofrecido por algunas estirpes como los celtas, que, siglos antes de nuestra
era y hasta hoy, en el espacio que habrá de ser rumano, luego en Francia,
España o Inglaterra, han intentando socavar todo lo que era estado constituido,
sin poder llegar, por sí mismo, a la idea y a la realidad de una orden más general
de algunos de estos estados. (Seis
enfermedades del espíritu contemporáneo)
Aun así, viudos de lo general, los celtas nos han
traído el tabanque, nuevos métodos de preparación y cocción de la arcilla, más
toda una serie de formas nuevas de vasijas, revolucionando la alfarería local.
También de los celtas hemos aprendido acuñar las primeras monedas y nos han
enseñado construir las mejores fortalezas. Ciudadelas que permanecen hasta hoy
en las montañas de Orǎştie. Aparte, los famosos megalíticos, los cromlech, frecuentes en Bretaña e
Inglaterra, o los menhires de Galicia, presentes en el recinto sagrado de
Sarmizegetusa.
Sarmizegetuza |
Una relectura de los
mapas arqueológicos evidencia un sostenido desarrollo industrial y agrícola. Se
producía de todo y mucho: artículos para el hogar, tejidos, prendas de vestir,
objetos de adorno, alhajas, aperos agrícolas y armas, utilizando diversas
técnicas y métodos de fundición, donde se reconoce un cierto aporte de los
cimerios y los escitas.
Detrás de las
industrias, la agricultura. El cultivo en terraza, subiendo las colinas hasta
más de 1400 m.
Un cultivo sabio, puesto que dejaban las tierras a descansar durante un año.
Entre las especies, semillas de mijo, trigo, centeno, heno o cáñamo, que se
conservaban debajo o al lado de las casas, en depósitos tracio-helenísticos.
Un apero imprescindible
en la cosecha del trigo, la hoz,
parece ser contribución originaria de los dacios, puesto que en ningún lugar
del continente se han encontrado los moldes de fundición, abundantes en Transilvania.
Como la cateya, un hacha de guerra
arrojadiza, que evitaba la lucha cuerpo a cuerpo. Más eficaz, tal vez, que las
alargadas lanzas, de hasta 8 m.,
invento personal de Alejandro Magno.
Verdadero o no, la
cultura popular rumana recuerda hasta hoy el trigo burebista. Tal vez
especie muy productiva, cultivada durante y después del reinado de Burebista.
Que el segundo gran rey
dacio hubiera pedido a su pueblo, como menciona Estrabón, arrancar la vid, por
haber perdido una batalla a causa del vino, es un pormenor resaltado por más
fuentes. Pero en los en los yacimientos arqueológicos se han hallado abundantes
restos de ánforas traídas de Thasos, Rhodos o Cnidos, con vino griego. Prueba
de que se seguía tomando un vino mejor, los viñedos locales, debido al frío que
impedía la maduración, produciendo poco y de muy baja calidad.
Madrid, 2005
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© - Darie Novăceanu – Et in Balcania ego. 2016