Morir para seguir
viviendo
Desde Zalmoxis hasta Burebista el
reloj había marcado más de medio milenio; tiempo el cual por sus caminos han
ido muchos discípulos, trayendo conocimientos nuevos, de más contenidos. Entre
ellos, el gran sacerdote Deceneo, guía espiritual de Burebista. Virrey que, a
la muerte de éste, llegará a la dignidad suprema en el estado.
Estrabón, como siempre, es el
primero en señalarlo: “Burebista ha
colaborado con Deceneo, un mago que había viajado por Egipto, aprendiendo
ciertos signos de predicción para adivinar la voluntad de los dioses. En breve
tiempo se le ha reconocido la gracia divina, tal como he dicho de Zalmoxis.”(Geografía)
Retrato al que el historiador godo Jordanes añade más pormenores: “El gran sacerdote Deceno los ha instruido [a
los dacios] en todos los dominios de la filosofía, los ha enseñado la moral (…)
la física y la lógica, llegando a ser superiores a todos los bárbaros, casi
iguales a los griegos. Los ha demostrado la teoría de los doce signos del
Zodiaco, el movimiento de los planetas (…), la Luna en creciente y en menguante
y los ha explicado los nombres de las 346 estrellas en su camino desde el
levante al ocaso, para acercarse o alejarse del polo celeste.” (La historia y el origen de los getas)
Este mismo autor, nacido en Moesia,
habla de una categoría de sabios llamados polistai,
iniciados en astronomía, filosofía y medicina, que llevaban una vida muy
mesurada, de meditación; abstemios, celibatarios y vegetarianos, que impartían
sus conocimientos al pueblo, al lado de los sacerdotes.
Causa sorpresa al descubrir que el
historiador judío cristianizado Josefo
Flavius (Jerusalén, 37 – Roma, 100) tenía noticias sobre de estos anacoretas,
muchos antes de Jordanes. Así, al describir las costumbres de los esenios - secta judía de Palestina – que
“rechazaban los placeres por
considerarlos un mal y estimaban la continencia y el dominio de las pasiones
como una virtud”, añadiendo que “la
vida de éstos se parece mucho con la de los polistai de los dacios”. (Antigüedades judías).
Desconocemos las fuentes de Josefo Flavius,
autor, entre otras obras, del tratado Peri
autokratoris legisimu, el primer texto de filosofía que tenemos en rumano.
Historia que merece ser contada: en 1664, en Constantinopla, al terminar la
versión rumana del Antiguo Testamento,
según la edición griega Setpuaginta
(Frankfurt del Main, 1597), Nicolae Milescu ha encontrado esta obra
encuadernada al final del volumen, sin el nombre del autor, ni otra mención
explicativa, optando por conservarla así, anónima, bajo el título Tratado sobre el razonamiento dominante…
De este modo, todo lo que sabemos de
lo que sabían los dacios sobre la ciencia del cielo y sus aplicaciones en la
tierra, lo debemos a los autores antiguos; pocos, sin muchos conocimientos de
esta índole y sin interés especial en la materia.
Los caminos por donde hemos recibido
más conocimientos científicos y humanistas – también por donde el mundo se ha
enterado de nuestra presencia en la historia – han sido abiertos por las
colonias pónticas, que funcionarán durante mucho tiempo como verdaderas
estaciones receptoras y transmisoras de bienes materiales y culturales. Con una
marcada diferencia respecto al compás del tiempo: las distancias físicas, las
mismas, han sido más cortas en llegadas y mucho más larga en las salidas.
Saqueadas por los persas, conquistadas
por los macedonios y, al final, por los romanos, estas placas giratorias han
resucitado cada vez, conociendo un desarrollo económico y cultural muy activo;
ciudades o municipios donde la vida intelectual y artística ha tenido sus
propias personalidades, gente nacida en estos lugares, cuyas obras se han
perdido o han sido integradas en el patrimonio espiritual mediterráneo. Cuando
no, reproducidas sin mención alguna, por autores que han disfrutado de fama
universal.
Rastrear la historia y la cultura de
un pueblo desde la arqueología y antropología es mucho más fácil que desde la
lingüística, puesto que la escritura llega más tarde, suponiendo no solamente
un alfabeto, sino un idioma bien definido, unitario y accesible para toda la
gente de una comunidad. Medio de expresión que a los dacios, como a los demás
pueblos vecinos, les ha faltado; el soporte único, para conservar e impartir
conocimientos propios y ajenos, ha sido la memoria y el idioma hablado.
Que entre ellos, algunos conocían el
griego o el latín no es un dato suficiente para hablar de un desarrollo
significativo de la cultura daco-romana de lengua latina, como habitualmente se
sigue haciendo, sin añadir lo más importante: no escrita.
Que los geto-dacios habrían enviado a
Trajano una carta escrita sobre el sombrero de un hongo, identificado en el
mármol de la Columna, no es un argumento a favor: Decébalo tenía muchos
prisioneros romanos y cualquiera hubiera podido hacer de escribano. Además, ni
los autores del cuento se acuerdan bien el texto. Si fuera verdad, hubieran
preparado un “papel” mejor, con la corteza de un árbol o la piel de un animal,
que sabían curtir con sal, salvado de trigo y hasta con hojas de
emborrachacabras.
Aún así, no excluimos la escritura,
privilegio de pocos entendidos, de entre los que vivían en las ex colonias griegas,
en los últimos siglos del mundo antiguo o más tarde, cuando los dacios,
vencidos definitivamente por los romanos, dentro del proceso de la etnogénesis,
habían adoptado el latín, olvidando la voz y las voces maternas.
Proceso consumado en poco tiempo por
empezar antes que la colonización que, por metódica e intransigente, no ha
dejado tras de sí edificios dignos de la grandeza y el esplendor imperial, sino
tan sólo un muestrario de fracasos silenciados.
Sin entrar en el tema, la brevedad y
la intensidad de la romanización de los dacios ha sido facilitada por
producirse dentro de un estado unitario, y por la voluntad misma del pueblo,
consciente de que esta era la única opción para sobrevivir.
Desde siempre, el mundo occidental ha
desatendido el espacio este europeo, asimilando sus valores y tratando de
imponerle a los suyos, sin discriminar. Ayer como hoy, por encima de Bizancio,
cuyo espíritu ha desembocado, sin nombre, en la geografía del Humanismo y del
Renacimiento. No negamos las luces originales de las dos corrientes
universales, evocamos a los que les han dado la primera luz.
Como Heráclides Póntico, el único nombre
recordado por las enciclopedias, en tan sólo dos líneas y dos equivocaciones:
nacido, dicen, “en Heraclea del Ponto (siglo IV a.C.), astrónomo, filósofo e
historiador griego, discípulo de Platón”. En realidad, Heracleides Lembos había
nacido en Callatis (hoy Mangalia), dos siglos más tarde, autor de La vida de Arquímedes (287-212),
elaborada según las enseñanzas de Satyros, comarcano suyo, creador del género
biográfico. Si es que se trata de la misma persona, no hubiera podido escribir
sobre el sabio siracusano un siglo antes
de su nacimiento.
Dos
factores básicos, uno físico (el territorio) y otro psíquico (la actitud de sus
habitantes), determinantes para el nacimiento del idioma rumano. Conjugación y
fusión.
Conjugación entre vencidos y vencedores. Entre los dacios que habían
luchado bajo Decébalo y los colonos traídos por Trajano. Fusión entre los
descendientes de las dos partes. Nombres y apellidos. El regreso desde la
supervivencia a la convivencia y desde allí, a la vivencia. Morir para seguir viviendo…
El
primero lo demuestra la unidad de la lengua rumana, la misma en toda la
geografía del país, los dialectos siendo fenómenos derivados en los lindes de las
tierras cercanas. Manifestaciones que les han servido a los lingüistas como
Meyer Lübke para formular una hipótesis aceptada por todos: las fronteras
dialectales coinciden en algunos países con los antiguos confines de éstos.
También para Sextil Puşcariu que dice lo mismo, más profundo y en menos
palabras: la lengua se aprende, la sangre
se hereda.
El segundo factor tiene una
ilustración muy sugerente en la onomástica, evidenciada por Vasile Pârvan,
quien rescata de las tumbas inscripciones de padres con nombres dacios e hijos
con nombres romanos. Lo que no significa que la romanización se haya cumplido
en un solo cambio generacional, pero revela que el transplante del latín había
superado la barrera crítica del rechazo. Incluso en el caso de los dacios libres
refugiados en el norte del país. Desde donde, ellos solos, o aliados con las
tribus germánicas vecinas, se sublevarán en más de una ocasión contra los
colonizadores.
En este sentido, andan equivocados -¡y
son muchos!- los que, al hablar de romanización y de colonización, las tratan
como si fueran un solo proceso. No: son dos, que se suponen y ayudan entre sí,
sin arribar al mismo puerto. A través de las
colonias griegas o, desde las provincias romanas de los Balcanes, la
lengua latina había llegado a Dacia mucho antes que las tropas imperiales. Un
vocabulario usual, con palabras que denominaban bienes y objetos específicos de
la civilización romana, en la cual los dacios han reconocido un nivel de vida
superior. Voces que después de la conquista han reencontrado en la gramática su
sitio exacto, como los elementos en la tabla periódica de Mendeléiev. Por ello,
tal vez, en lugar de romanización, el
término adecuado sería el de latinización,
ahorrador de muchas confusiones etimológicas e incluso históricas. El latín de
los dacios no era el que se oía en Roma, ni en el Senado ni en las calles, sino
en los campos de batalla; el latín vulgar, de la gente común y de los cuarteles
militares, donde la mayoría de las tropas la formaban los soldados de los pueblos
sometidos por el imperio. ¿Qué latín hablaban los sirios integrados en el
cuerpo de arqueros – surorum
sagittarorium – o los jinetes llamados por Trajano desde su Bética natal
para formar la Cohors Hispanorum,
cuya estatura no sobrepasaba en mucho a la de los caballos? Y ¿qué idioma
usaban los ilirios-celtas – pirustae
- traídos para las minas transilvanas?
Un lenguaje chapucero, restringido a la vida diaria. Soldados que, después de
25 años de servicio militar, eran una carga para el imperio. Desmovilizados, se
deshacía de ellos con un palmo de la tierra conquistada para dejarlos vivir en
condición de veteranus, como en una
residencia de ancianos, o sea, bǎtrâni.
En lo que atañe la colonización,
podríamos decir que ésta termina sin acabar. Porque, a diferencia de las demás
provincias vecinas, territorios extensos habitados por poblaciones desunidas,
Dacia estaba mejor organizada, étnicamente homogénea, con estructuras sociales
y económicas definidas; una nación rica, con tradiciones históricas, su religión
y su cultura bien asentadas. La conquista de las primeras – Dalmacia, Tracia,
Moesia o Panonia – no ha supuesto mucho tiempo ni un gran esfuerzo militar. Lo
que no ha sido posible en el caso de los geto-dacios que, además de resistir y
defenderse, habían puesto en serios apuros el vuelo del águila imperial. El
espíritu protector de Sarmizegetusa seguía vigente; rescoldo que se avivaba a
cada nuevo aleteo.
Madrid, 2005
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© Darie Novăceanu – Et in
Balcania ego - 2016