La Guerra Fría calienta cabezas
2. Desde
Londres a Kremlin
Nadie hasta Gorbachov, decíamos, había
ideado un instrumento político semejante a la
perestroika. Ni era concebible más que por un marxista que había aguantado
los avatares de la doctrina, confiado en las virtudes de su pueblo, en los
valores de su permanencia en la historia, en sus hábitos, costumbres y
creencias.
Una
herramienta así, para la democracia práctica, aplicada con transparencia,
necesitaba cuadros adecuadamente preparados para usarla. Dar en el blanco sin
bala y vencer, insistíamos, es difícil, para muchos inimaginable. Y es justo en
este punto onde Gorbachov ha errado sin equivocarse. Ha errado
por...certero: la cúpula del poder soviético estaba edificada encima de los
cimientos ideológicos pensados por Lenin y ejecutados por Stalin, empezando con
la liquidación física de los opositores, camaradas de muchos caminos.
Lenin
había construido el sistema, el sistema había construido a Stalin que, a su vez
lo había perfeccionado, consolidándole con el miedo de todos los temores, del
terror y de la muerte. Más claro aún: Lenin había levantado las cárceles y
Stalin las había colmado de inocentes.
Experimentado,
conociendo la causa de los fracasos, Gorbachov no había vacilado en ir contra
los cimientos mismos. Y es así que, desde Moscú, la Meca del comunismo, más
exactamente desde Kremlin, la Kaaba de los creyentes rojos, el 26 de abril de
1989, había apuntado hacia la cúpula
misma, rebanando de una tajada ciento y diez altos dirigentes del partido.
Ciento y diez cargos históricos, algunos más antiguos que las sillas que
ocupaban. Salvo el más lucido, Andrei Gromiko, que después de sesenta años de vida
política, siempre ileso, ha dejado la silla por voluntad propia.
Al
percatarse del riesgo que supone la aparente longevidad de los políticos y el
envejecimiento de la política, Gorbachov ha tenido la osadía de combatir los
dos fenómenos que perjudican por igual el progreso de la sociedad. Una verdad que
la ley de la naturaleza en sí la ensaya y demuestra cada vez, pero la
naturaleza humana la desoye y desafía. Y es que, cuando se hace de noche en el
cuerpo, también se hace tarde en el espíritu y las ideas son semilla estéril y
el alma barbecho. Enquistada en principios inamovibles, la política envejece
también. Siempre caminando, la vida no se detiene nunca. Para ella, el paso
marcado significa tiempo sin espacio. Y sin espacio, no hay futuro, ni
horizontes para alcanzarlo.
Con la
destitución de los dirigentes del partido único, Gorbachov no tenía de vista
tanto a los políticos petrificados en sus poltronas, como y sobre todo, al
sistema mismo que, cantonado en un pasado de leyendas más que dudosas, hacía
que los jóvenes cuadros directivos envejezcan temprano. Con los destituidos,
desaparecían miles de activistas del centro y con ellos, al nivel de las
repúblicas socialistas soviéticas, muchos miles más de activistas locales; los
pequeños czares de provincia que, al dejar sus funciones, perdían asimismo las
relaciones imprescindibles con el poder unional. Huérfanos
de un futuro que tardaba en llegar y herederos de un pasado que se
negaba irse, pero no habrá de servirles para nada.
Mucho
antes de ser elegido secretario general del Partido, Gorbachov ha sido
partidario de la reforma del sistema político y económico y la democratización
del país dentro de un proceso gradual, siempre en el ámbito de una opción
socialista. Con más aplicación cuando, ya en el Kremlin, llegará a conocer a
fondo los medios ocultos del poder. Menos importantes, al fin de cuenta, que
los entresijos de la burocracia político-administrativa, el mecanismo más
eficaz del sistema, que cumplía esmeradamente con sus deberes, suplantado las
iniciativas y la actuación de los factores directos de decisión.
La
planificación de la economía y los planes de producción, los medios y las
fuerzas de trabajo, las materias primas y la energía, los productos y las
cuotas, la valía y la plus valía, los precios y la venta, los salarios y los
beneficios, etc., todo bien medido en las manos de la burocracia, que podría
convertir cada casilla en agua de cerrajas.
El centralismo democrático, un desatino
inventado por Lenin para la sumisión ciega de la voluntad humana, hacía
estragos a todos los niveles, desde abajo hacia arriba, escalón tras escalón,
hasta la cúpula. La bóveda celeste donde anida el Poder cual Espíritu Santo.
Guarida para engendrar totalitarismos y dictadores.
Nada
casual que Gorbachov, tratando de contrarrestar el disparate leninista, recordando,
tal vez, a Hegel y su pirámide invertida por Marx, subraya: la perestroika es una pirámide que desde la
altura penetra en el fondo de la sociedad, de la clase obrera, de la
intelectualidad, de las escuelas, de los institutos científicos.
Lo dice
en el seno del Politburó (marzo-abril
de1987), cuando se debatía el Gosplan
y el Gossban, donde Gorbachov acababa
de llegar después de haber contado los tractores K-700, las maquinarias, las viviendas urbanas y las isbas, el pan,
la carne, los sueldos y el descontento general del pueblo.
“He aquí, un ejemplo – intervenía en el debate. Los compradores se quitan de las manos los frigoríficos de Minsk...la
fábrica puede aumentar su producción, pero la cuota lo impide, porque los
recursos vienen determinados por ella.”
Frente
al aluvión de desgracias e injusticias, en menos de cuatro años Gorbachov había
logrado reanimar la economía y, sobre todo, despertar la conciencia individual
y colectiva del pueblo. El despertar del alma eslava, hecha a la medida del
Volga.
Una otra sociedad, al
margen de las asentadas en la historia, tomaba cuerpo cada vez más claro. La glasnost ponía luz y abría caminos,
mientras la perestroika desataba
energías y dinamismo. Hacía falta tiempo para pensar bien las cosas y voluntad para
hacerlas bien. Para no destruir sin poner algo mejor en lugar. He aquí algunas
consideraciones suyas:
La propia lógica de la perestroika,
además de las dificultades económicas y sociales de nuestro país, nos obliga a
plantearnos la necesidad de acometer cambios fundamentales en nuestro sistema
económico. Se trata de elaborar un nuevo modelo de economía: pluralista, con
diferentes formas de propiedad y de gestión, dotada de una infraestructura
moderna.// La lentitud de la perestroika
es fatal.// Aquí, lo que falta es tiempo.// Nuestro talón de Aquiles son los
cuadros.// No consentiremos que los que hacen mal el trabajo se mantengan en sus
puestos.// Hay un apego muy fuerte al conservadurismo. Si no lo superamos, la perestroika morirá.// La perestroika es nuestra última oportunidad. Si fallamos
ahora, las pérdidas del país serán enormes. No debemos permitirlo y no lo
permitiremos, estoy seguro.// La reestructuración está en el ánimo del pueblo.
El destino del país y del pueblo está en juego. Si nos paramos, será nuestra
muerte.
Todas y
cada una de estas proposiciones, algunas recogidas de sus Memorias
de los anos decisivos.1985-1992 -
Globus Comunicación, Madrid, 1994 – de
sus discursos a puertas cerradas o intervenciones públicas,
son exhortaciones. Un centón de gritos, ruegos y conjuras, para sacar de inercia secular un imperio, en
cuya extensión se encienden y apagan diez horas legales. Un imperio
arruinado, sumergido en la indigencia y toda clase de privaciones y menesteres.
Exhortaciones para despertar del letargo social un estado – tal como
mencionábamos - con 154 nacionalidades,
entre ellas 57 con territorio propio, 125 lenguas censadas, más muchas otras
etnias, aún desconocidas, fragmentos de pueblos perdidos en los más inhóspitos
lugares de la tierra.
Exhortaciones para renovar y hacer funcionar las máquinas
ejecutivas de la burocracia de un
territorio administrado por un centenar
de ministerios federales y unos ochocientos ministerios y departamentos de las
republicas que deambulaban bajo la bandera roja del partido único. Un país,
al fin de cuentas, desgastado por una
carrera armamentística extenuante.
¿Cómo y
con quién hacer caminar a este gigante encadenado, cuando lo primero que se
tenía que hacer era saber cómo desatarlo? Una dificultad mayor que todas, con
la que se había topado, según lo reconocerá - más sinceridad no cabe en un
político -, cuando ya no era secretario general del partido único, ni
presidente del imperio arruinado y del estado aletargado: La amarga experiencia me ha convencido decididamente del antihumanismo
y de la ausencia de futuro del “socialismo” impuesto por Stalin y que, en
realidad no tenía nada de socialismo.
Esto
era también el convencimiento de los pueblos de Europa del Este. Los que habían
padecido esta amarga experiencia, al ser los únicos en la historia que en la
Segunda Guerra Mundial, habían librado dos guerras: una contra el comunismo, al
lado de los alemanes y otra contra el nazismo, al lado de los rusos.
Y todo
esto para que al final sean esclavizados por Stalin, con la benevolencia
irresponsable de las potencias occidentales vencedoras. Así, con una inocencia
épica, en la que se juntan mucha comodidad y una cierta infamia, el Occidente
ha permitido la expansión del comunismo, con tal de detenerse en los mojones de
sus fronteras, garantizadas luego por el Muro de Berlín.
Por
estremecedores que sean, los testimonios de los que han padecido las desgracias
de aquel periodo, recogidos en libros de memorias, no logran transmitir todo el
dolor. Hace falta su transfiguración literaria, privilegio de los bendecidos
con este don, que en Rusia, después de Dostoievski, nunca han sido pocos.
Pienso en Bulgakov, Pasternak, Solzhenitsin, Brodski, Mandelstam, Ajmátova, Tsevtáeva,
Babel, Pilniak, etc., mártires rusos
del siglo XX, por sacrificar su vida para salvar a la de otros. Sosteniendo una
batalla permanente contra la degradación moral y social de la cultura y de las
artes enroladas al realismo socialista. Paranoia estaliniana llevada al
paroxismo por nulidades o falsos rapsodas como Djambu Djabaev o Demian Biedny
que, por orden de Stalin, vivía en el mismo Kremlin, disfrutando de todos los
honores.
Pocos
se acuerdan hoy de esta mitología torcedora del espíritu, la cual ha hecho que
generaciones tras generaciones se amolden a sus cánones. Jóvenes que se habían
olvidado por completo de estos mártires del espíritu y de otros más como han
sido Blok, Briúsov, Bunin, Esenin,
Maiakovski, para aprender las odas de Djabaev.
Jóvenes
que recitaban Stalin pasa por el campo // y la
hierba crece bajo sus pies...-, hasta la saciedad que veían salir los
brotes verdes. Y no creían que detrás de sus pasos los campos quedaban
sembrados por millones de muertos.
Mas
como era de esperar, entonces como ahora,
acorde con sus convicciones políticas, lo que más le interesaba al Occidente en
conocer, no era el nuevo modelo económico que se proponía y buscaba
desesperadamente Gorbachov, sino averiguar y reforzar la vigencia de las
dificultades que le salían al paso.
A la expectativa, los líderes occidentales no tienen prisa en ir a la Kaaba roja. Esperan a que
la perestroika se resquebraje. Que es como habrá de suceder. Se ha hecho trizas
dentro del imperio que seguía soñando, su llegada siendo algo así como el aterrisaje de una nave cósmica en un mundo de somnámbulos.
Pero la
misma perestroika - y esto no lo esperaban ni lo pensaban – se ha hecho
fuerte más allá de las fronteras de la
URSS. Se ha extendido por sorpresa, cubriendo paso a paso la geografía
este-europea. La había resucitado. Y ésta se había puesto de pie, justo a los
pies del Muro que se venía abajo, y se ha puesto a caminar, dejando al
Occidente indefenso frente a males mayores.
Sin el
desplome repentino de esta paradoja de la inmune insensatez política, supuestamente
capaz de cerrar el paso del tiempo, de las estrellas y del hombre, los eventos
históricos conocidos por el Este europeo no se hubieran producido. Ni el
dictador rumano hubiera sido destronado. Ni su muy bien escenificada
defenestración, cumplida por una Trinidad pasajera – Bush, Gorbachov y Mitterrand
-, hubiera podido desprestigiar el comunismo, mostrándoselo como el mal de
todos los males del mundo.
La
participación del líder soviético en esta “Trinidad” no ha sido nada casual, ni
tampoco por voluntad propia. Tema que bien merecería un trato a su medida, al
antojo de los mejor preparados. En cuanto a mi me atañe, considero útil refrescar
la memoria que a veces recuerda minucias antiguas e ignora hechos recientes,
trascendentales. Entendiendo que la perestroika no cuajaba dentro de su imperio
sin el apoyo de los países socialistas, Gorbachov ha encontrado este apoyo en
todas partes, menos en Rumanía, donde Ceauşescu se ha mostrado siempre insumiso
y prepotente. Durante su visita e Bucarest (mayo de 1985) todo lo que Gorbachov
le presentaba como novedad, el líder rumano lo consideraba agua pasada. Nada de
autogestión administrativa (“La hemos probado y no funciona.”), nada de
perestroika, su fundamental herramienta ideológica y económica (“Nosotros ya lo habíamos hecho hace mucho,
con la reestructuración.”). Luego le ha ofrecido un almuerzo en el Comedor de
los trabajadores del Combinado 23 de
August, donde, muy caliente, toda la comida había sido traída del Hotel Intercontinetal, incluso la
cubertería y los camareros...
Es así,
que en tan sólo tres meses, los tres de aquel otoño, todos los jefes de estado
de Europa del Este habían dejado el poder, sin muchos aspavientos, y habían despejado
el paisaje, echando la broza seca bajo los escombros del Muro de Berlín. Menos
Ceauşescu, que seguía en sus trece, para la desesperación del Occidente.
Tanto
que después de Malta – la veremos a su tiempo – Mitterrand ha tomado el toro
por los cuernos, haciendo de lanzadera entre Gorbachov (Kiev, 6 de diciembre de
1989) y George W Bush (Isla de
Saint-Martin, Antillas, 17 del mismo mes.)
Y,
volviendo al principio, sin los cambios políticos que se sucedían en la Unión
Soviética, la paradoja de hormigón armado hubiera resistido, tal como sostenía
Erich Honecker, arrendatario del óbice: El
Muro seguirá de pie en cincuenta o cien años más.
Predicción infirmada en muy pocos días.
Madrid,
2001-2014
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© Darie Novăceanu, 2014.
Reservados todos los derechos.