La Guerra Fría calienta cabezas
4. Desde los manantiales de Potsdam a las orillas de Malta
Los
ríos subterráneos de la historia
En las sociedades llamadas
primitivas, todo secreto es un peligro.
Lo que se oculta se
convierte en un peligro para el hombre y la colectividad.
Mircea Eliade
Potsdam. El castillo y el parque de Sans-Souci |
Sorprendentemente, ninguna de las escuetas declaraciones, cuando la caída del Muro de Berlin, haya mencionado la muy cercana Cumbre de Malta. Faltaban menos de tres semanas hasta el encuentro entre los dos líderes mundiales, Bush y Gorbachov, y es de suponer que los documentos previos a las conversaciones habían sido elaborados y reelaborados antes y después del desplome, corrigiendo o añadiendo párrafos acordes con las nuevas circunstancias político-militares.
Un
acontecimiento histórico de tal envergadura no surge como los fenómenos
impredecibles de la naturaleza física, que habitualmente traen desastres. Nada
de esto, la Cumbre de Malta ha sido
un acto de la voluntad humana para prevenir e impedir nuevas desgracias y
calamidades.
Después de la Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de
1945), entre Stalin, Roosevelt y Churchill, cuando la Segunda Guerra Mundial
daba sus últimos coletazos (el Ejercito
Rojo se hallaba a 70 kilómetros de Berlin, y las fuerzas anglo-americanas
tocaban las riberas del Rin) y, sobre todo, después de la Conferencia de Potsdam (17 de julio – 2 de agosto, el mismo año),
entre Stalin, Harris S. Truman y Churchill, no había habido un evento mundial
de importancia igual a la Cumbre de Malta.
Con una gran diferencia: mientras las dos primeras habían dividido el mundo, se
lo habían repartido y habían instalado por doquier toda clase de tabiques,
cortinas y murallas, la tercera se proponía quitarlos, arrancar de raíces la
mala hierba de las enemistades, renunciar a las fuerzas bélicas y disfrutar
conjuntamente de la vida, cada uno en su casa y en paz.
No había habido un
evento trascendental como este, sin ningún preámbulo en las crónicas de las
relaciones internacionales. Siempre se ha sabido algo de antemano. Con más
motivo en este caso, cuando de los Tres
Grandes quedaba solo dos superpotencias militares que, tras la caída del Telón de Acero, perdían la razón de
serlo.
Churchill -Truman- Stalin. Potsdam 1945 |
Aun así, el
secretismo que envuelve Malta, desde sus comienzos hasta los desenlaces, ha
tenido sus fines y metas. Pensar que una vez desaparecidas las adversidades,
los cuarenta años de la Guerra Fría
se esfumaban también, llevándose con ellos las heridas, los sufrimientos y las
ideologías, sería dejar de pensar. Una ridiculez. Porque la historia no es
ciencia, sino conocimiento de lo casual y perecedero. Referencias
imprescindibles para entender actitudes presentes y sucesos por venir.
Lo insólito e
inesperado de este encuentro entre Bush y Gorbachov, ha sido que el primero ha
querido ser y ha logrado quedarse como el único dueño de todo el mundo. Un solo
emperador para los dos imperios. ¿Por qué deben de existir dos imperios, de
Oriente y de Occidente, cuando basta con uno solo? Ni Teodosio, recuerda la
historia, dejando la herencia imperial a sus hijos, Arcadio y Honorio, ha hecho
que la muy deseada paz sienta sus
reales en un continente todavía sin nombre.
Teodosio creía que
entre hermanos, el tiempo pasara pacíficamente, con sus dos riberas, igual de
fértiles. Se equivocaba, en cuanto a hermanos. Pero no con el tiempo, gracias
al rey visigodo Athanarico que – según veremos en otro lugar – para que el
tiempo sea uno solo, había renunciado al suyo. Pero Bush-padre no se ha
equivocado en nada, al tenerse a si mismo y un hijo solo. No por nada, propagada por doquier, la figura de un emperador único ha cundido tanto que a un catecúmeno, de los que andan por las estepas del Internet, no le han faltado humor e imaginación para colocar sobre la coronilla de Bush-hijo una diadema imperial a medida. Gesto nada pernicioso que no he desaprovechado, puesto que el humor es siempre saludable y la imaginación nos acompaña en muchas soledades.
Para decirlo claro: el artífice que ha hecho posible la Cumbre de Malta ha sido Mijail Gorbachov. Más claro aún, tajantemente: el líder soviético había plantado el árbol y el líder norteamericano recogía los frutos, elogiando al cultivador. Con todo el cuidado. De ahí, el secretismo cuyos aperos hoy están a la vista. Pero no lo estaban en aquel entonces, ni poco después, sino ahora, cuando el árbol se ha caído y el mundo vuelve a temblar y piensa en nuevos muros, levantando las lapidas de los aletargados resquemores nacionalistas y los odios étnicos.
Tal como pasa
ahora mismo en Ucrania, que pone en evidencia la verdad trágica de la palabra soviético, que jamás ha significado nacionalidad ni siquiera ciudadanía, siendo tan solo un embudo
ideológico que se ha tragado pueblos enteros.
No cabe duda
alguna de que él que haya sabido sacar más y mejor provecho en la Cumbre
de Malta, ha sido George W. Bush, inquebrantable en su credo imperialista.
Y no Mijail Gorbachov, cuya honradez y militancia marxista no habían menguado
ni un ápice. Cada vez más convencido en la renovación del socialismo (sin
Stalin) a base de reformas, que tenían que ser transparentes y venir desde abajo.
Para Gorbachov,
todo lo sucedido en el Este europeo confirmaba la virtud y la validez de su perestroika. Empezando con el desplome
del Muro y el desmantelamiento de los gobiernos totalitaristas. Incluida la
hoguera simbólica de la estatua de Lenin en Bucarest (3 de julio de 1986). Acto
desesperado, acometido por los obreros para marcar el distanciamiento del
autoritarismo de nuestro líder. Llantas desgastadas, amontonadas encima del
bronce, chamuscando más a Ceauşescu que a Lenin. Él que nos saludaba cada
mañana desde la peana de mármol rojo caucáseo, frente a lo que era y sigue
siendo Casa de la Prensa. Sin la prensa que necesitamos y nos la
mereceríamos.
La estatua de
Lenin que, al final de todo, he tenido la suerte de verla caída, cara al cielo,
con la mano tendida, sobre la hierba del parque del Palacio de Mogoşoaia.
La estatua de Lenin - Bucarest |
Paradójicamente,
el efecto perestroika no ha
funcionado del mismo modo dentro del imperio soviético, donde funcionan diez
horas legales. Arraigada a duras penas en el barbecho de tantos hábitos, había
perdido el entusiasmo y la adhesión inicial de la gente, otra vez frente
a la escasez de toda clase, sobre todo los productos alimenticios.
Crisis que no ha pasado inadvertida a los
desconfiados desde siempre en la realidad
de los milagros, recogiendo con voluptuosidad los signos de malos augurios.
Entre los primeros que ha vislumbrado el ocaso, ha sido Zbigniew Brezezinski,
polaco por más senas, nacionalizado norteamericano, cuyo muy controvertido
libro, El gran fracaso. “Nacimiento y
muerte del comunismo en el s.xx”, tiene más actualidad ahora que en los
años de se elaboración (1986-1988).
Desde los primeros
párrafos, Zbingniew Brezezinski afirma: “La mayor incertidumbre (...) radica en
si el comunismo desaparecerá pacífica o violentamente”. (Cito de la edición
española – Maeva Lasser – Madrid,
1989). Luego, siguiendo muy de cerca los síntomas de la desaparición, apunta:
“Cuarenta años después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno soviético mantiene
todavía el racionamiento de la carne, y últimamente esta racionando el azúcar.
El semanario soviético Nedelya,
informa en su número del 27 de julio de 1988, que los residentes de la ciudad
de Sverdlovsk y su región han recibido “cuartillas de racionamiento con cupones
color amarillo pálido. En cada bloque de viviendas se ha nombrado una persona
encargada de su distribución. Unos 800 gramos de salchichas cocidas al mes
[...] 400 gramos de mantequilla. Y dos kilos de carne al año – para las fiestas
de mayo y octubre -. Algunos fines de semana no se encuentra ni pasta ni sémola
en las tiendas”. Nedelya añade: “con los tiempos que corren, mejor no hablar a
esta gente de la perestroika.” (Op. cit.
pág. 213)
En las páginas
anteriores, hablando del proceso de la descentralización, el Consejero para la
Seguridad Nacional con el presidente Jimmy Carter, observa con conocimiento y
agudeza: “Una China descentralizada seguirá siendo una sola China; pero lo más
probable es que una Unión Soviética descentralizada se convierta en una
Unión Soviética desmantelada”. (Lo subrayado es mío.).
Descentralización
muy improbable, en el caso de China, pero más que factible en el caso de la
Unión Soviética. Por muchas razones, entre estas una equivocación de Gorbachov
mismo, al empezar sus reformas con el glasnot
(transparencia ética) y no con la perestroika
(reconstrucción económica), mientras los chinos lo han hecho inversamente. Lo
que le brinda a Brzezinski una constatación lógica: “Gorbachov ha desatado
fuerzas que favorecen más una discontinuidad histórica que una continuidad.” Y
una pregunta de...geriatría ideológica: “¿Es la política de Gorbachov un signo
de renovación o de envejecimiento del comunismo?” (Id. pag. 219).
Todo esto, cuando
su árbol, tan mimado y siempre cuidado, empezaba fructificar, el polemista polaco-norteamericano anticipaba:
“De hecho, la muerte de la perestroika
de Gorbachov puede ser el precio que tenga que pagar la Unión Soviética por la
conservación de su imperio exterior”.
Tal vez, el presidente
Bush había aprendido de memoria este vaticinio y lo ha tenido muy en cuenta
durante la Cumbre de Malta. Gorbachov mismo tenía sus barruntos.
Tanto que, sin decirlo directamente, se había visto obligado a desafiar el
concepto de la infalibilidad del Partido,
ideando otro “totalmente nuevo en la política internacional, impulsado por la perestroika y la nueva forma de pensar: el concepto de la confianza.”
(Mijail Gorbachov - Memorias de los años
decisivos 1985-1992. Globus Comunicación – Madrid 1994. Pág. 220).
Una confianza colectiva. O sea, de todos, en todos y para todos. Tarea
tres veces complicada, que bien podría dejarte en el umbral de la desconfianza
personal.
Quizás, en esto pensaba más a menudo. Y se sentía solo. Confiado aún en
la complicidad del tiempo. Creía que trabajaba a su favor. Pero había
descubierto que para muchos el Muro se había convertido en realidad, justo
después del derrumbe. Y algo así, que no está a la vista, si no imposible, es
difícil de desmantelar. Más que la estatua de Lenin y las de sus prosélitos.
La perestroika era un instrumento ideológico excepcional, pero no
funcionaba sin los mecanismos adecuados.
La Revolución de Octubre (locomotora de la historia...), sin los vagones para
los obreros que tenían que llevarla a buen término, ha sido inútil. Tenía que
buscar cuanto antes vagones.
Bucarest- Madrid, 1991/2014
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© Darie Novăceanu – 2014