EL DILUVIO
Existe un gran déficit
de conocimiento en cuanto a los pueblos y a las culturas primarias - la definición de Weber - afirmadas en los territorios del Este y Sureste de Europa. Y es
poco probable que sea corregido, debido a la agresión creciente de la
civilización actual, global y violenta, que destroza todo en su camino.
No hace falta ser
docente en una – ya no es posible en todas - de las ciencias que indagan los
horizontes de la humanidad, para observar que las grandes civilizaciones cubren
periodos divididos siempre por grandes catástrofes naturales. Basta leer con
intuición el relieve geográfico y confrontar los barruntos con las certezas que
estas ciencias te las ofrecen bien medidas.
Ejercicio que El
Hacedor – quiero decir Borges –, rapsoda ciego como Homero, lo ejecuta
recordando el mundo que había visto, escucha un rumor de navíos negros y
concluye: Siento que el tiempo es un río,
y sueño que yo soy sus aguas. Un río que siempre es un camino (también
Borges: ¿Qué río es este / por el cual
corre el Ganges?) o sea, tiempo y espacio recorrido.
Mirando las orillas, donde los ríos vierten el
tiempo, ver sus filigranas líquidas (otra vez Borges: ¿Qué río es este /que arrastra mitologías y espadas?) y los encajes
de rocas y espuma y el oleaje que devuelve el tiempo al espacio, en forma de
nubes, entiendes por qué la vida ha brotado del agua, pendiente siempre del mar
y de los ríos.
Caso de que este mar es
el mar Negro – y de esto se trata -, es imprescindible recordar que hubo un tiempo cuando sus aguas estaban
unos 80 m.
bajo el nivel actual y después, en un instante geológico, habían subido 5 m. por encima del mismo.
Un fenómeno olvidado,
que los especialistas llaman transgresión, ocurrido en el pleistoceno, debido a
factores epirogénicos y a las variaciones eustáticas prolongadas en el
holoceno. Lo que en términos asequibles, significa subidas (gigantescas) de las
aguas, hace 6.000 años, cuyo resultado a la vista es la configuración del delta
del Danubio – brazos, meandros, islotes, médanos, el complejo lagunar de
Razim-Sinoe, etc. El último retoque del continente, y el nacimiento de los
primeros pueblos que lo habitarán.
Otra consecuencia del
cataclismo es la transformación del mar Negro en el mayor depósito
planetario de agua muerta, puesto que por debajo de 200 m. no hay señal de vida
alguna, sino solamente ácido sulfhídrico.
Los aficionados a la
ficción científica pueden hablar aquí de la alquimia de la naturaleza, del
Diluvio, de los sumerios y la desaparecida Uruk – eventos coincidentes – o de
la sumergida Atlántida. Nosotros hablamos del mar Negro y de su papel formativo
para las culturas euroasiáticas, igual al del Mediterráneo para las culturas
euroafricanas (un bloque único, decía Weber), pero menos valorado a causa de la
escasez de vestigios arqueológicos y otros documentos, anteriores a la
mencionada transgresión.
El agua que ha hecho
rebosar la cuenca del mar Negro tenía que venir de alguna parte y esta no
hubiera podido ser otra que la del Mediterráneo. El canal que le unía con el
Caspio se había cerrado al final del Paleolítico (Fernand Braudel – Memorias del Mediterráneo I), al Azov no
le sobraba el agua, y el Danubio apenas soñaba con ser río.
No hay ninguna otra explicación. Y la prueba
es – arriesgamos una hipótesis - la desertización de las otras orillas, el
Sahara y la Uruk, ilustrada (científicamente) por el Bósforo, donde por debajo
de la corriente que llega del mar Negro, y en sentido contrario, más densa y
más salina, discurre la contracorriente del Mediterráneo.
Bien lo sabía Homero (Odisea XII, 94-105), también Heródoto (Historia IV, 85,2). Lo había vivido
Jasón, quien ha entrado en el mar Negro a golpe de remo. Lo sabían Píndaro (Píticas, IV, 371) y Apolonio de Rodas (Las Argonáuticas, II, 318).
Y es que, a diferencia
de los ríos que fluyen según la gravitación, los mares
se comunican entre sí según mecánica de los fluidos. Lo saben hasta los
que siguen pescando en las aguas del Bósforo. Pero no la antropología, que no
se fía de leyendas y tampoco lee a los griegos. Por lo cual, en vez de seguir a
los indoeuropeos que van desde las interminables estepas euroasiáticas hacia el
mar Negro, Transilvania, Panonia y Bohemia, los hace regresar a Mesopotoamia,
desde donde habían salido a causa de las lluvias anormales, según relato
bíblico o, tal vez, debido al fenomenal tsunami
prehistórico que ha sumergido la primera vida en las dos orillas del mar Negro.
La Pareja de Hamangia
Narraciones falsas que
relatan sucesos reales, cuando hablan de cataclismos, hundimientos de montañas,
terremotos e inundaciones, los mitos dejan siempre a salvo una pareja para
perpetuar la especie humana. También la Biblia
salva a Adán y Eva, y a Noé con su familia lo deja en el Ararat, a 5.165 m. por encima de mar.
(Génesis, I y VI)
Verdadero o solamente
posible, el Diluvio tiene su replica incuestionable en el fenómeno olvidado,
sucedido en el mar Negro. Donde el tiempo, piadoso con la vida humana, también
ha puesto a salvo una pareja: un hombre y una mujer sentados. Él con la cabeza
apoyada en las manos; ella con una rodilla doblada y la otra tendida lo justo
para que los brazos descansen después de amamantar al niño. Obra maestra única
de la plástica antropomorfa del neolítico, con una expresión poco común,
tímidamente recordada por algunas piezas de las islas Cicladas, en el mar Egeo,
o de Tesalia.
Dos estatuillas de
barro cocido, encontradas en una necrópolis de Hamangia, cerca de Cernavodǎ,
que caben en la palma de la mano, y que no han sido traídas de otra parte, sino
modeladas en el lugar, como cuando la Creación, del barro primigenio, unos 5 milenios
antes que El Pensador de Auguste
Rodin. Con una significativa diferencia de expresividad. Con la derecha en el
mentón y el codo firme sobre la rodilla izquierda, el personaje de Rodin –
supuestamente Michelangelo - sólo medita,
mientras que el padre de nuestro neolítico, con la cabeza entre las manos hechas
puño, piensa y desespera.
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©. Darie Novăceanu, 2016