El invierno en el país de los getas
Aunque presume, es poco probable que
Herodoto haya tocado alguna vez las orillas europeas del Mar Negro. Menciona
sí, las colonias de Salmideso, Apolonia y Mesambria, rememorando el paso de la
expedición de Darío hacia Escitia. Pero ninguna otra más al norte. Sin embargo,
al hablar del Istro (Danubio), que
vierte su caudal “por cinco bocas” (los brazos del Delta, que ahora son tres),
dice que es “el más grande de las aguas que
he visto”, sin ignorar el Nilo. No las había visto, pero consolida lo
dicho, apuntando los nombres de muchos ríos que desembocan en el mismo cauce: Tyras (Nistru o Dniéster), que va
directo al mar, Piretos-Porata
(Prut), Tyarantos (Siret), Araros (¿Buzǎu?), Araris (Cǎlmǎţui), Naparis
(Yalomiţa), Ordessos (Argeş), Atlas (Aluta, hoy Olt), Rabón
(Jiu), Tibisis (Tibiscum, hoy Timiş), Maris
(Mureş), Tysa (Tisa) etc. Así tenemos
una toponimia que cubre toda la geografía rumana, desde Dobrudja hasta
Maramureş. Y también el primer mapa hidrológico del país. Ríos que, siglos
después, Ptolomeo, como gran astrónomo, los situará bien y en orden, puesto que
en algunos casos Heródoto estaba equivocado: Araros, Naparis y Ordessos, no
fluyen hacia el Danubio por entre Piretos y Tyarantos.
Se equivocaba mucho más respecto a los
Atlas y Tibisis, cuyas fuentes las coloca en Haemus, en la orilla opuesta,
mientras que a los Drave y Sava, les pone nombres de montes: Alpis (de los Alpes, que es correcto si
no se trata de Drina) y Carpis (de
los Cárpatos que es inexacto, pero explicable puesto que Sava, como hemos
visto, ha sido el mejor camino recorrido por los italiotas y veneto-ilirios
para llegar a Transilvania.)
No sabemos cómo se hacía Heródoto con
la verdad, pero está claro que no se quedaba con la primera, confrontándola con
todas las fuentes a su alcance. Exactamente lo que se les exige siempre a los
que la buscan pero casi nunca lo hacen.
En cuanto a los mapas de los ríos,
aparte los pocos documentos que hubiera podido consultar, cabe suponer que se
apoyaba en las informaciones de los griegos-escitas de Olbia, que no son
siempre de fiar. Sobre todo cuando hablan del valle del Danubio, que conocían
muy poco, e incluso en el caso de las tierras bajas del Ponto, menos visitadas
por ellos en aquel tiempo, puesto que sus caminos, según veremos, iban hacía
las tierras del este y, sobre todo hacia el noreste.
Los historiadores rumanos se sienten
frustrados por no tener referencias directas de Heródoto sobre Dobrudja.
También sobre el Delta, este milagro de la naturaleza surgido después del
cataclismo geológico sucedido en el mar Negro. Una otra Venecia. Rústica, fascinante y fabulosa en sus riquezas mal
aprovechadas hasta nuestros días.
Cuando la invasión de Átila, en el año
452 d.C., los venetos se han refugiado en los pantanos del Adriático, el Delta
no conocía asentamientos humanos. A no ser la presencia de los visigodos,
cuando Atanarico, por los años 396, se reunía con Valente durante la noche, en
la mitad de las aguas, cerca de Noviodunum
(la Isaccea de hoy), prometiendo que dejará de invadir las provincias romanas
de los Balcanes.
Frente a la Venecia única, al Delta
del Danubio le faltan unos doce siglos de desarrollo, que no podrá recuperar
jamás. Pero con una diferencia fundamental: mientras el mar Adriático seguirá
inundándola, con el peligro de sumergirla, el Delta avanza cada año algunos metros
hacia el mar.
Que Heródoto no había visto el Delta,
es porque no tenía nada para ver. Pero que no había visto ni tan siquiera la
ciudad de Histria, esto sí que podría ser un reproche. Fundada por los años
657, unos diez años antes que Olbia, por los mismos milesios, Histria era una
verdadera metrópoli, famosa e influyente en todas las demás colonias pónticas.
Con un nivel económico y de civilización muy por encima de estas, debido a un
gran desarrollo comercial y cultural bien organizado.
Vasile Pârvan, quien, después del año 1914, ha hecho repetidas
excavaciones en Histria, es el primero en observar no las pocas inexactitudes –
que no errores - de Heródoto, sino la
ausencia de referencias propias y los pocos datos que ofrece sobre el mundo
gético: Desde luego que Heródoto, si no
se hubiese ahorrado el cansancio de viajar hasta allí, hubiera recabado en
Histria muchas más informaciones y más exactas de los pescadores y navegantes
que habían llegado muy lejos por el Danubio arriba.
El sabio rumano echa en falta los
datos de índole cultural y artístico que le hubieran aportado los negociantes y
los artesanos griegos, quienes desde Danubio, por los valles de los ríos
mencionados, habían llegado hasta el corazón de Transilvania.
Así hubiera podido confrontarlos con
lo que descubría el mismo, sin tener siempre la certeza sobre el origen de
algunas piezas, muchas traídas por los cimerios y escitas por otros caminos. De
allí su insatisfacción. Y, tal vez, de la muy poca consideración del padre de
la historia hacía los pueblos del Ponto, cuando, desde Oblia, sentencia: En efecto, por su nivel intelectual no
podemos citar a ningún pueblo de los aledaños del Ponto, ni tenemos
conocimiento de que haya existido algún hombre de talento, con la salvedad del
pueblo escita y de Anacarsis.
Por cierto, Anacarsis era un escita
helenizado que había sido incluido por los griegos entre los Siete Sabios, ya que se le atribuían
muchas invenciones, y había estado en Atenas, por los años 590, como huésped de
Solón.
De hecho, la mala fama y la
desfavorable imagen de los pueblos pónticos nos llegan de Ovidio, cuyas Tristias escritas durante el exilio en
Tomis han conocido una circulación infinitamente mayor. Basta leer la décima Elegía – El invierno en el país de los getas – para estremecerse delante del
cuadro con bárbaros - carámbanos en los cabellos y el cuchillo en la cintura -,
cruzando el Danubio helado para saquear y matar.
Madrid, 2005
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© Darie Novăceanu – Et
in Balcania ego -2016