El golpe de Burebista
Personalidad con dotes
singulares, Burebista sopesaba bien
el poderío romano y también sus
debilidades, tratando de fructificarlas a su favor, conociendo mejor el espacio
de su entorno, sobre todo los Balcanes – un avispero de poblaciones que
llegaban de todas partes, que los romanos no han sabido nunca dominarlo por
entero.
Así, con sus conquistas, los romanos
le abrían, a veces, caminos tanto hacia las orillas del mar Negro - importantes
para el comercio -, como al oeste, impidiendo la entrada de otros pueblos.
Justo lo contrario de lo que esperaban, convencidos que así, con cada nuevo
avance, se acercaban a las llanuras norteñas del Danubio y desde allí a los
Cárpatos; al codiciado oro dacio que, desde la época del bronce aprovisionaba
toda Europa central hasta Escandinavia.
Los romanos no tenían en aquel
entonces un adversario cercano más fuerte que el rey dacio, quien, a medida que
el antiguo calendario llegaba al meridiano del siglo, aumentaba su reino, sus
victorias y su autoridad. Así lo revela Estrabón: …el rey geta, tomando el mando de su pueblo, educó a sus hombres con
ejercicios[militares], sobriedad y obediencia a las órdenes, de tal manera que
en unos cuantos años forjó un estado poderoso y sometió la mayor parte de sus
vecinos y era un peligro para los romanos, puesto que cruzaba el Danubio sin
temer y saqueaba Tracia hasta Macedonia e Iliria, arrasando a los celtas
mezclados con los tracios e ilirios, destruyendo completamente a los boios conducidos por Critaciros, así como a los tauriscos
.
Un rey que, a la vez que se hacía
fuerte en el interior, estimulaba las revueltas de los pueblos sometidos y
buscaba alianzas en el exterior. Un rey
– sigue escribiendo Estrabón – capaz de
movilizar un ejército de hasta 200.000 hombres. Cifra que, por increíble
que parezca, no era nada exagerada. Conocida, con toda seguridad, por los
romanos, en búsqueda de nuevos caminos para disminuirla y aniquilarla.
Cayus Scribonio Curio ha sido el
primero en intentarlo. Y no era un gobernador cualquiera. La provincia de
Macedonia representaba la llave para abrir otras puertas, y el general gozaba
de mucha fama entre los de su cargo, desde donde, por méritos propios, hubiera
podido llegar hasta la misma dignidad de emperador. Además, era una persona muy
considerada entre la elite intelectual de Roma. Cicerón mismo le alababa por la
sutileza de su pensamiento y su oratoria; autor del mejor retrato de César,
trazado en tan sólo dos palabras bien colocadas, que leeremos en su oportuno
lugar.
Corría, como hemos visto, los años 80
y es probable que su incursión en la región de Banato tenía una meta precisa:
llegar a Arcedava, donde debía de hallarse Burebista, puesto que por tradición
romana, el rey está siempre donde la capital.
Un golpe de suerte hubiera cambiado,
tal vez, la historia de Roma y también la de los dacios. Si se hubiese dado
este desenlace, con Scribonio como emperador, los siguientes no hubieran sido
los que conocemos, y el imperio se hubiera ahorrado la crisis moral y
económica, al ser cortados en brotes sus incurables males.
Estamos sí en el territorio de las
hipótesis, invalidadas por Scribonio mismo, pero el ejercicio no es inútil.
Bien podría que sea verdad que, amedrentado por la oscuridad de los bosques que
protegían Arcedava, el general se había repentinamente vuelto sobre sus pasos.
Pero igual de válida queda la posibilidad de que detrás del rumor de los
árboles, se distinguía el murmullo de las tropas dacias.
La historia refrenda la retirada del
general, olvida a Cayo Mario y Sila y empieza registrar la larga nomina de
obituarios – Craso, Pompeyo, César, Bruto, Marco Antonio, Nerón, Galba,
Domiciano, nombres que - añadidos los de Octavio y Vespasiano - protagonizarán acciones directas en el
sureste europeo y en las tierras de los geto-dacios, donde, en la mayoría de
los casos, no han conocido más que fracasos. Vengados al final, con crueldad
extrema, por Trajano.
El segundo en probar el fracaso ha
sido Gaius Antonius Hybrida, el relevo de Escribonio en Macedonia, quien, en el
año 61, ha
desplegado su ejército por Dobrudja, tratando de llegar a Histria. Sin éxito.
Las tropas geto-tracias y griego-escitas, ayudadas por los inesperados y
oportunos basternas, lo han “amedrentado” más que los bosques oscuros a su
predecesor. Para resistir a los asaltos encarnecidos de los romanos, los
histríotas han talado sus árboles de piedra, consolidando las murallas con las
columnas de mármol. Traídas por barcos desde Paros, para adornar las plazas
públicas de la ciudad más antigua que Roma, así han quedado hasta nuestros
días, empotradas en la muralla; columnas, pilastras y capiteles revestidos con
el follaje de acanto petrificado.
Vencido, con los primeros estandartes
perdidos en las tierras de los dacios, el presumido general buscará alivio a
sus penas, pasando el invierno bajo la brisa templada de Dianysópolis, donde,
piadosa, la historia recuerda su nombre al lado del vencedor.
Con toda la probabilidad, las tropas
vencedoras han sido dirigidas por Burebista, puesto que las insignias y los
demás trofeos han sido llevados a Genucla, una de sus ciudadelas. De las tres
devueltas por Lisímaco, en el 292,
al generoso Dromichetes.
En el año 29, treinta años más tarde y
quince desde la muerte de Burebista, otro general romano, el vanidoso Craso,
intentará rescatarlas. También sin éxito.
Ni el lugar ni la fecha de la
incursión de Gaius Antonius han sido una decisión al azar. Por su historia,
economía y cultura, Histria era la más importante de todas las colonias
griegas. En cuanto a la fecha, se contaba con la ausencia de Burebista, apenas
regresado de una de sus victorias: la toma y destrucción de Olbia, en el año
63. Poco después de que Pompeyo doblegara en Éufrates, en el 66, al
desobediente Mitrídates.
Nombrado por los romanos, el rey del
Ponto, se había convertido en enemigo, conquistando toda la costa oriental del
mar Negro y soñando con un imperio suyo. Perseguido por Sila y Lúculo y vencido
por Pompeyo, se había retirado a Panticapea, donde, desengañado, se suicidará
tres años más tarde; inmune a todos los venenos.
A dos pasos de Panticapea, Olbia ya no
podía contar con su apoyo, ni encontrar un aliado cercano. Separados en varias
ramas, diezmados en guerras, los escitas que habían quedado intramuros no eran
capaces de resistir. Justo cuando, al amparo de la noche, los geto-dacios la
han tomado por sorpresa, en un ataque relámpago.
Fundada, como hemos visto, por los
milesios, Olbia (“próspera”, en griego) había conocido un desarrollo económico y
cultural continuo. Tanto que, por los años 450, durante la estancia de
Heródoto, tenía unos 40 mil habitantes, confluencias de los grandes ríos del
Cáucaso y las olas mediterráneas. En su visita, en el 447, Pericles le había
dado un fuerte empuje político, concediéndole privilegios y un estatuto de
autonomía aparte. Así se había hecho Olbia con los grandes caminos comerciales
hacia Galitzia y Panonia, Y así habían llegado, durante siglos, las riquezas de
Transilvania - el oro, el cobre, el hierro, el plomo, la sal, la miel, las
pieles, etc., a sus talleres y factorías.
El golpe de Burebista no ha sido, por
ende, nada casual. Sorprende, sin embargo, la dureza y la crueldad de su
ejecución: para que no resucite jamás, había sido arrasada completamente. Dión
de Prusa (Crisóstomo), al visitarla un siglo después, encontrará una ciudad
fantasma, abandonada a su suerte, con menos de tres mil almas, tratando
vanamente de reponerse, ya que los
griegos habían dejado de llegar por barco mientras estaba devastada, porque no
encontraban gente de su lengua que los acogiera y porque los escitas no sabían
organizar su propio negocio a la manera de los milesios.
Madrid, 2005/ 6 iulie 2016
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© Darie Novăceanu
– Et in Balcania ego - 2016